San Isidro Emprendedor
El santo labrador también hizo sus pinitos en el emprendizaje y creó empleo
San Isidro, vaya crack: según cuenta la leyenda, este señor era un labrador al servicio de la poderosa familia Vargas, allá por el siglo XII. Un jornalero. Estaba casado, por cierto, con Santa María de la Cabeza, que tiene calle. Una pareja de santos.
Resulta que Isidro era un hombre muy piadoso y le dedicaba mucho tiempo a rezar, lo que le provocaba frecuentes problemas de conciliación laboral. No le daban las horas para la oración y la labranza, no le daba la vida, como se dice ahora. ¿Cuál fue la solución? Un milagro: hacer que los ángeles bajaran del cielo para arar con los bueyes. ¿No es genial? ¿Les daría de alta o serían ángeles adscritos al Régimen Especial de los Trabajadores Autónomos (RETA)?
Si Isidro hubiera vivido en nuestra época podría haber montado un servicio de reparto a domicilio, tipo Glovo o Deliveroo, con ángeles que, además, no tienen sexo y van mejor en bici. A mí también me gustaría que bajaran unos ángeles a desatascarme el curro, pero no hay manera: no soy merecedor de esas ventajas sobrenaturales.
Además de esta faceta, digamos, emprendedora y de creación de empleo, San Isidro también logró otros prodigios: multiplicar el trigo para alimentar palomas, espantar a lobos con sus plegarias o conseguir elevar las aguas de un pozo cuando se cayó su hijo, evitando así su muerte. Más allá de estas maravillas, sus followers actuales pueden conseguir atraer las lluvias rezándole, que falta hace: el agua será uno de los problemas globales del futuro inmediato, y San Isidro puede ayudarnos con eso.
Está muy bien que un hombre tan apañado sea el patrón de Madrid. Hoy es San Isidro y los madrileños acudirán en masa a la pradera a celebrar la verbena anual. Yo suelo frecuentar este sarao, muy populachero, con mucho bocata de chorizo a la parrilla, mucho entresijo, mucha gallineja (esos aromas no aptos para narices delicadas) y mucho mini de kalimotxo. Muy Madrid, mucho Madrid.
La convivencia de lo castizo, la gorra de cuadros, el mantón de manila, el chotis, el floripondio, y de otros personajes de ficción de nuestra época, como son Bob Esponja o La Patrulla Canina, en forma de esos globos metálicos que no se pueden meter en el metro. Las barracas de vértigo y colorín, todo muy kitsch, muy Benidorm, pero en mesetario.
Tengo varias amigas notables que le están cogiendo el gusto a hacerse vestidos de chulapa y bajarse a la romería. Yo esto lo celebro, porque el folk madrileño se ha visto como una cosa rancia y casposa, viejuna y algo franquista, pero no podemos olvidarnos de este acervo. Ahora las generaciones efervescentes miran mucho hacia lo tradicional (fíjense en músicos como Nacho Vegas, María Arnal y Marcel Bages, María Rodés, etc), probablemente porque mirar al futuro da un poco de miedo: no se ve nada. Aunque el pasado huela a veces a gallinejas y entresijos. Viva San Isidro.
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