Estos cinco vecinos luchan contra la pobreza a pie de calle
Una pareja que cuida niños de acogida, un párroco que atiende a los necesitados, un trabajador especializado en personas sin hogar y otro centrado en mayores charlan sobre los retos que afrontan en una región donde cada año aumenta la desigualdad
La desigualdad en Madrid es un problema de primer orden que no para de crecer. El paro, las dificultades de índole económica y las preocupaciones de tipo social están entre los principales problemas de los madrileños, según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas. Y la tasa de riesgo de pobreza o exclusión social alcanza a una quinta parte de los casi 6,5 millones de madrileños.
Con estas perspectivas, luchar contra las múltiples facetas de la desigualdad es una tarea titánica, a la altura del mito de Sísifo. EL PAÍS reúne a cinco personas que trabajan con colectivos desfavorecidos para charlar sobre su labor y los retos a los que se enfrentan. En la mesa, Jorge Ferreruela, de 41 años, que trabaja con personas sin hogar desde la Fundación Rais; Esteban Rodríguez, de 36 años, que atiende a ancianos y personas mayores en Cruz Roja; Javier Baeza, de 51 años, cuyo trabajo como cura en la parroquia San Carlos Borromeo lo acerca a migrantes y empobrecidos; y María Lar de la Agreda, de 47 años, que junto a su marido José Andrés Sánchez (también de 47 años) acoge a niños en situaciones de emergencia tutelados por la Comunidad de Madrid.
“Faltan recursos”, se lanza Baeza. “Tiene que haber también un cambio de perspectiva. Quiero decir, que es que tienes el RMI [renta mínima de inserción] si cumples un montón de requisitos y eres buen ciudadano. Y solo te dan una casa si previamente has hecho un máster en dejar de ser pobre”, se lamenta el párroco. “En el ámbito de los social seguimos pensado que el ciudadano pobre que tiene merecer la ayuda”, añade.
Esteban Rodríguez, de Cruz Roja, le interrumpe: “Para acceder a ciertos recursos que se suponen básicos, una vivienda, un empleo, tienes que se casi clase media”. “Es una carrera dejar de ser pobre”, confirma Javier Baeza. Lo sabe bien Jorge Ferreruela: “Hasta ahora, las personas sin hogar llegaban primero a un albergue y si cumplían unos requisitos pasaban a un albergue mejor, y luego a un piso compartido. En Fundación Rais ahora estamos aplicando la metodología Housing First, donde lo primero que hacemos es darles un hogar”. Según los datos de la ONG, en España viven unas 30.000 personas sin hogar (8.000 duermen en la calle); el Ayuntamiento de Madrid constató en un reciente recuento que son unas 2.700 personas en la capital.
¿Y cómo cambiar las cosas? “Lo primero que hay que hacer es concienciar”, se lanza María Lar de la Agreda. “Todos los niños tienen que saber que hay otros niños que sufren, que no tienen juguetes ni tan siquiera sus necesidades básicas cubiertas”, añade. Por eso a veces da charlas en colegios contando su experiencia, que desde hace diez años la ha llevado a acoger niños (desde bebés hasta seis años) en situación de emergencia: maltratados, abandonados o incluso con síndrome de abstinencia por haber nacido de madres drogadictas. “A veces hasta te puede pasar que le tengas que pinchar tú la metadona”, confiesa. “Mi familia y yo somos un equipo”, señala, mirando a su marido, mientras sostiene un bebé de acogida.
El matrimonio, que además tiene tres hijos, recibe una llamada de la Comunidad en cualquier momento y se hace cargo de estos menores tutelados por periodos de seis meses. Una labor difícil pero que proporciona momentos de alegría. “Acogimos a una niña que estaba muy mal, muy dañada. Le dimos muchísimo cariño y hoy ya está bien. Es una gran satisfacción”. Según la madre de acogida, hay 25 familias que realizan esta labor en la Comunidad, y ya han pasado por sus manos unos 200 menores.
Hay complicidad entre los cutro seres de luz sentados en la mesa. Saben que trabajan duro y que no siempre es sencillo, pero que ponen su granito de arena para cambiar las cosas. Javier Baeza rememora la situación que vivió el pasado mes de noviembre, cuando llegó el frío y no había sitio en los albergues. “Apareció una familia y los acogimos en una sala de la parroquia [en Entrevías], y al día siguiente aparecen 38 familias en la misma situación. Me impresionó que la primera familia que había llegado inmediatamente se puso a cocinar para los demás”, dice el párroco.
Falta de recursos
Jorge Ferreruela aprovecha para sacar a la palestra la falta de recursos. “Lo que más frustraciones me genera es la falta de colaboración de las instituciones. No entiendo cuando sale el Ayuntamiento de Madrid diciendo que ha ahorrado un montón de dinero cuando hay miles de personas esperando ayudas. O cómo puede haber tantas viviendas vacías mientras tantísima gente vive en la calle”. Y pone ejemplos en los que su labor tuvo éxito: “Baltasar, un hombre que estuvo 25 años viviendo en Atocha, vino a uno de nuestros recursos y, con 64 años, se matriculó en la Escuela de Adultos. Eso es una maravilla. Ahora dice que ya no quiere volver a la calle. Eso me llena”.
La madre de acogida habla de la indiferencia hacia las personas sin hogar: “Una vez invité a una señora a desayunar, y cuando íbamos a entrar al bar nos cerraron la puerta. Y les dije, ‘mire usted, esta señora viene conmigo y yo voy a tener el placer de tomarme un café con churros con ella”. Y sigue: “Lo que más me preocupa es cómo conseguir que la sociedad empatice con estas situaciones y con estas personas”.
Esteban Rodríguez contrapone la labor altuista de los voluntarios: “Una de las cosas que más me motivan en mi trabajo son las personas que dedican unas horas a la semana para ayudar a los demás. En Madrid, somos unos mil trabajadores en Cruz Roja, pero además hay otras 12.000 personas voluntarias. Me parece que dice mucho de la sociedad en la que vivimos”. Rodríguez trabaja en la atención a mayores de 65 años; su organización atendió a unos 20.000 el año pasado. “No sé si será algo provocador preguntarse por qué los ha tenido que atender Cruz Roja” en lugar del Estado, lanza el párroco. “Pues lo hacemos”, responde Rodríguez.
Viviendas para personas sin hogar
La Fundación Rais trabaja para buscar un techo para las personas sin hogar. Cuentan con recursos como viviendas Housing First para personas en situación de sinhogarismo de larga trayectoria con procesos de exclusión social complejos como discapacidad, salud mental y adicciones.
Otro de sus recursos son las viviendas para adultos y jóvenes sin hogar de 18 a 25 años, además de casas de recuperación de la salud para personas afectadas por el sinhogarismo que requieren cuidados paliativos, con enfermedades crónicas o que están recuperándose de una operación.
La ONG tiene un programa para buscar empleo con el que conseguir la inserción sociolaboral, y cuenta con dos empresas de economía social de hostelería y limpieza.
Situaciones de estrés
¿Quienes luchan contra la desigualdad se pueden permitir un mal día? “Trabajamos con una situación de estrés muy potente”, confirma Ferreruela. Baeza explica de dónde coge fuerzas: “Aprendí de las madres que luchaban contra la droga en los noventa, gente que perdió a cuatro o cinco hijos. Que seas capaz de levantarte después de haber enterrado tanta vida..”. Por eso, el cura dice que se siente ayudado más que ayudador y que disfruta de un “sano egoísmo” con su labor: “Una de las cosas que más me capacita para enfrentarme a las dificultades es contemplar la fuerza que tiene la gente vulnerable, empobrecida, el empuje que dan a las luchas colectivas”.
Lamentablemente, no todas las situaciones que viven tienen un final feliz. Jorge Ferreruela pone toque amargo: “Conocí a un chico que vivía en un parque abandonado. Me costó varios meses que confiara en mí. Poco a poco, comenzó a venir mi centro de día. Tenía problemas mentales y accedió a ir psiquiatría. Un día fui a verle y se había ahorcado, en un árbol que estaba al lado. Me dolió tanto. Fue una experiencia muy dolorosa que me ha marcado en la vida”.
Problemas para llegar a fin de mes en el 46% de los hogares
En Madrid, el 46% de los hogares tiene dificultades para llegar a fin de mes, el 34% de las familias no puede afrontar gastos imprevistos y el 17% de la población está en riesgo de pobreza, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Y como consecuencia, dentro de la capital los vecinos de los barrios del sur se mueren hasta tres años antes que los del norte. En 2017, la Comunidad registró el mejor PIB por habitante de España: 33.809 euros, una cifra 35,2% superior a la media. Madrid también está por debajo de la media nacional en los indicadores que alertan a los gestores sobre la pobreza.
La Comunidad ha incrementado el presupuesto de políticas sociales un 26% en lo que va de legislatura, alcanzando los 1.729 millones. La Administración destina 120 millones a becas y ayudas al estudio; más de 33 a convenios con las entidades locales que se encargan de la atención social primaria; y otros 30 a financiar proyectos de acogida e integración de 151.117 personas vulnerables.El Ayuntamiento de Madrid asegura que durante este mandato ha presupuestado un 24% más de fondos para los distritos vulnerables que hace cuatro años.
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