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Una historia marcada a fuego

Una exposición de la Guardia Civil muestra aspectos desconocidos de la organización, que cumple 175 años

Juan Diego Quesada
Exposicion conmemorativa por los 175 años de historia de la Guardia Civil en la sala La Arqueria, en Madrid.
Exposicion conmemorativa por los 175 años de historia de la Guardia Civil en la sala La Arqueria, en Madrid. JAIME VILLANUEVA

La historia de la España moderna no se entiende sin la de la Guardia Civil. El cuerpo creado en 1844 para combatir a los bandoleros en montes y caminos desperdigados por un país asolado después de varias guerras es hoy una institución con cuerpos de élite especializados en la lucha contra el terrorismo, la mafia, el narcotráfico o el rescate en montaña.

Con la excusa de que se fundó hace 175, la Guardia Civil ha montado una exposición en la sala La Arquería, en Nuevos Ministerios, que sirve como relato histórico de una institución que, además de las labores que todo el mundo les conoce, como las de tráfico, ha batallado en Marruecos y Cuba.

Los aficionados a la lectura —los que pasan más tiempo leyendo la descripción que viendo el cuadro en El Prado— podrán pasarse casi dos horas empapándose de información que vertebra lo sucedido en este país con el tricornio de la Guardia Civil como mar de fondo. En una línea de tiempo cronológica no se alude a la sublevación militar en África como el comienzo de la Guerra Civil pero un piso más arriba, en la segunda planta, se compensa con la historia de los mandos que se mantuvieron leales a la República —factor decisivo para que no triunfara el golpe— que al acabar la guerra fueron fusilados.

A los que no les entusiasma la palabra escrita no tienen que asustarse. Como hoy en día todos acaba ficcionado por Netflix, la Guardia Civil no iba a ser menos. En un habitáculo oscuro se puede ver un cortometraje en el que aparece recreado el momento fundacional: una joven con guantes de encaje que representa a Isabel II y un señor con chaleco —el duque de Ahumada— firman con pluma el decreto de creación del cuerpo en una mesa de madera muy noble. La experiencia queda completa al vivir con las gafas 360 un rescate real en el pico de una montaña a bordo de un helicóptero. No apto para gente con vértigo.

Hay espacio también para las curiosidades, como conocer la obligación que tuvieron los guardias civiles de llevar bigote, eso sí, no uno cualquiera, sino uno que cubriera todo el largo del labio. Sin ninguna clase de patilla ni perilla. El pelo, cortado al cero. Ese look —quizá para apagar el recuerdo del golpista Antonio Tejero— quedó superado en los años noventa.

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Para el final, lo más emotivo. “Honor y gloria a todos los caídos en acto de servicio de la Guardia Civil”, se lee proyectado en la pared. Sobre un muro, el retrato de los guardias asesinados por la banda terrorista ETA, desde el primero, José Pardines Ascay, en julio de 1968, hasta los dos últimos, Carlos Sáenz de Tejada y Diego Salvá, en 2010. Entre uno y otros, la cara mirando a cámara —ignorantes de su destino— de 227 guardias civiles. Su recuerdo queda marcado a fuego.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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