El racismo en Cataluña
Por más que algunos quisieran, Cataluña no es impermeable al fantasma filofascista que recorre todo el mundo occidental
La radiación que emite el Convento de las Salesas Reales, sede del Tribunal Supremo, sigue condicionando toda la política catalana, que en las próximas campañas electorales corre el riesgo de girar en torno al exclusivo tema de la situación de los encarcelados que los unos consideran presos políticos y los otros políticos presos, la represión que los unos encuentran evidente (incluyendo ahora a 41 senadores franceses) y los otros se niegan a reconocer, y el derecho a la autodeterminación que los unos ponen como condición sine qua non para retomar el diálogo y los otros dicen que nunca aceptarán. En las últimas semanas, el tema ha adquirido tintes vodevilescos gracias a la obsesión de un partido político con los lazos amarillos y a la torpeza del inefable presidente Quim Torra —que algunos de sus correligionarios, por cierto, esta vez no han podido soslayar—.
Mientras se ponían y quitaban pancartas y entre los unos y los otros se cruzan requerimientos, denuncias y querellas para mayor gloria de la judicialización de la política, la realidad sigue mostrándose tal cual es, con esas facetas desagradables que están pidiendo política y acción de gobierno a gritos.
El pasado 23 de marzo, unas 3.500 personas, según la Guardia Urbana, se manifestaron en Barcelona para protestar contra el partido de Santiago Abascal bajo el lema “Stop Vox”. Los manifestantes, entre los que había representantes de todos los partidos excepto los posibles aliados de Vox en las Cortes, también reivindicaron la lucha contra el racismo. Manifestarse en contra de un partido que flirtea con el racismo y la xenofobia como lo hace Vox constituye casi un deber cívico, pero circunscribir el racismo y la xenofobia a ese partido —o a tres, si fuera el caso— constituye un serio error de análisis. Durante estos días de tira y afloja entre la Junta Electoral Central y el presidente de la Generalitat se han dado a conocer dos informes sobre racismo y xenofobia en Cataluña que merecen mucha más atención de la que han recibido y no precisamente en el buen sentido.
En primer lugar, la asociación SOS Racisme dio a conocer el estudio InVisibles. L’estat del racisme a Catalunya, el informe correspondiente a 2018 de una serie que empezó en 2009. Una de las novedades de este informe es el cambio de tendencia que observa en la tipología de casos de racismo. Si hasta hora el tipo más común eran los abusos y agresiones por parte de cuerpos policiales, en 2018 las agresiones y discriminaciones entre particulares se pusieron en cabeza, con el 36% de los casos detectados. Y dentro de este tipo, destacan los conflictos entre vecinos (40%) o en la calle (30%), que por supuesto no es posible vincular a ninguna militancia política concreta.
Según SOS Racisme, este aumento del racismo entre particulares se deben a la falta de prevención y promoción de la cohesión social por parte de las instituciones públicas y también al contexto sociopolítico mundial: por más que algunos quisieran, Cataluña no es impermeable al fantasma filofascista que recorre todo el mundo occidental, desde los Estados Unidos de Trump o el Brasil de Bolsonaro hasta la Italia de Salvini o la Hungría de Orbán, por poner algunos ejemplos conspicuos. Aunque quede fuere del alcance temporal del informe de SOS Racisme para 2018, el espeluznante ataque con machete en Canet de Mar y el asalto organizado al albergue de Castelldefels donde se alojaban 35 menores extranjeros no acompañados se inscriben en este contexto.
En segundo lugar, el ayuntamiento de Barcelona presentó el informe La discriminació a Barcelona 2018, elaborado por la Oficina para la No Discriminación juntamente con 13 entidades de la ciudad. Con un total de 265 casos analizados, una de las principales conclusiones del informe es que el racismo y la xenofobia han sido el primer motivo de discriminación en la ciudad, por delante de la orientación sexual y la identidad de género. En la misma línea de SOS Racisme, el informe barcelonés constata que los casos que provienen de particulares o empresas privadas encabezan el desgraciado ranking de la ciudad. En el acto de presentación del informe, el profesor Karlos Castilla, del Institut de Drets Humans de Catalunya, dijo que “la discriminación sigue siendo una realidad en Barcelona, y hay que trabajar para cambiar eso”. La frase es extensiva a toda Cataluña, y sería deseable que los políticos catalanes desarrollasen urgentemente una política sobre este asunto más allá de cumbres solemnes y declaraciones retóricas.
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