En defensa del zoo de Barcelona
Imponer la interpretación animalista a un jardín zoológico, aparte de estar basada en argumentos esgrimidos por personajes que merecen incluirse en el intrusismo, implica consagrar un tipo de fundamentalismo con el que no comulga una parte de los barceloneses
El parque de la Ciutadella ha funcionado durante largos años como un centro de interpretación de las ciencias naturales, para utilizar un calificativo actual. La conjunción de un Museo de Geología (el Martorell), otro de Zoología (el Castell dels Tres Dragons), el Umbráculo, el Invernáculo y el Zoológico, han constituido un valioso conjunto, sin duda inspirado en el Jardin des Plantes parisiense, que ha desempeñado una eficaz labor de extensión cultural en el ámbito para generaciones de barceloneses. Todo eso son recuerdos del pasado. El Museo Martorell, el Umbráculo y el Invernáculo están en un estado deplorable.
La magnífica superficie expositiva que constituía el edificio de Domènech i Montaner (a pesar de haber sido concebido para otra función, la de restaurante) está totalmente desaprovechada al haberse transformado en depósito de colecciones. Sin duda, a toda esa desidia no le es ajena la solución del nuevo museo de ciencias naturales en el edificio Fòrum, que ha alejado peligrosamente el equipamiento del centro neurálgico de la ciudad, y sobre la que no se puede dejar de caer en la tentación de pensar que una de las razones para aquella solución fue que no se sabía qué hacer con el citado edificio. En ese desmantelamiento del conjunto naturalista de la Ciutadella parece que le ha llegado el turno al Zoológico.
Después de años de proyectos erráticos (zoo marino en el espacio del Fòrum; gran proyecto para los animales terrestres en algún punto del Vallès), comenzó la subasta a la baja (como la del pescado en la lonja): de 300 especies se pasó a 200 y ahora se habla ya simplemente de 11, en función de un proyecto de inspiración animalista. Permítaseme la boutade de decir que, de ser ese el número final de especies, muchos barceloneses tienen un zoo en su casa del que no son conscientes.
Sería el primer zoo animalista del mundo, nos dicen. Contra ese proyecto se han manifestado la Waza, organización que agrupa zoos y acuarios a nivel mundial, actualmente con sede en Barcelona, y su homóloga ibérica (AIZA). Se podría malpensar que ambas reacciones han sido fruto de un resquemor gremialista, pero resulta que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, que tan meritoria labor ha desarrollado para el mantenimiento de la biodiversidad durante muchos años, es de la misma opinión.
Analicemos: ¿qué significa un zoo animalista? Con todos los respetos que me merece la corriente de igual nombre, hay que decir que detrás de sus propuestas no hay el más mínimo rigor científico. Se trata solamente de una postura, digamos ética, sobre la relación entre el ser humano y la fauna que, aplicada en ese caso concreto, desvía totalmente la discusión respecto a lo que debe responder un zoo: criterios científicos, que incluyen el bienestar animal, y didácticos. Imponer la interpretación animalista a un jardín zoológico, aparte de estar basada en argumentos esgrimidos por personajes que merecen incluirse en el intrusismo, implica consagrar un tipo de fundamentalismo con el que es seguro que no comulga una parte importante de la ciudadanía barcelonesa. Sería equivalente a imponer criterios “morales” en un museo de arte, que implicaran dejar fuera de la vista del público los desnudos, por ejemplo.
Por supuesto que es algo que se ha dado en diferentes momentos de la historia (en el Irán de los ayatolás, por citar un caso reciente), pero creo que en ambos casos las soluciones éticas fundamentalistas son totalmente extrañas, o lo debieran ser, a una sociedad plural como la nuestra, fundada en los valores de la Ilustración, y que se supone que ha enterrado el fanatismo. Si vamos a la dimensión política del tema, la cuestión es tanto o más preocupante. Que yo sepa ninguna de las agrupaciones políticas que se han manifestado a favor del planteamiento animalista (Barcelona en Comú, PDeCat y ERC) llevaban en el programa con el que se presentaron a las últimas elecciones punto alguno que le hiciera referencia. Y pretenden imponerlo ahora, justo un mes antes de los nuevos comicios municipales, de los que puede salir una mayoría gobernante diferente de la actual.
Como soy muy mal pensado, pienso que solo se ha pensado en términos de un potencial voto que comulgue con el animalismo. Ahora bien, reflexionen señores políticos, porque también habrá con seguridad otros votantes a los que no les guste ni pizca la referida imposición fundamentalista y lo tengan en cuenta el 26 de mayo.
Adrià Casinos es profesor emérito de la Universidad de Barcelona.
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