Arte y generosidad de Mela Muter
Mujer, polaca, judía, socialista, exiliada y artista, su obra y su vida renace en una exposición de Girona, ciudad en la que vivió y catalizó el ambiente artístico, y en dos libros, uno de cartas y otro de memorias
Si quiere usted contemplar un recuerdo vívido, una imagen penetrante, en definitiva un retrato pintado del galerista Josep Dalmau (1867-1937) del que hablan todas las historias del arte catalán habidas y por haber por su quehacer vanguardista en la pacata Barcelona de su tiempo, defendiendo a Miró y exponiendo a Duchamp, no lo encontrará más que en la pintura de Mela Muter (Varsovia 1876-París 1967). Es un cuadro que la artista polaca pintó en 1911 y que desde 1958 pertenece al MNAC. Ahora está en la exposición que le dedica el Museu d’Art de Girona, una muestra muy acorde con su arte y su generosidad. No presenta únicamente sus obras sino también la de los artistas polacos de su generación, siguiendo el criterio que Muter mantuvo desde su juventud, estuviera o no exiliada. Mujer, polaca, judía, socialista, exiliada, artista siempre.
Hay tiempo hasta el 23 de abril para ver Mela Muter i els artistes polonesos a Cataluña, pero ya termina esta semana la expo que la complementa en Les Bernades, en Salt, titulada Llibertats perdudes, también a cargo de Glòria Bosch y Susanna Portell. En este caso, las historiadoras, que llevan trabajando en la reconstrucción de la trayectoria de Mela Muter desde 2006, se han centrado en sus escritos: las cartas con Rainer M. Rilke entre 1925 y 1926, cuando el poeta está ya ingresado en el sanatorio donde fallecerá, y sus memorias últimas y cartas con el periodista y activista Raymond Lefebvre, muerto a los veintinueve años en 1920 de una forma misteriosa que se podría relacionar con la súbita desaparición en accidente de otros comunistas de la primerísima época. Ya se ha publicado Cartes a la tardor de la vida, la correspondencia con Rilke, a cargo de Robert Fàbregas. Para Sant Jordi estará disponible Je m’en souviens, el segundo libro de Muter que podremos leer.
Fue una artista de su tiempo, con un amplio sentido de la generosidad que el arte debe tener para serlo de veras
Mujer, polaca, judía, socialista, exiliada, artista siempre: lo repito para no olvidarlo, y para lanzar también un aviso a tantos espectadores que se han sumado al monasterio de Pedralbes para ver la expo de Charlotte Salomon y su brillante testimonio artístico de los campos de concentración. Mela Muter no pasó por ahí, estaba ya exiliada de Polonia des de antes de la Gran Guerra. Vivió largo tiempo en Girona, donde fue, como siempre lo había sido y quería seguir siendo, una catalizadora del ambiente artístico, lo que no fue poco, pues si Barcelona era pacata con el arte moderno, imaginen Girona. Durante años la hemos tomado como una anfitriona que pintaba las vistas de la ciudad desde el Ter y luego muchas flores, que reunía a artistas y críticos en su casa, toda una señora, vaya. Lo fue, sin duda, y no porque tuviera el presupuesto necesario. Y, sobre todo, fue una artista de su tiempo, muy de su tiempo. Con un amplio sentido de la generosidad que el arte debe tener para serlo de veras. Con las calles, con las gentes, con la tristeza del mundo.
En todos sus retratos y rostros, e hizo muchos, la mirada transmite tristeza, me hace notar Glòria Bosch y no puedo estar más de acuerdo. Ella y su colega Susanna Portell van más allá: es como si todos los retratos fueran autorretratos de la pintora, un autorretrato constante. Comparte con ellos, mujeres y hombres, en su casa y en la calle, solos o en compañía, el dolor que provoca la injusticia social en unos, la soledad creativa en otros causada directamente por la desigualdad colectiva o indirectamente por el aislamiento entre sus pares (como en el caso del retrato del galerista Dalmau).
Su pintura no tiene el colorido radiante de los primeros impresionistas alemanes (ni el colorido sombrío de los segundos), los pintores del Die Brücke que eran los de su juventud, pero sí otros paralelismos. No usa prácticamente el barniz en sus telas ni tampoco la protección del cristal. Un indicio de modernidad: no trabaja para dar ningún tipo de consuelo o relación distante, que eso es lo que ofrecen el barniz y el cristal, una distancia con el tema. Pretende en cambio que no te alejes, que entres sin mediaciones en lo que te ofrece, en las pinceladas y en los colores. Tampoco es obvia, no hay en sus cuadros proclamas. Si parece discreta puede que no sea solo porque era indicado para su condición de nómada de la primera mitad del siglo XX sino también porque quiso convertir la tristeza en acogida.
En 1938, Mela Muter escribió sobre los trabajos colectivos y anónimos que dieron lugar a las catedrales medievales. En eso estaba ella, en eso radica tal vez el arte. Bueno es recordarlo, recordarla.
Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF.
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