Mentir con descaro
Conviene distinguir entre quienes apelan a nuestro raciocinio y quienes nos tratan como tontos dispuestos a dejarnos engañar
Acabamos de entrar en la vorágine de una campaña electoral tensa y a cara de perro que va a durar hasta mayo. En sus prolegómenos hemos podido ver ya algunos indicios de por dónde va a discurrir. Uno de ellos es el uso de la mentira, ahora ya sin disimulo. El otro, la apelación a la emoción antes que al raciocinio. Ambos nos sitúan en el peligroso terreno de la postverdad que tantos estragos ha hecho en elecciones como las que llevaron a Donald Trump o Jair Bolsonaro a la presidencia de sus países.
El primer indicio lo tenemos en el manifiesto que pactaron Albert Rivera, Pablo Casado y Santiago Abascal como colofón a la manifestación convocada en plaza de Colón de Madrid para “echar al okupa de la Moncloa”, en expresión del líder de Vox. Que el manifiesto fuera pura hipérbole y exageración ya no causa sorpresa. Forma parte de la deriva catastrofista que la derecha adopta siempre que pierde el poder. Pero lo más destacado de ese manifiesto no era su contenido, sino el uso descarado y evidente de la mentira. En medio de un relato completamente distorsionado de la realidad, se afirmó como si fuera un hecho indiscutible que Sánchez había aceptado “las 21 exigencias del secesionismo”, cosa que los firmantes sabían que era mentira. ¿Cómo es posible que tres dirigentes políticos que piden la confianza de la ciudadanía para gobernar el país se permitan mentir de manera tan palmaria a sabiendas de que van a ser descubiertos inmediatamente?
Hace ya tiempo que la aplicación de las técnicas de la publicidad a la propaganda política introdujo el engaño y la distorsión del lenguaje en el discurso público. Del "Espanya ens roba" al "golpe de Estado secesionista", son muchos los ejemplos recientes de este tipo de retorcimientos interpretativos. Pero el uso tan explícito y desafiante de la mentira supone un salto cualitativo que nos sitúa de lleno en el terreno de los “hechos alternativos” que invocaron por primera vez los asesores de comunicación de Donald Trump.
Si quienes pretenden gobernarnos se permiten mentirnos sabiendo que vamos a descubrir que mienten es porque dan por hecho que la verdad no nos importa. Actúan así porque están convencidos de que, en la batalla política, los hechos no cuentan. Lo que importa es el relato. Mentiras como la del manifiesto de Colón no están pensada para escandalizar al adversario, algo que se da por descontado, sino para reforzar el discurso entre los propios partidarios, en la idea de que, en un escenario político muy polarizado, cada bando aplica la máxima de que no nos importa que nos mientan, siempre que quien lo haga sea de los nuestros. Si de paso introducen dudas en el resto, todo eso que ganan.
Lo cual entronca con el segundo indicio a comentar. Se trata de un vídeo accidental en el que aparece un asesor de imagen de Ciudadanos aconsejando a Inés Arrimadas cómo debe actuar en la entrevista cara a cara que va a mantener con Irene Montero en el programa Salvados de Jordi Évole: “Lo que cuenta es la actitud”. Lo que digas no importa, no te preocupes por los hechos o los datos, la gente no se entera, le viene a decir el asesor. Las frases son muy elocuentes, igual que las risas de Arrimadas celebrando tan sabios consejos. No se trata de apelar a la razón, de convencer, sino de mover a la emoción, de seducir. Por eso no importa lo que un político diga, no importa si miente o se equivoca. Lo que importa es la actitud.
Estos dos ejemplos encajan como un guante en lo que se explica en el clarificador libro del filósofo Joan García del Muro (Good bye veritat. Una aproximació a la postveritat. Pagès editors). El autor bucea en las raíces filosóficas de la postverdad, y las encuentra en el pensamiento postmoderno, en el que se mezclan el desprestigio del pensamiento racional, un relativismo radical, la exaltación de las emociones y la supeditación de los hechos a la interpretación. En tanto que reacción a los grandes dogmas que condujeron a los totalitarismos del siglo XX y sus secuelas trágicas, el postmodernismo se caracteriza por su rechazo frontal a la noción de verdad. Así lo expresa uno de sus exponentes, Richard Rorty: en la sociedad liberal “la diferencia entre verdad y mentira es una cuestión de éxito, y al final, por eso mismo, de poder. En la retórica de las narrativas, alcanzará la verdad aquel que consiga imponer la suya”.
Si todos apelan a la emoción y todos prescinden de la verdad factual en sus relatos políticos, quien sufre es la democracia porque es imposible entenderse. Por eso conviene distinguir, ahora que empieza una nueva campaña, entre quienes apelan a nuestro raciocinio y quienes nos tratan como tontos dispuestos a dejarnos engañar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.