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BARRIONALISMOS
Columna
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Tortilla y pan

Poder contar en el extrarradio con los bares de toda la vida y encima baratos es casi un anacronismo del que gozamos (todavía) y que algunas y algunos capitalinos, seguro, envidiarán

Pedro, dueño bar Plaza, en la Calle Mayor de Alcorcón (Madrid).
Pedro, dueño bar Plaza, en la Calle Mayor de Alcorcón (Madrid).L. M.

Hace unos años, vi el documental de David Álvarez e Ivar Muñoz-Rojas La muerte del bar español y la invasión del plato cuadrado. En siete minutos, retratan eso que llaman gentrificación, el que los barrios hayan perdido identidad, para volverse iguales entre ellos, “bonitos y modernos”, aunque eso suponga, como dice uno de los entrevistados, que en los establecimientos “salgas con más hambre del que has entrado”. "¿Qué hay en un bar típico?", debieron preguntarle a otro de los propietarios de los negocios con solera, “pinchitos, tortilla, bocadillos, vinito, cañitas”, responde él. Todo en diminutivo, sí, pero en cantidad.

Hablan, también, de cómo se han intentado adaptar a los nuevos tiempos, en los que la clientela de siempre va desapareciendo, para dar paso a las nuevas generaciones que se inclinan más por beber en vaso de “mini” y por comer hamburguesas o en el aludido plato cuadrado, cuando superan cierta edad. Inevitablemente, eso les hace recordar a las personas mayores que o bien han desaparecido o bien han sido arrastradas por sus familias al extrarradio.

Y ahí quería llegar yo, claro. Aquí, a las afueras, están todos: Las y los abuelos y los bares de siempre, con una reforma de los ochenta, de los noventa o de los dos mil y por lo demás, todo igual. Ojo, no se crean que en la periferia nos negamos a avanzar.

Pincho de tortilla en el bar Plaza (Alcorcón).
Pincho de tortilla en el bar Plaza (Alcorcón).L. M.

Cuando abren un sitio nuevo en donde ponen sofás, todo muy blanco y ofrecen en la carta tostas con camembert y aguacate o sándwich con algo más que jamón y queso, vamos en tropel, sin dudarlo. No piensen que no nos emociona que haya hilo musical, cachimbas, que sirvan gin tonics con tropezones de colores y texturas sorprendentes o que hagan como en “El Fermín” de Alcorcón, en donde un día por semana, hay monólogos. Pero es que poder contar, además, con los bares de toda la vida y encima baratos es casi un anacronismo del que gozamos (todavía) y que algunas y algunos capitalinos, seguro, envidiarán.

Aquí va un ejemplo: el Plaza lleva cuarenta y dos años en la Calle Mayor. Ahora, lo regenta Pedro, hijo del hombre que comenzó con el negocio, transformando la carnicería familiar en lo que es hoy. Por su situación, puritita almendra central de la localidad, han sido testigos privilegiados de la metamorfosis que convirtió el pueblo de Alcorcón en una ciudad. Pedro ha visto, desde la barra, la construcción de varios de los edificios aledaños, cómo peatonalizaban la vía o los extintos encierros.

Varios clientes toman un tentempié en el bar Plaza, en Alcorcón (Madrid).
Varios clientes toman un tentempié en el bar Plaza, en Alcorcón (Madrid).L. M.
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Son cerca de las doce y hay varios jubilados sentados tomando un chato y una mujer desayunando. Al rato, entra un señor con cabello canoso que felicita a todos el año y el resto le responde y le llama por su nombre. “Yo llevo viniendo aquí toda la vida porque me tratan bien, hay buen vino, la cocinera es buena y siempre me ponen tapa”. Las especialidades, explica Pedro, son la tortilla de patata, los torreznos y las patatas revolconas. Rico, generoso y sin más adornos que un trozo de pan. Para qué más.

De verdad, vengan al extrarradio, que les va a encantar.

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