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Crónica
Texto informativo con interpretación

Cuarenta años de fidelidad a sí mismo

Loquillo repasó su carrera en un concierto en el que se volvió a reivindicar como un rockero ignífugo

Loquillo este viernes en el Palau Sant Jordi.
Loquillo este viernes en el Palau Sant Jordi.Albert Garcia

Pues ahí sigue, incombustible como el granito, tieso como una estaca, desafiante en su ligazón a un código de conducta que ya no está de moda en esta época líquida, con ese pelo de negro que ya comenzando a blanquear y le aguanta aún enhiesto el tupé, una proa tan retadora como esa nariz que se adelanta a su figura. Y mientras los demás caen, o simplemente tiraron la toalla hace tiempo, él, quizás mirando de reojo a lo que está de moda para hacer justamente lo contrario, sigue ahí, como una valla publicitaria que el viento no logra derribar. Y lleva cuarenta años de carrera, cifra de recuerdos infaustos en este país, cifra que a él le ha dado para doblar su capacidad de convocatoria en su ciudad en una temporada. Por fin hizo suyo el Palau Sant Jordi, donde Loquilllo dijo a los suyos que el rock es él.

Y a sus detractores, que él se ha encargado de regar con ríos de desdén, les debe dar mucha rabia. Ya solo por la pinta. Si a los mortales de a pie el tiempo baja los hombros cargándolos con años que de paso doblan la columna, Loquillo, tanto fuera como sobre el escenario, continúa insultantemente tieso, como si estuviese soldado al palo de una escoba que le recorriera la espalda de nuca a rabadilla. Siempre de negro, también fiel a sus chaquetas y levitas de toda la vida, se diría que tiene un par de cada modelo, cosa de la que sería perfectamente capaz en su comprensión de las fidelidades y siempre el mismo en la forma de moverse, coger el micro, señalar al horizonte, mirar más allá, dirigirse al público con gravedad y componer estampas a medio camino entre el rock y la tauromaquia que ya le son tan propias como su chulería de barrio. Todo cambian en el mundo menos él, aceite que no penetra el agua.

Pese a todo, el concierto comenzó con más calor y pasión en el escenario que en la pista, ya que al público, tras la inicial Rock and Roll actitud, le costó entrar en el concierto. Sí, estaban allí, pero les costó entregarse a su figura, que en su actuación en el Sant Jordi Club el año pasado les sometió a las primeras de cambio. Se puede decir que hicieron falta una docena de canciones como de calentamiento, que se comenzó a dar por concluido con una toma de acento acústico de Brillar y brillar y, ya definitivamente, con Rompeolas. Con una producción de vídeo inusual en su carrera, más efectiva que imaginativa, Loquillo quiso completar el menú visual, que pese a todo recayó, como cuando no hay proyecciones, en su figura. Su “hola Barcelona, aquí me tenéis”, fue como gritar, “aquí está vuestro hombre, no dejéis de pasar la ocasión”.

Amante de la desmesura en muchas facetas de su vida, el repertorio fue largo, treinta y seis canciones con bloques sabiamente distribuidos de sus éxitos de los ochenta, verdadera gasolina del motor. Y no es que Loquillo no haya logrado éxitos posteriores y logros reseñables, pero la reacción de su público en la traca Rock suaveCarne para LindaEl ritmo del garaje, indicaron bien a las claras dónde está el granero emocional y estético de su público, la bandera a la que rinden fidelidad eterna. Tras la siguiente composición, “El rey del glam”, un descanso indicó que la juventud de la mayoría de los presentes ya se recuerda, no se ejerce, todo y que Igor Paskual, guitarrista al que Loquillo definió como su hermano, sigue optando al título de pintas oficial del rock español, allí con el pecho al aire gracias a una camisa desabotonada, sobrero de reminiscencias nazis, boa roja y falda negra. Evocaba lejanamente a Charlotte Rampling en Portero de noche, pero con pelo en el pecho y en vasco.

La segunda parte del recital siguió los pasos de la primera pero con la parroquia ya enchufada. Lástima que el mejor sonido se guardase para la pista y las zonas bajas de los graderíos, donde la potencia de la banda llegaba con la contundencia deseable. Desfilaron las colaboraciones de Sabino en Rock and roll star, cuya presencia recordaba al halcón que los cetreros muestran en su brazo, y de Leiva, que bajo su sombrero compareció en dos piezas más. Pildorilla ideológica al presentar a sus músicos “mientras unos restan y otros dividen, yo prefiero sumar”, dijo antes de poner de manifiesto la variedad de sus orígenes peninsulares, y una traca final con homenaje a sus mayores, sonó Mi calle de Lone Star, y ya habían sonado recuerdos a Johnny Halliday, Johnny Cash y The Clash, un La mataré que solo alguien tan seguro de sí mismo puede seguir cantando hoy, en tiempos de palabras milimetradas, un autoreferencial Feo, fuerte y formal y la postre Cadillac solitario que dejó de manifiesto que Loquillo está en forma. Se diría que lleva 40 años en forma. Siendo él mismo, pese al mundo.

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