El retrato de las víctimas violadas en la República Democrática del Congo
La exposición 'Mujeres que rompieron el silencio', de la fotógrafa Concha Casajús, pone cara a la lucha femenina por la supervivencia en el país centroafricano
Charlotte fue secuestrada y utilizada durante dos años como esclava sexual; Emiliane fue torturada mientras su marido moría asesinado; Behati Furaha, violada delante de sus seis hijos y después abandonada por su familia. Tuliya tuvo que presenciar como asesinaban a su marido poco después de casarse con tan solo 13 años, y después fue obligada a comerse sus orejas. Estos son solo cuatro de los casos que da a conocer Mujeres que rompieron el silencio, una exposición de la fotógrafa madrileña de 61 años Concha Casajús que denuncia las violaciones sistemáticas que sufren las mujeres en la República Democrática del Congo.
El país centroafricano es una de las zonas más ricas del mundo. Sin embargo, los combates de las diferentes fuerzas armadas instaladas en el territorio por el control de las riquezas naturales, como el coltán, no cesan. Todo esto provoca que la mayoría de la población viva situaciones de miseria extrema, habiéndose convertido los saqueos, asesinatos y mutilaciones de mujeres y niñas en un arma sistemática.
“Es una zona que está superpoblada. Y estos ejércitos someten a la población a base de terror, sobre todo a las mujeres”, cuenta Casajús. La fotógrafa, que ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional en África, pone rostro a 18 de ellas, a las que presenta y da voz hasta el próximo 18 de enero en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Minas y Energía (Ríos Rosas, 21, Madrid) -permanecerá cerrado entre el 22 de diciembre y el 8 de enero-. El horario de visita es de 8.30 a 20.30 de lunes a viernes y los sábados de 9.00 a 14.00.
De la mano de la Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2014, la periodista africana Caddy Azdzuba, la fotógrafa española ha podido adentrarse y unir a varias de estas mujeres, consiguiendo conocer su historia y que se atrevan a hablar. “Sin ella habría sido imposible, ha sido mi introductora y la que ha conseguido que se abran”, asegura la fotógrafa. ”Cuando la conocí en 2014 nos dijo que nadie había ido allí a fotografiarlas. Y enseguida nos fuimos con ella. Era tan angustiosa la situación que había que hacer algo”.
Cada fotografía muestra una historia personal. “Son muy valientes, luchan y salen adelante a pesar de todo lo que les ocurre. Simplemente el hecho de darse a conocer es gran paso”. Las imágenes van acompañadas de las declaraciones de las afectadas, junto con sus nombres. Además, la exposición combina las fotos con los versos de un poema que la escritora María Eloy García escribió con los sentimientos que le despertaban esas imágenes.
Casajús denuncia, a través de estos retratos, la situación de indefensión que viven las mujeres africanas, a las que considera el corazón de la familia, de la economía y de la sociedad. “Son mujeres a las que han roto sus órganos reproductores, que no pueden tener hijos, seres que pueden contagiar enfermedades peligrosas, el marido las abandona a ellas y a sus hijos. Quedan abocadas a la miseria y a la exclusión social. En muchos casos resisten como pueden, callan y siguen hacia adelante, es increíble la fuerza que tienen”, argumenta la fotógrafa.
Unos hechos que se han agravado en los últimos tiempos, afectando cada vez más a las menores de edad. “Es muy normal encontrar las miradas de desconfianza y de dolor en las adolescentes. Cuando les miras a los ojos y ves ese miedo te preguntas que le habrán podido hacer. Es desgarrador”, profundiza.
Pero no solo las violaciones atormentan la vida de las congoleñas. La antropofagia y la hematomancia han pasando a formar parte de la vida cotidiana de esta región del centro de África. “En África mucha gente tiene miedo a los chamanes. Pero hay que señalarlos, porque si ellos renunciaran a esas creencias trasnochadas, se acabaría con mucho de estos casos tan salvajes”, detalla la fotógrafa.
La exposición finaliza con un vídeo que repasa todas las historias personales. “Se trata de darlas a conocer y no tapar la miseria. Que la gente que pase por allí se haga preguntas y se inquiete por lo ocurre. Porque si no las conocemos, es como si no existieran”, concluye.
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