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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los réditos de la gesticulación

El soberanismo catalán se resiste a interrogarse sobre su papel como galvanizador del nacionalismo españolista

Enric Company
Manifestación a favor de la unidad de España en Barcelona.
Manifestación a favor de la unidad de España en Barcelona.

El ascenso de las derechas en las elecciones del domingo en Andalucía ha echado por tierra las tibias y cautelosas esperanzas con que el movimiento soberanista catalán propició y acogió hace medio año la caída del Gobierno de Mariano Rajoy y su sustitución por el de Pedro Sánchez. La posibilidad de un reenfoque positivo del conflicto constitucional que entonces se abrió aparece hoy más difícil que la semana pasada.

No es solo por la irrupción de Vox, el partido nacionalista fundado por Aleix Vidal-Quadras junto con otros dirigentes rebotados del PP. Ni tampoco por el batacazo de los socialistas. Lo que tras la votación han destacado los portavoces de los partidos soberanistas es que, al fin y al cabo, los dirigentes y los simpatizantes de Vox eran los acompañantes habituales de los líderes de Ciudadanos, PP y PSC en las cabeceras de las grandes manifestaciones anti independentistas convocadas en Barcelona. Los dirigentes de ERC y PDeCat recordaban ayer que, para ellos, la alianza de los tres partidos de las derechas españolas es un hecho desde hace tiempo. Esta reacción indica, o al menos eso parece, que el soberanismo catalán tiende a ratificarse en la convicción de que las fuerzas españolas dialogantes, moderadas, pactistas y federalistas están en retroceso en España. Piensan que son débiles y minoritarias, que no quieren o no se atreven a enfrentarse al ultraespañolismo y que, por lo tanto, poco o nada cabe esperar de ellas.

Visto desde Barcelona, este es uno de los aspectos más negativos e incluso alarmantes de la nueva coyuntura política: la ratificación de las peores percepciones acerca de la fuerza del moderantismo en España. Lo llamativo del caso es que, al mismo tiempo, el soberanismo catalán se resiste a interrogarse acerca de su propio papel como galvanizador del nacionalismo españolista. Es un caso de ceguera suicida. La movilización del españolismo ultra fuera de Cataluña saltó a las calles y a las pantallas de televisión con las manifestaciones, iniciadas hace más de un año precisamente en Andalucía, al grito de ¡A por ellos! cuando despedían a los contingentes policiales enviados a Cataluña. Pero era una revitalización del añejo conservadurismo ultraespañolista tan fácilmente detectable como tozudamente desdeñada por los partidos independentistas. Los soberanistas han encajado ahora con incomodidad el papel de feos protagonistas pasivos que estas fuerzas les han dado en la campaña electoral andaluza.

El recalentamiento de este sector del españolismo se produce, además, en el contexto propicio que ofrece el auge de movimientos similares en muchos países europeos. En el caso español, sin embargo, está bastante claro que la revitalización del nacionalismo ultra se produce en los últimos años en paralelo al incremento de la gesticulación del independentismo catalán. Se alimenta de ella. La alocada huida hacia adelante con que el movimiento independentista ha respondido a cada una de las negativas con que ha chocado la demanda de autodeterminación ha propiciado la correspondiente subida la temperatura del españolismo.

Ciudadanos y Vox, los dos partidos que el domingo registraron importantes alzas electorales, son precisamente los que más han gesticulado en torno al conflicto catalán. Son los que más se han beneficiado del permanente estado de agitación en que los independentistas se mantienen. Lo más sensato sería, probablemente, que a la vista de las pulsiones que agitan al electorado español en comunidades tan significativas desde el punto de vista demográfico como Andalucía, los partidos soberanistas catalanes asumieran que para sus propios intereses es mejor facilitar la estabilidad del Gobierno de Sánchez. Eso significaría activar ahora un papel moderador en la política española, algo que cada vez parece más ajeno a las preocupaciones de unos dirigentes entregados al activismo. Sus preocupaciones principales son otras. Al negarse a aprobar los presupuestos generales del Estado del Gobierno de Sánchez el PDeCat y ERC han puesto los decisivos escaños que sus diputados ocupan en el Congreso en el plato equivocado de la balanza. Sin embargo, en sus manos está allanar el principal obstáculo con que las derechas pretenden lograr que Sánchez tire la toalla y convoque elecciones. Muchos observadores opinaban hasta el domingo pasado que, en realidad, lo más beneficioso para el PSOE sería precisamente adelantar las elecciones generales antes del que el PP pudiera rehacerse de sus descalabros judiciales. Pero los resultados de Andalucía han sacudido el tablero y ahora todo está en el aire.

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