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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La vida sigue igual

Que a causa del pacto Sánchez-Casado se haya conocido el nombre de quien ha de presidir el Poder Judicial antes del listado de los miembros del organismo que debe votarle, es otra muestra de zafia gestión

Josep Cuní
Carlos Lesmes y Manuel Marchena en la inauguración del año judicial.
Carlos Lesmes y Manuel Marchena en la inauguración del año judicial. ULY MARTÍN

No aprenden. Pasan los años, las legislaturas, el tiempo y sus enmiendas. Nos dicen que toman nota, que escuchan el clamor de la calle. Insisten en que todo debe cambiar, que la ejemplaridad ha de imponerse a la impostura, la transparencia a las maniobras debajo de la mesa. Persisten en que debemos preocuparnos por el auge de los movimientos radicales, de derechas o de izquierdas, de partidos que se aprovechan de la democracia hurgando en sus fisuras para acabar con ella. Predican la ejemplaridad que no practican y actúan con el cinismo que condenan. Blanden la hipocresía que desprecian en los otros porque sigue habiendo una diferencia substancial entre lo propio y lo ajeno, lo que pueden controlar y lo que no les preocupa, si es que queda algo importante fuera de su órbita.

El poder. La política canalizada a través de las maquinarias de los partidos y sus largos tentáculos insiste en que todo debe ser distinto pero llegado el momento de la decisión, ¡ay¡ qué frágil es la coherencia, que sutil la opinión, que distinta la mirada y diferente la posición. No aprenden. Y quien hubiera creído lo contrario por fe más que por razón, concluye que no. Que no se le pueden pedir peras al olmo.

¿Cómo pretenden limpiarle la cara a una justicia ensombrecida por los errores de sus responsables?

Será la naturaleza o el ADN de la gestión pública. Será la obligada mirada panorámica que los demás no tenemos. Será el interés desinteresado de ceder a una presión o presionar para conseguir una cesión. Será. Pero lo cierto es que a ojos de la ciudadanía el político es este espécimen que sigue tropezando con la misma piedra una y otra vez hasta aparecer como el descalzo en la cantera pero que quiere convencernos de su constancia por su entrega incondicional a la causa del bien común. O, en su defecto, al mal menor de su decisión.

Primero copiaron burdamente a Maquiavelo convirtiéndose en aprendices de príncipe. Después ridiculizaron a Montesquieu y su separación de poderes y se pasaron a Oscar Wilde creyéndose que la única ventaja de jugar con fuego es que uno aprende a no quemarse. Todavía no saben que ese período también pasó, que aquel genio del ingenio ha sido corregido por el cambio de siglo y la facilidad para saberlo todo de todos y que las formas son fondo como insiste el experto en comunicación política Antoni Gutiérrez-Rubí. Que las dos caras lo son de la misma moneda y se perciben claramente mientras vuela antes de caer al suelo

Pero algo debe quedar del sentimiento de impunidad del que han disfrutado largamente. De lo contrario, habrían corregido los errores y velarían las armas de la decencia con mayor sigilo. Tampoco lo han hecho ahora con la justicia. Esa tercera pata del estado de derecho tan fatigada como las otras dos pero en la que recaían las pocas esperanzas que le quedan al ciudadano de a pie por si algún día queda atrapado en sus redes.

Es habitual en las democracias pactar y nombrar a los máximos responsables del poder judicial. También los de los organismos independientes. La diferencia sustancial entre nosotros es que no concurren ni el carácter vitalicio que, por ejemplo, tiene un miembro del Supremo norteamericano ni su capacidad para alejarse del prejuicio partidista que le acompañó antes del nombramiento. Una consecuencia del principio de responsabilidad que ampara la ética protestante de Max Weber.

Si a los jueces les enoja tanto la ética como la estética, ¿qué no debe sentir el común de los mortales?

Que a causa del pacto Sánchez-Casado se haya conocido el nombre de quien ha de presidir el Consejo General del Poder Judicial antes del listado de los miembros del organismo que debe votarle, más que una falta de respeto a los elegidos es otra muestra de zafia gestión. Porque si en teoría deben ser esas veinte personas las que elijan a su jefe, que lo será del Supremo, que menos que darles la oportunidad de cumplir con su obligación con la cabeza bien alta. Tampoco. ¿Cómo pretenden entonces limpiarle la cara a una justicia ensombrecida por los errores de sus responsables?

Los socialistas justifican que Manuel Marchena, el ungido, sea conservador con el detalle de que la mayoría del consejo será progresista. Los populares loan su carrera y se cuelgan la medalla de que nada cambia. A los independentistas se les vende el pacto como un cese por elevación de quien debía presidir la sala del juicio por el 1-O a favor de alguien menos encolerizado. Y a Podemos de que se aúpa al juez que acabó con las clausulas suelo. ¿Todos contestos? No. Las asociaciones de jueces y magistrados han hablado de nuevo con una sola voz. Si a ellos les enoja tanto la ética como la estética, ¿qué no debe sentir el común de los mortales?

“Al final, las obras quedan las gentes se van. Otros que vienen las continuaran. La vida sigue igual”. ¡Qué lúcido fue Julio Iglesias!

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