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CRÓNICA
Texto informativo con interpretación

‘The Good Fight’ y la lluvia dorada

La serie dibuja una Casa Blanca delirante, sin norte y agresiva con sus oponentes

Tomàs Delclós
Protagonistas de ‘The Good Fight’.
Protagonistas de ‘The Good Fight’.

Los creadores de The Good Fight no esperaban la victoria de Donald Trump y tuvieron que reacomodar la serie a la nueva situación política. Y lo han hecho a conciencia. Los capítulos se titulan en función de los días que lleva Trump en la Casa Blanca (408, 415....), más de una dama frecuenta los pussy-bow, un visible lazo que Melania Trump lució en determinados momentos de la campaña. Pussy quiere decir gatito, pero también coño y es esta acepción la que tomaron las redes sociales para interpretar la decisión de armario que tomó la esposa del candidato cuando obtuvo mucha notoriedad un sucio vídeo de Trump sobre su éxito como seductor a la hora "de coger el coño" a las mujeres. En los títulos de crédito, una televisión de plasma con la imagen de Putin revienta y también lo hace otra plasma... con la de Trump. Y una de las protagonistas, Diane Lockhart, dice fatigada que no sabe si podrá aguantar tres años más con el presidente que tiene...

Pero la serie no se para en menciones más o menos episódicas. Un capítulo está dedicado al esfuerzo profesional que hace el bufete de abogados protagonista para conseguir el contrato del Partido Demócrata si se decide por el impeachment. Y el noveno, todo entero, gira sobre la autenticidad de un vídeo de Trump en un hotel de Moscú con prostitutas donde uno de los juegos es la lluvia dorada.</CF> Al final —la productora podría picarse los dedos— llegan a la conclusión de que es falso, una conclusión no muy sólida porque una alta funcionaria el Partido Demócrata se guarda una copia para octubre de 2020, el año electoral.

La serie dibuja una Casa Blanca delirante, desnortada y agresiva con sus oponentes. Pues bien, The Good Fight no es una producción alternativa que quizás llegue al Sudance Festival. Lo emite el canal de suscripción de la CBS. Y la dureza de su crítica se da fundamentalmente porque sus argumentos y situaciones son verosímiles, no es una comedia espenpéntica. ¿Por qué no tenemos aquí una televisión que pueda, de saber tienen que saber, hacer este tipo de propuestas? ¿Sumisión política y puritanismo social? The Good Fight se harta de hablar de la lluvia dorada</CF> y en Barcelona la oposición intentó organizar un escándalo porque la directora de comunicación de Ada Colau protagonizó hace años una performance orinando al asfalto. Esto era como integrante de un colectivo sobre sexualidad y feminismo. Curiosamente, nadie recordó que Carles Santos —¡ay como te añoramos!—, en la ceremonia inaugural del Reloj ilusorio de Joan Brossa en el Poliorama (1985), presentó una soprano orinando sobre un gran tambor. Una presentación con alguna dificultad técnica con la manguera que tenía que garantizar un rato y una fuerza de percusión más allá del que puede ofrecer la naturaleza.

Pero sin ir tanto lejos, Jan Fabre, este verano en el Grec presentó el espectáculo Belgian rules, sobre su país, donde una de las actrices orina sobre el escenario, consecuencia lógica de vivir cerca del Maneken Pis y en una tierra donde se bebe mucha cerveza (orina sagrada), y lo subraya el montaje que suministra esta bebida sin restricions a la troupe. Se trata de un espectáculo, irónico, kilomètrico y crítico con Bélgica, una patria que ama con todas sus contradicciones, que expone sin miedo, desde el pasado colonial a la venta de armas. Una declaración de amor felliniana. Una propuesta que se sirve de los carnavales y del surrealismo, un patrimonio también belga. Al espectador extranjero seguramente se nos escapan el sentido de algunas imágenes. Por ejemplo, los paseos de un erizo que, según Fabre, es una alusión al ciudadano belga.

Para Fabre, su espectáculo no es una historia sobre los nacionalismos, más bien sobre su deseable ausencia. En un tiempo de fronteras y miedo, “en Bélgica hay que mostrar nuestra fuerza y vulnerabilidad”, ha dicho. Una ausencia que se refleja en el juego final de banderas, que hacen bailar como en Siena. Primero de todos los colores y después solamente la bandera blanca que no es de rendición. Es de paz. Un montaje que ha recibido un montón de premios menos en su país donde Jan Fabre sufre el odio y las agresiones de la ultraderecha nacionalista flamenca. De hecho Fabre (ahora también acusado de asediar y humillar a sus artistas y empleados) considera que no hay un movimiento de exaltación belga, nacionalista. Sí, en cambio, en la extrema derecha nacionalista flamenca...

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