Vaya día. Horroroso. Del Grupo Jubilata del que me honro formar parte soy el más osado y avezado en las misteriosas, frondosas y peligrosísimas aventuras de la informática y, más concretamente, de la ofimática. Me ha costado mucho sufrimiento, infinita dedicación, errores para reventar y un amor al que el puñetero ordenador no me ha sabido corresponder, hasta el punto de que alguna que otra vez lo he venerado y otras, quizás sin razón y por mi torpeza, me he cagado en él hasta el punto de blasfemar, eso sí, en sánscrito.
Lo ratifico porque hace unos días el ordenador, de pronto, hizo bluffff, y se apagó, sin yo tocar ni una sola teclita. Hice de todo, lo acaricié, le hablé dulcemente, le di al on/off unas doscientas veces a ver si resucitaba, pero que si quieres arroz Catalina.
Yo me dije: esto va a ser un infarto. Desesperado y angustiado llamo a un amigo con saberes y poderes extraños y me dice que se habrá caído el sistema.
Casi ná.
Finalmente llamé al garante del estropicio, al que me lo vendió y, por su ineptitud, al Servicio Técnico Oficial. Después de cientos de llamadas a no sé cuántos contestadores que me contestaban con voz metálica insistiendo en si es para no sé qué, marque el 1, para lo otro, marque el 2, y así hasta el 10 o el 12. A final, casi desesperado, se pone un humano, o humanoide, ya no lo sé.Me saluda y, tras mi breve exposición acerca del bluffff o apagón de la máquina, me pregunta. ¿Usted qué cree que le pasa?
No me pude aguantar. Yo creía que estaba de broma y seguí con la chanza, así que en tono jocoso, parafraseando la respuesta que me dio mi padre cuando, con 12 años, le pregunté que qué le pasaba al coche que se había parado, le solté algo así como: “Yo creo que se le ha ido el latiguillo del compresor, quizás por la flojedad de la abrazadera, además de que el chiclé de baja está embornado. Parece que pierde algo de aceite”. El técnico quedó alucinado y me dijo que si se lo podía repetir y así lo hice, pero noté cómo resonaba mi voz en mi propio teléfono y es que el muy puñetero había puesto manos libres y lo estaba oyendo toda la sala de técnicos. La risotada que se oía era gloriosa, presumiblemente me grabaron para ponerlo en el capítulo “bromas de la informática”. Menos mal que me lo tomé con calma.
Al final se arregló solo y es que el contenido del disco duro “pesaba mucho”, tenía muchos kilonoséqué. ¡Tate, el problema tan de moda, el sobrepeso! Para adelgazar el sistema tuve que eliminar, sobre todo, las fotos de mis amigos más obesos y las de algunas cuñadas, mórbidas ellas, y también la de amigos pesados y, lo confieso, alguna que otra guarrería española.
Por ahí debí empezar. Qué alivio.
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