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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La máquina del tiempo

Tal día como hoy del año pasado, nadie sospechaba que al siguiente la Guardia Civil entraría en el Departamento de Economía

Josep Cuní
Concentración en el Departamento de Economía , el 20 de septiembre.
Concentración en el Departamento de Economía , el 20 de septiembre.Albert Garcia

El tiempo es la distancia más corta entre dos lugares. Lo dejó escrito Tennessee Williams en El zoo de cristal y la frase ha hecho tanta fortuna como la obra de teatro llevada al cine por Paul Newman. Quizás porque es tan difícil definir el concepto como escurridizo su paso. De hecho, más que transcurrir, la sensación es que el tiempo se nos escapa a causa de la intensidad con la que lo vivimos y la devastación y descontrol que nos provoca su tránsito.

La comprobación, de tan fácil, es simple. Miremos hacia atrás sin ira y nos daremos cuenta de los cambios sufridos por todos nosotros durante los últimos 12 meses. El período entre Diadas, por ejemplo. Y más allá de los efectos personales e intransferibles, nos percataremos de los cambios económicos, sociales y políticos que concluyen la primera gran crisis global a partir de la caída de Lehman Brothers.

Tal día como hoy del año pasado, nadie sospechaba que al siguiente la Guardia Civil entraría en el Departamento de Economía de la Generalitat para buscar información sobre el referéndum convocado. Y nadie temía que de aquella intervención se derivaría una gran concentración que llevaría a los Jordis a pedir calma sobre un vehículo policial. Y que de aquella acción se desprendería una instrucción judicial que les mantiene en prisión preventiva.

Por supuesto que tampoco nadie preveía que la jornada del 1 de octubre fuera la viva imagen de la represión que dio la vuelta al mundo. Incluso los convocantes dudaban de su propia propuesta de un referéndum ni legal ni acordado. Fue por esto por lo que nadie dio por buenos los resultados fruto de un censo, una participación y un escrutinio sin garantía ni rigor. De hecho, un número importante de catalanes acudieron a las urnas más por reacción que por convicción. También por eso ningún país ha dado carta de validez a aquel escrutinio hasta hoy. Y también por eso, Puigdemont perdió la gran oportunidad de redefinir su hoja de ruta antes de su gran error político: no convocar elecciones.

Y es que el 19 de setiembre de 2.017, ni el presidente de la Generalitat ni sus consejeros hubieran apostado un euro por el dramático destino que les aguardaba. Y, en cualquier caso, hubieran apartado aquel cáliz de amarga hiel de sus bocas. Tanto es así, que de la improvisación con la que actuaron dan cuenta sus propios testimonios y los excelentes trabajos periodísticos que los han acompañado. Nunca sospecharon que España se lo tomaría tan en serio como lo hizo porque no supieron calibrar la fuerza del estado. Por eso, hace hoy un año, Bélgica era sólo el país que comparte capital con la Unión Europea, y Waterloo un histórico campo de batalla y el título de una canción de Abba ganadora de Eurovisión antes de la muerte de Franco.

No es especular escribir que Quim Torra ni soñaba con la pompa que hoy le rinde honores porque no sospechaba que el efecto del 155 convertido en cita electoral ratificaría la mayoría parlamentaria del independentismo a pesar, muy a su pesar, de la victoria de Ciudadanos. Tampoco Pedro Sánchez se imaginaba el golpe de efecto que le esperaba y que le llevaría a la Moncloa, a departir con los líderes mundiales y a celebrar los 100 días del cargo como quien celebra una efemérides. Puede que lo deseara, por supuesto que lo perseguía, pero a las puertas del otoño no hubiera jurado sobre su tesis doctoral que lo conseguiría en los meses del esplendor en la hierba.

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El mismo Mariano Rajoy que hoy hace bromas sobre los políticos como si no hubiera pertenecido al clan amagaba con retirarse del doble control que ejercía —partido y Gobierno— y Soraya Saez de Santamaría aspiraba a sucederle haciendo creer que la operación diálogo daría los frutos que nunca dio porque se olvidó de regar adecuadamente el árbol de la vida política que al final lo fue de su muerte. Ni siquiera el Rey, hace hoy un año, imaginó pronunciar el discurso que le alejaría de la gran mayoría de catalanes que tampoco quisieron entender que un supuesto presidente de una república española hubiera actuado igual. Cuestión de Estado. Ni Aznar que comparecería en el Congreso para intentar desmentir lo que casi todos los españoles creen. Que no ignoraba sabía cómo trabajaba la banda.

Los lanzados independentistas que entonces advertían que había que ir a por todas, eran considerados unos descerebrados a ojos incluso de los responsables de los partidos políticos y organizaciones que les instaban. Y quienes amenazaban con las consecuencias más drásticas contra ellos ni se imaginaban que su credibilidad estaría hoy bajo sospecha por un máster supuestamente amañado y un currículum dudosamente enriquecido.

Definitivamente, la máquina de nuestro tiempo que mejor define la política española es… la Thermomix!.

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