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OTRES

Niños que visten de Blancanieves

Readaptando lo que dijo Jane Jacobs, gran urbanista, tiene que haber ojos en las aulas

Chenta Tsai Tseng

Todavía siento una afinidad especial hacia aquel lugar que llamé mi hogar hasta los 12 años: Vallecas. Todo, desde la primera muñeca que me compró mi padre en el Don Dino de la Avenida de Albufera, hasta mi primer vestido -confeccionado por mi vecina Mari, con quien pasé la mayoría de mi infancia soñando y paseando por los grandes bazares y mercados cercanos-. de todos estos lugares, al que más cariño tengo es a la academia de ballet y kárate que estaba al lado de casa.

Aquella academia fue un espacio seguro para mí, un lugar de refugio al salir de clase. Como uno de muchos niñes que eran, bajo la mirada normativa, “diferentes”, el colegio era un lugar hostil para mí. Inconscientemente sabíamos que éramos “diferentes”, y no teníamos vocabulario, ni referentes ni el conocimiento para defendernos.

Ir al colegio evidenciaba aún más las diferencias: las miradas extrañadas de padres y madres, las pequeñas (y grandes) segregaciones que se creaban en el aula por ser el único este-asiático de todo el colegio, aquellos padres que no dejaban a sus hijos jugar conmigo por ser racializado o porque iba vestido de Blancanieves en las fiestas... Y lo peor era sentir que el problema era solo mío.

Durante una de las clases en el cole, nos pusimos en un círculo achinando los ojos cantando El chinito chin chun fa.

Afortunadamente aprendí a utilizar estas experiencias a mi favor y a empoderarme con ellas. Como dice Esty Quesada [youtuber del canal Soy una pringada], “No desperdicies el dolor, es lo único que os salvará de una vida mediocre”. Pero este empoderamiento no justifica ningún acto de opresión.

La academia de ballet y kárate era un espacio seguro no solo porque yo no era el único racializado de la clase, sino porque era un lugar donde no se evaluaba ni discriminaba por orientación sexual, color de piel o por el origen de tus padres. Un lugar donde podía vestirme como quisiera sin miedo al bullying o ir con los tacones de mi madre y bailarme todas las coreografías de las Spice Girls (gracias, mamá y siento haber desmontado tu armario tantas veces).

Un lugar donde temas como el racismo o la disidencia sexual se hablaban de forma abierta, educativa y respetuosa. Donde se denunciaba la intolerancia, donde había aliados que sabían que para que su hijo tuviera una buena educación, no solamente tenían que cuidar de sus propios hijos, sino también de su entorno y de los demás. Readaptando lo que dijo Jane Jacobs, gran urbanista, tiene que haber ojos en las aulas.

Ojalá más sitios fueran como esa academia. Espacios seguros donde permite a los niños crecer y descubrir quiénes son.

El otro día pasé por Vallecas de nuevo y vi que este lugar tenía colgado un cartel de SE ALQUILA. Espero que no se transforme en otro Starbucks.

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