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Jazz / Chano Domínguez Trío
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Caricia para las estrellas

El pianista gaditano afronta en el Central la semana perfecta para disfrutar de su imaginación ecléctica

Chano Domínguez, ayer, en el café Central de Madrid.
Chano Domínguez, ayer, en el café Central de Madrid. Javier González

Chano es mucho Chano, se le enfoque desde donde se le enfoque. Solo con su mente preclara y el más sincero eclecticismo pueden afrontarse tres semanas del tirón en el Café Central sin encallar en la obviedad o el discurso reiterado. Pero puede que la fórmula que echó a andar ayer y se prolongará hasta el domingo, la del trío junto al contrabajista Javier Colina y el joven batería Michel Olivera, suponga la bisectriz más perfecta de todas, el equilibrio aristotélico entre el protagonismo individual y el abrazo consensuado. Al pianista gaditano no se le adivinan ahora mismo costuras ni límites; por lo atisbado anoche, el vuelo de esos diez dedos privilegiados puede terminar sirviendo como caricia para las estrellas.

Chano Domínguez es, ante todo, un melodista. Sus hallazgos como tal propician el tarareo, el acercamiento cálido a ese universo casi inabarcable de combinaciones en torno a las 88 teclas blancas y negras. Pero luego irrumpe en escena esa facilidad pasmosa para transformar el sendero en laberinto, para enriquecer el camino con todo tipo de paisajes, matices y recovecos. Así sucedía con la inaugural Marcel, página propia y lindísima de amor paternofilial que acaba dejando hueco a digresiones varias y un gran solo de ese gigante, en todos los sentidos, llamado Colina.

Porque Colina y Domínguez, tantas veces aliados, encabezarían cualquier listado solvente de tesoros jazzísticos nacionales. Los dos son viejos lobos con la sonrisa pilluela de los más canijos. Ambos se enfrascan en una relación con sus instrumentos casi sensual, delicada pero ardorosa. Teclas y cuerdas como cuerpos cálidos, como un pálpito que bien merece la pena amplificar. Olivera, acompañante reciente y hasta inesperado, desempeña un papel más discreto, pero no gregario: los diálogos al final de la primera parte de la noche fueron un despliegue de imaginación polirrítmica sencillamente delicioso.

Celebra Domínguez estos días sus 40 años de oficio, más incluso que cuantos puede acreditar el mítico café que estos días le acoge. Cuesta creer que alguna vez haya conocido el cansancio o la rutina. Ayer se comportó como un chiquillo disfrutón, siempre impregnado de brisa y salitre. Abordó Freddie Freeloader, página inolvidable de Miles Davis, enriqueciendo con borbotones de swing y expresionismo el blues de la receta original. Así sucede a menudo: Chano encuentra condimentos inesperados donde cualquier otro chef del piano solo aplicaría un pellizco de sal y pimienta. 

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