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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Adoctrinamiento banal

El informe del Síndic señala que la escuela ha sido uno de los instrumentos fundamentales de construcción nacional

Albert Branchadell
Alumnos preparando carteles para el referéndum del 1 d'octubre.
Alumnos preparando carteles para el referéndum del 1 d'octubre.Claudio Alvarez (EL PAÍS)

El pasado mes de julio el Síndic de Greuges publicó un informe para refutar que en las escuelas catalanas se practique el adoctrinamiento. El informe transmite una cierta sensación de precipitación, fruto sin duda del oportunismo político. Entre otras cosas, no utiliza bibliografía sobre el tema del adoctrinamiento escolar, más allá de una recóndita Teoría de la educación publicada por la UNED hace 24 años, a partir de la cual el Síndic se siente autorizado para afirmar que “hay un cierto consenso en la comunidad científica” sobre las características que deben concurrir para que una acción sea considerada adoctrinamiento.

Con estas características al frente, entre las cuales está la imposición de los contenidos adoctrinadores “con coacción o violencia implícita o explícita, simbólica o física”, el informe resulta un poco previsible. En las escuelas catalanas no hay adoctrinamiento hardcore: no se obliga a los alumnos a izar estelades, ni se les fuerza a cantar Els Segadors con la mano alzada mostrando cuatro dedos o posada en el corazón. En las clases no se imparten asignaturas comparables a la Formación del Espíritu Nacional, ni se conmina a los alumnos a recitar los preceptos de ningún catecismo independentista. En esta línea, es cierto que el tratamiento de los hechos del mes de octubre de 2017 en las aulas catalanas —con alguna excepción que el mismo Síndic señala— no constituyó una verdadera operación de adoctrinamiento.

A pesar de su previsibilidad, el informe del Síndic contiene algunas reflexiones interesantes. El Síndic reconoce que históricamente la escuela ha sido uno de los instrumentos fundamentales de construcción nacional, y a través de los contenidos curriculares ha incidido e incide, directa o indirectamente, en la construcción de la identidad nacional de las personas. En este sentido, dice el Síndic, “cabe valorar hasta qué punto el currículum escolar promueve determinados procesos de identificación nacional”.

En este asunto el Síndic se da por satisfecho desacreditando el nada riguroso informe perpetrado por el oscuro sindicato AMES (Acció per a la Millora de l’Ensenyament Secundari) sobre libros de texto de 5º y 6º de Primaria. Pero la verdad es que si el Síndic se propusiera investigar a fondo la cuestión le saldría otro informe previsible. Con la misma rotundidad con que se puede afirmar que la escuela catalana no adoctrina en el sentido fuerte del término, se puede sostener que la escuela catalana incide en la formación de identidad nacional de las personas.

Esta cuestión se zanjó en una tesis doctoral de 1996, que analizaba la política lingüística escolar en los años dulces del pujolismo (1984-1995). Su autor se proponía “esclarecer si la política lingüística en la enseñanza obligatoria, que ha consistido en promover activamente y maximizar la presencia y uso de la lengua catalana en la escuela, y que ha sido diseñada e implementada por una fuerza política nacionalista catalana [LÉASE CIU], ha comportado la creación de un electorado con una conciencia nacional catalana más fuerte y, como consecuencia de ella, cuando votan [los jóvenes de Cataluña], lo hacen, sobre todo, por CiU y ERC”. Formulado en términos de hipótesis se trataba de comprobar si los jóvenes de la “escuela catalana”, aparte de tener una competencia lingüística en catalán más alta, “también se sienten más catalanes que españoles; se ubican en el eje nacional en posiciones más próximas al polo de máximo nacionalismo catalán; tienen un comportamiento electoral diferente, y cuando votan lo hacen en una proporción más elevada que el resto de ciudadanos a favor de las opciones nacionalistas catalanas”.

Si la pregunta de investigación era clara, la respuesta también lo fue. “Se puede afirmar que la socialización política que han sufrido los más jóvenes les ha llevado a incrementar el conocimiento y el dominio de la lengua catalana, a sentirse más catalanes, a ubicarse en posiciones más nacionalistas catalanas y a votar sobre todo a los partidos nacionalistas catalanes”. Y en medio de tan meridiana conclusión, una verdad como un templo, aquí y en la China Popular: el proceso de socialización política “es susceptible de ser modulado por las autoridades políticas a partir del sistema educativo”.

(Un detalle que faltaba es el autor de esta tesis. La verdad es que no tiene relación con la FAES, con José Ignacio Wert, ni con Sociedad Civil Catalana: se trata de Jordi Argelaguet, exmilitante de ERC que recaló en CDC y hoy goza de una placentera sinecura —con precavido silencio durante el 155— en el Centre d’Estudis d’Opinió, otro ente con el que las autoridades políticas modulan todo lo que pueden.)

Albert Branchadell es profesor de la Facultad de Traducción e Intepretación de la UAB.

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