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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por tierra, mar y aire

Mientras el aviso de huelga llenaba horas de denuncia contra Ryanair, Vueling seguía con su silenciosa impuntualidad y su habitual respuesta de culpar a los demás

Josep Cuní
El área de facturación de Vueling del aeropuerto del Prado de Barcelona.
El área de facturación de Vueling del aeropuerto del Prado de Barcelona.MASSIMILIANO MINOCRI

La única vez que tuve que abandonar un plató de televisión protegido por agentes de seguridad fue tras intentar moderar un debate imposible sobre el sector del taxi. Fue hace años pero las escenas protagonizadas por algunos miembros del colectivo me han recordado la virulencia de miembros de supuestos sindicatos que entonces se multiplicaban por momentos. Hasta trece representantes reunidos en directo no consiguieron aclarar lo siempre confuso en torno al número de licencias, su acceso y su traspaso. Su preocupación de fondo era otra: la hegemonía de un servicio muy competitivo y en permanente pugna entre ellos mismos y los partidos políticos que intentaban protegerles. Eran épocas de timbas a cielo abierto en los alrededores del aeropuerto que provocaban, además de problemas estéticos, acciones propias de facinerosos.

La protesta actual ha sobrevolado sobre el mismo contencioso agravado ahora por la competencia de las compañías nacidas al amparo de las nuevas tecnologías y convertidas en excusa reivindicativa tan cierta como complementaria. Mientras, la entidad metropolitana responsable del sector ha demostrado nuevamente una ineficacia que también explica la pasividad de las administraciones en desbloquear una ciudad tomada durante días. En ese órgano administrativo están representados todos los partidos de gobierno que siguen sin saber resolver y ni siquiera encauzar la imprescindible tranquilidad de unos profesionales que se enfrentan a diario a unas duras condiciones de trabajo pocas veces comprendido y casi siempre criticado. Motivos no faltan. Lo saben y lo asumen la mayoría de ellos avergonzados y perjudicados por la actitud de unos pocos, sí, pero lo suficientemente activos como para amargar la vida a centenares de miles de ciudadanos a quienes, por cierto, el Ayuntamiento debe una disculpa.

Es tan obvio que nadie puede ponerle puertas al campo que los taxistas tradicionales saben que sus nuevos competidores han llegado para quedarse. Con las regulaciones que sean necesarias pero con la convicción de que ya nada volverá a ser igual para nadie por mucho que nos cueza la nostalgia. La realidad es tozuda. Sólo en Washington DC, por ejemplo, conviven con la oficial más de 60 compañías privadas de taxi. O la que por la vía del chiste y saltando a correos anuncia huelga de carteros por la competencia del e-mail.

El reto que nos ha propuesto la globalización a través de Internet y sus redes es enorme. Y estamos obligados —¡qué remedio!— a adaptarnos a un paisaje tan rupturista en la forma como enriquecedor en el fondo. En la emergente economía colaborativa tenemos la base para fomentar un futuro económico más brillante y una sociedad más equitativa, como anuncia Antón Costas. Claro que para ello hacen falta más divulgación y menos resistencias. Y de momento son los tics reaccionarios los que dominan el escenario de la imagen negativa que da la vuelta al mundo en unos segundos. El fugaz tiempo necesario para hacer tambalear lo poco sólido que nos queda empezando por las decisiones que materializan nuestros deseos.

Venir de vacaciones a una Barcelona donde la inseguridad es denuncia permanente, el incivismo norma de conducta y el turismo descontrolado motivo de abusos inaceptables tiene que ver también con las facilidades para la nueva socialización ofrecidas por las plataformas digitales. Ante ello se hace imprescindible una política más activa, ágil, menos resignada y mejor pensada que no haga peligrar ni el motor económico en el que se ha convertido ni la esencia de la ciudad, su mejor reclamo. Los cruceros son la demostración palpable.

Claro que para que la mayoría de sus pasajeros lleguen a tiempo de zarpar necesitan el compromiso y las facilidades de las compañías aéreas. Y aquí entramos en otra dimensión desconocida.

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Mientras la advertencia de huelga y la anulación de vuelos llenaban horas de información y denuncia contra Ryanair, Vueling seguía con su silenciosa tendencia a la impuntualidad, su excusa de impunidad y su habitual respuesta de culpar a los demás. La visita del máximo responsable de la compañía al President de la Generalitat para justificar el descontrol que dirige, lejos de tranquilizar a los usuarios, debería inquietarles. Son muchos veranos saturados como denuncian sus trabajadores y de cambio repentino de destino de sus tripulaciones como exponen sus comandantes para disculparse desde la cabina por el enésimo retraso ante unos pacientes pasajeros curtidos en llegadas tardías, pérdidas de enlaces y maletas huérfanas. Años de anulación de vuelos por causas nunca explicadas pero fácilmente sospechadas por sus clientes habituales condenados a no tener alternativas porque Vueling se ha hecho con el dominio de la mayoría de destinos españoles y europeos. Por eso es la empresa del ramo que acumula más quejas y ayuda con ahínco a El Prat a liderar el ranking de retrasos. En esto se está convirtiendo nuestro principal aeropuerto. En un centro de vuelos inciertos y viajeros perdidos. ¿Era eso a lo que aspirábamos?

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