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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ponga un Churchill en su cita

Puigdemont, conocedor de la tendencia ciudadana a desconfiar de los partidos, busca su propia alternativa engendrando un movimiento sustitutorio

Josep Cuní
El presidente Quim Torra, con una imagen de Churchill, el pasado domingo.
El presidente Quim Torra, con una imagen de Churchill, el pasado domingo.JOAN SÁNCHEZ

Dicen que nadie es perfecto y también que la práctica te hace perfecto. Quisiera que se pusieran de acuerdo” ironizó Winston Churchill acerca de quienes jugaban con la contradicción. Es posible que se refiriera a los que hablaban de él porque si algo consiguió en vida aquel líder fue provocar sentimientos encontrados sobre su persona y sus políticas. Son incontables los documentos de todo tipo que así lo reflejan. Desde sus propios libros que le valieron el premio Nobel de literatura por su dominio de la descripción histórica y su oratoria a biografías, ensayos, documentales, series y películas como la reciente El instante más oscuro.

Tan excesivo fue en todo aquel inglés que sus estudiosos publicaron un volumen de falsas citas para que dejaran de atribuirle lo que nunca había dicho. Y es que a Churchill se le usa para un barrido y un fregado. Y aunque es cierto que en su dilatada vida pública dio cancha suficiente para facilitarlo gracias a sus prolíficos chascarrillos, sentencias, sarcasmos y ocurrencias, también lo es que él recelaba de este tipo de menciones advirtiendo que era bueno que tales recopilaciones las leyeran las personas sin formación.

La aparición de Quim Torra en lo que se pretendía que fuera el réquiem del PDeCAT con una fotografía en el bolsillo superior de su chaqueta del gran vencedor de la Segunda Guerra Mundial, sirvió a unos cuantos para especular acerca del motivo. “Me dará fuerza. No surrender”, explicó el President de la Generalitat relacionando su necesidad y la del independentismo con el método del premier británico para insuflar ánimos a sus compatriotas durante aquellos largos y dramáticos años en los insistió incansablemente que nunca, nunca, nunca hay que rendirse.

Es obvio que el paralelismo histórico es una exageración en toda regla. A pesar de las expresiones bélicas que se han acuñado tanto desde Cataluña como desde España nada aguanta la comparación. Afortunadamente. Como tampoco sirve relacionar nuestra situación con la de Irlanda del norte a pesar de quienes insisten desde hace meses del riesgo de “ulsterización” que más parece que lo desean a que sea cierto. Y algunos hacen mucho para que se cumpla su pronóstico.

Llevo semanas recorriendo la Península Ibérica, de norte a sur y de este a oeste, para contrastar si el procés ha roto familias y ha distanciado amigos. Y aunque he dado con algunos casos pero que acumulaban razones previas de otra índole para la tirantez, lo cierto es que la cordura se impone a la intransigencia. Y que antes se decreta el silencio del grupo a permitir que este gran dislate arrase con todo. Vayan con cautela los políticos de ambos lados porque es a ellos a quienes señalan los ciudadanos mucho más sensatos que sus representantes. Tanto independentistas o simpatizantes como constitucionalistas o unitarios. Los unos por decepción al no haberse cumplido las promesas, los otros por su poca capacidad de previsión. Y todos por incompetencia al no querer dialogar ni hacer frente al problema.

Mientras, una tensión partidista disparada va cavando unas trincheras irreconciliables. Puigdemont ha reencontrado en Casado la horma del zapato que le había desaparecido con el desalojo de Rajoy de la Moncloa. Y el aznarista ha recuperado para el eje del conservadurismo español el eslabón perdido que tanto rédito electoral les había aportado. La prueba la tenemos en la cita en Barcelona de la ejecutiva del PP para demostrar que el partido vuelve por donde solía: a sacar pecho sin entender el conflicto.

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Puigdemont, conocedor de la tendencia ciudadana a desconfiar de los partidos, busca su propia alternativa engendrando un movimiento sustitutorio. Y como para ello necesita una base legal y consolidada ha intentado hacerse con la estructura del mismo artefacto que quiere dinamitar. Apartada la Duran Lleida del PDeCAT, según su descripción de Marta Pascal, los asociados le responden a la catalana: sí pero no. Independencia pero no inmediata, transparencia pero no connivencias, primarias pero no dedazo. Tan interesante se puso la cita que algún asistente recordó a Churchill evocando que una nación que olvida su pasado no tiene futuro. Y ciertos revenidos asesores del expresident parecen decididos a querer borrar la historia de su partido quizás porque también forma parte de su propio currículo. Y no necesariamente por sus mejores momentos ni sus páginas más brillantes. En ellos parece habitar la constante persecución del éxito. Ese horizonte que consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo. También lo dijo Churchill. El líder que cambió el rumbo de la historia, según Boris Johnson. El que definió al fanático como aquella persona que no cambia ni de opinión ni de tema. El referente en el que se escudó Puigdemont para negarse a conceder entrevistas a medios españoles porque tampoco lo hizo durante la guerra el hombre que toleró y apuntaló a Franco.

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