Bandarras del ritmo
Aviso médico serio: si una sesión con el trombonista de Nueva Orleans no alivia las penas, el pronóstico es grave


Olvidémonos de viejas varas de medir: nada tan legitimador, en estos tiempos modernos, como una serie televisiva. Trombone Shorty es un músico excepcional, pero su pedigrí proviene en buena medida de la integración en el elenco de Tréme, la producción de HBO que relata los avatares de ese barrio de Nueva Orleans donde la música no es banda sonora sino religión. Y la popularidad catódica (bueno, ahora digital) cotiza por las nubes. Solo así se explica cabalmente que un músico joven de jazz-funk congregase ayer a las once de la noche a más de 2.000 personas en las Noches del Botánico y las colocara a un nivel de incandescencia como solo son capaces los tipos grandes.
Shorty lo es, en muchos sentidos. Su presencia escénica resulta imponente: alto, bien plantado, simpático, excelente líder y cantante y, claro, aún mejor trombonista. Su dominio del momento escénico es arrollador, por mérito propio y por esos seis bandarras del ritmo que le escoltan. Les sobra dominio, pegada, exuberancia: ese bajista inmerso en un solo salvaje mientras salta y se acuclilla como en una clase de zumba, los dos saxofonistas que soplan hasta generar un zumbido perpetuo e irresistible como las cosquillas, los brutales obstinatos y cánones rítmicos cuando Mister Trombone se sumaba a la ecuación, esos dos demoledores guitarristas rítmicos que, apostados a izquierda y derecha, parecen los centinelas del escenario. Una barbaridad, pero para bien.
El ya ilustre Troy Andrews, nombre real de nuestro personaje, se embarca en un desenfreno musical que no conoce la piedad. No hay manera de detenerse con él, no hay hueco para el respiro ni condescendencia para con los lánguidos; si una sesión de Shorty no cura momentáneamente las penas, el pronóstico es grave.
Troy puede mentar a los grandes del funk, introducir traviesos fraseos de hip hop o acabar parafraseando a Ricky Martin y su Livin' la vida loca. El caso es no parar quieto. Y si en plena medianoche el rapeo se sazona con citas a I want you back (Jackson 5) y solos de guitarra desaforados, para qué pedir más. Shorty, el hombre que con ocho años se encontró con un local de Nueva Orleans bautizado en su honor, es un pirómano. Mucho peligro en forma de agujetas a la mañana siguiente.
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