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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Puigdemont y/o Junqueras

El expresidente se ha configurado como un líder populista y carismático que encaja más en una ERC clásica que en el antiguo mundo de CiU

Francesc de Carreras
Una imagen de archivo de Junqueras y Puigdemont en un pleno del Parlament.
Una imagen de archivo de Junqueras y Puigdemont en un pleno del Parlament.MASSIMILIANO MINOCRI

Al fin estalló en público el conflicto que desde hace meses se incubaba larvadamente en privado: Puigdemont quiere unificar todo el independentismo y ha empezado a poner las bases del nuevo Partido Nacionalista de Cataluña (PNC), a semejanza de Euskadi, Escocia o Quebec.

No es la primera vez que se intenta, también a mediados de los ochenta hubo propuestas en tal sentido. Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), más todavía si le añadíamos Unió Democràtica de Catalunya (UDC) y, ya en el súmmum, Convergència i Unió (CiU), eran nombres y siglas con escaso atractivo estético, cualquier experto en comunicación política las habría rechazado. Sin embargo, esta coalición gobernó la Generalitat durante 23 años seguidos con Jordi Pujol, después otros pocos con Artur Mas y tanto nombres como siglas no desaparecieron hasta las trifulcas internas en CiU y el necesario blanqueo de CDC tras el affaire de la familia Pujol Ferrusola.

El conflicto en el seno del independentismo que ha desatado esta semana. Probablemente viene de mucho más atrás pero, en todo caso, su última fase quizás empezó en la noche del 26 al 27 de octubre pasado, cuando Puigdemont estaba dispuesto a disolver el Parlament y convocar elecciones para evitar la entrada en vigor de las medidas adoptadas en desarrollo del artículo 155 de la Constitución.

Según versiones fiables de alguno de los presentes, durante aquella tensa madrugada, reunidos no sólo los miembros del Govern sino también portavoces parlamentarios y dirigentes de las asociaciones independentistas, en medio de nervios, lloros y asomos de histeria, Junqueras le dijo finalmente a Puigdemont que no estaba de acuerdo con la disolución y convocatoria de elecciones pero que ello era competencia del Presidente de la Generalitat y, por tanto, nada tenía él que agregar, suya era la responsabilidad.

Conocida la decisión de Puigdemont, a la mañana siguiente, tras un tormenta de tuits en su contra, algunos emitidos por dirigentes de ERC, se fueron congregando hacia media mañana en la Plaza de Sant Jaume unos cientos de personas abucheando al Presidente y tildándole de traidor a Cataluña. No lo pudo soportar, rectificó y de nuevo declaró la independencia, con tristeza y sin convencimiento, acompañado de sus consejeros. Puigdemont atribuyó los tuits y la concentración a Junqueras, no le había avisado y lo consideró desleal y traidor. Optó por huir a Bruselas sin consultar a nadie mientras que Junqueras no se movió de su casa y fue a parar a la cárcel, donde aún permanece. Allí se produjo una ruptura de la confianza entre ambos que aún dura. A veces las anécdotas tienen importancia determinante en ciertos acontecimientos históricos. No es el primer ejemplo.

Desde que tuvo lugar este grave desencuentro, la relación entre ambas personalidades se ha ido tensando todavía más y han mostrado actitudes y estrategias muy distintas. Puigdemont se ha configurado como un líder populista y carismático que encaja más en una ERC clásica —de Companys a Carod— que en el antiguo mundo de CiU. Pero Junqueras ha ido cobrando en esos meses de cárcel un perfil de político astuto, serio y confiable, que antes no tenía, lo cual le ha otorgado una autoridad moral sobre el independentismo difícilmente igualable. La imagen de ambos es distinta a la que tenían hace tan sólo un año: Puigdemont parece de Esquerra y Junqueras de Convergència.

Pero no es sólo un choque de personalidades, es mucho más. Es sobre todo una confrontación de estrategias políticas tras analizar los hechos sucedidos en el otoño pasado, desde el 6 y 7 de septiembre hasta las elecciones de 21 de diciembre.

La estrategia de Puigdemont, desde la relativa libertad que le da residencia en el extranjero, se basa en el hostigamiento constante al Estado, en insistir en su legitimidad histórica, en la desobediencia sistemática a la Constitución y a las leyes. Es un ser libre y contradictorio que quiere alcanzar un ideal sin saber previamente cual es la ruta adecuada. La estrategia de Junqueras, madurada en las horas de cárcel, parte de una actitud de sosiego y seriedad y es más realista y pragmática, más apegada a los datos que le suministra la realidad social de Cataluña y el entorno político de España y Europa.

Quién ganará en esta pugna, ¿el impulsivo Puigdemont o el imperturbable Junqueras? Si prima el sentimiento ganará Puigdemont, si prima la racionalidad ganará Junqueras. No sé decir qué es mejor para el independentismo.

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