La musa que fue Madrid
Una exposición recoge la influencia de la capital como motivo artístico en las vanguardias históricas
“Una pedrada en la Puerta del Sol mueve ondas concéntricas en toda la laguna de España”, dice una greguería de Ramón Gómez de la Serna, faro de la modernidad a principios del siglo XX. La frase da la bienvenida a la exposición Madrid, musa de las artes, cuyo relato comienza con la publicación en 1910 de una proclama futurista en la revista Prometeo, que dirigía el propio Ramón. El despacho del excéntrico escritor, una especie de gabinete lisérgico de curiosidades, también se puede visitar en el mismo museo de forma permanente. “La frase de Ramón condensa en dos líneas el espíritu de la revuelta que va a suceder en el mundo de las artes, con las vanguardias y los ismos”, dice Ángeles Salvador, directora del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid.
La muestra (hasta el 4 de octubre, comisariada por Javier Pérez Segura) cuenta cómo, desde este hito hasta 1957, la capital fue fuente de inspiración para los artistas y también cómo la historia y la cambiante idiosincrasia de Madrid y sus habitantes fue reflejada en sus creaciones. También los márgenes sociales y geográficos, como se ve en el paisaje en el que Beruete retrata a las lavanderas del Manzanares o en los Chulos y chulas de los bajos fondos de Solana, donde el pintor de la España Negra muestra a locos, marginados y hasta a un transexual, en fecha tan temprana como 1906.
Ambas son el punto de partida de lo que luego discurre, sobre todo en torno a las vanguardias: surrealismo, cubismo, vibracionismo... Un ejemplo es una pintura del Dalí más desconocido, un paisaje de Madrid en estilo puntillista que, dentro de su colorida confusión, parece reflejar la Residencia de Estudiantes. De esta época es también La estación de Atocha, de Rafael Botí, de corte figurativo, dentro de una sección llamada Musa de cristal y de neón.
Los años treinta fueron época de desarrollo y cosmopolitismo: las fotos, las pinturas, los vídeos viejos reflejan el crecimiento demográfico, los cambios urbanísticos y arquitectónicos, cierta liberación de la mujer (entre flappers y sufragistas), el comercio, la publicidad. Pero llegó la guerra y la guerra todo lo devora: “Se ve como un punto de inflexión entre el optimismo de los años anteriores, la Segunda República, y lo que vendría después, la tragedia, la herida”, señala la directora. Una obra totalmente descriptiva es la que tiene como motivo al ejército republicano en retirada, destilando una mezcla de dignidad y fracaso, pintada por José Bardasano. También la foto de Associated Press que muestra los destrozos causados por la contienda en el Centro Católico Obrero de Puente de Vallecas, dentro de la sección Musa revolucionaria.
Precisamente un hito importante en esta historia artística es la Escuela de Vallecas, el grupo de pintores que, liderados por Benjamín Palencia y Alberto Sánchez, de influencia surrealista, acostumbraban a peregrinar al barrio sureño (y por todo el extrarradio de la ciudad) cuando todavía era un pueblo periférico, el mundo rural. Entonces, muchos trayectos iban del hotel Mediodía de Atocha al Cerro Almodóvar, y la zona ya tenía una identidad especial, incluso antes de la llegada del aluvión migratorio del franquismo tardío. “La Escuela de Vallecas produce una renovación de la conciencia de identidad a través del paisaje de Castilla”, dice Salvador. “Es como si en Vallecas siempre haya habido fuerzas telúricas especiales que le confieren su particularidad”, añade. La Segunda Escuela de Vallecas (Álvaro Delgado, Francisco San José, Juan Manuel Díaz, Eduardo Vicente, Delhy Tejero), en plena posguerra, sería el nexo, también de la mano de Palencia, con lo que posteriormente se llamaría la Escuela de Madrid.
“La abstracción, además del bodegón y el paisaje, fue un modo de reconstrucción de los artistas después de la tragedia de la guerra”, dice la directora. La llegada del informalismo y la abstracción, en los nombres de Rafael Canogar, Luis Feito, Antonio Saura o Manolo Millares, entre otros miembros del grupo El Paso, permitía cierta de capacidad de expresión dentro del ambiente irrespirable del franquismo, además de seguir las corrientes internacionales del expresionismo abstracto. “El informalismo es un movimiento eminentemente madrileño, aunque iconográficamente la ciudad no esté tan presente más allá de cierto sentimiento; se percibe un dolor muy fuerte, mucho existencialismo”, remata Salvador.
Estos movimientos, parte de la sección Musa reconstruida, cierran una exposición temporal que se puede continuar en la colección permanente del Museo de Arte Contemporáneo, que ya aborda el colorido pop de la posmodernidad y el arte de La Movida.
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