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OJO DE PEZ
Crónica
Texto informativo con interpretación

Helados ‘bomba’

Todos los helados son excusas con disfraz, tentación no solo para golosos, resultan un capricho y, a la vez, una apuesta de curiosidad y memoria

El helado no necesariamente ha de ser la estación término del menú.
El helado no necesariamente ha de ser la estación término del menú. tolo ramon

Los helados bomba existían y sobreviven como arma de construcción efímera del gozo con artilugios manuales preindustriales, rodeados de sal y hielo, y ahora máquinas de diseño ultra rápidas.

Todos los helados son excusas con disfraz, tentación no solo para golosos, resultan un capricho y, a la vez, una apuesta de curiosidad y memoria. Su consumo, creciente, le afirma como un artefacto calórico contra las doctrinas y vetos fundamentalistas, exquisitos a la vez.

Las tendencias y tsunamis gastronómicos, las sectas, casi religiones y opciones liberadoras, los suelen denostar por sus sobredosis de azúcares y grasas. El bocado frío es un entretenimiento caprichoso a salvo de muchos gurús y acólitos, que predican la salvación mundial y con sus dogmas, cuadriculan y apartan al resto.

Estos dulces fríos que no congelados, cremosos, con agua o leche, con zumos de frutas o frutas fragmentadas, con las esencias reales o el eco de sabores ciertos, cabalgan con su historia, —y por todas las calles— con un halo original exquisito, exclusivo, aristocrático y además medicinal.

Los celebran por leyenda y marcas italianas, nórdicas y generalmente valencianas. No se ignora que proceden de la edad de las casas de nieve en la montaña, de las nevadas siempre de temporada escasa, cuando la cosecha blanca se pisaba prieta en pozos/casas hasta el verano. Todo comenzó antes de la electricidad, la gran revolución culinaria y para la salud.

Un polo con palo, el cono, el cucurucho y el corte, las bolas, las terrinas, la porción de tarta, los apellidados y los genéricos, siempre cuentan con sus fórmulas y estéticas para un uso solitario, una concesión que no alimentaria

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El helado no necesariamente ha de ser la estación término del menú, un plato finalista elegido entre las dudas, el postre final de un menú pletórico y sorpresivo. Es un manifiesto del cocinero y una comunión del comedor.

Una ‘piedra’ helada, posiblemente de diseño japonés, casi un canto rodado de la costa cercana apareció en un menú thai exótico pero simple y natural obra de una cocinera de París con posada en un cuerno de Mallorca. En Andratx y Felanitx mantienen un singularidad con sus helados de almendra tostada. El ‘fresque’ felanitxer, marrón, de can Llenya, es una devoción nativa, mientras se evocan en canciones y leyendas los bombones y cubanitos, ambos mallorquines naturales de Campos. La Menorquina fue una institución insular que pasó a otras manos tras expandir los limones naturales con su propia pulpa helada y medios cocos.

Las bolas de almendra cruda o tostada, los dichosos y festejados sorbetes, granizados con agua, resisten en Mallorca ante la avalancha de las franquicias de los gelatosi italianos. En Ciutadella, ante su fiesta estelar de Sant Joan, militan en los cremosos de vainilla en aludes (cucuruchos) en su clásica heladerías del corazón monumental antiguo.

Antonio Muñoz Molina contestó en Mallorca a la pregunta no rutinaria sobre qué estaba escribiendo. Concluía Un andar solitario entre la la gente (Seix Barral). La conversación sucedió de noche en el paseo del port de Pollença, con un helado local (Valls) en mano “mejor que el de Nueva York”, dijo, caminando el escritor tras la cena, con Elvira Lindo y otra mujer que ya no está. “En un hotel a la orilla del mar” en “Tal vez en una isla”, son dos notas mallorquinas de aquellos días, de sus apuntes fragmentarios y profundos de observador, en el eco del Quadern gris de Josep Pla. Al verano siguiente llegó al restaurante de Santanyí con una captura, dos higos chumbos en el bolso de su mujer y el rastro algunas espinillas en los dedos. La actriz y compañera de pupitre de Lindo, Assun Planas, fue la cuarta voz.

Los hombres ancla de programas de IB3 divulgan el catalán transinsular, la cultura popular y la cocina más o menos doméstica. Hay quien hace helados de figa de moro y de toda clase de comidas saladas, pero sobreviven los ecos y los nietos de tantos valencianos y turroneros que deambulaban con sus horchatas y helados tradicionales e inolvidables. Así quedará esta primavera una horchata espléndida que bautizó en Valencia las emisores de la primera televisión que renace y se reinventa en estos tiempos À Punt, una plataforma transmedia que sobrevuela y escampa las cenizas de la extinta Canal 9.

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