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A la ‘caza’ de la ballena del Garraf

La observación de cetáceos en la costa catalana se consolida como reclamo turístico

Cristian Segura
Buscadores de ballenas en un barco
Buscadores de ballenas en un barcoGianluca Battista

Para observar ballenas no es necesario viajar a la Patagonia, con zarpar desde la cementera del Garraf hay suficiente. Varias entidades organizan en Cataluña salidas científicas que monitorizan la migración de cetáceos a lo largo de nuestra costa hacia del golfo de León durante la primavera. Organizaciones como Cetácea, que semanalmente prepara salidas con una docena de personas, ciudadanos que a cambio de 50 euros pueden formar parte del proyecto para identificar a los gigantes del mar.

El pasado 6 de mayo, diez personas atendían a primera hora de la mañana en el Club Náutico del Garraf las instrucciones de Laura Almarcha, veterinaria y miembro de Cetácea. Hace tres años que colabora con la asociación al mismo tiempo que se formaba con cursos de medicina para mamíferos marinos y submarinismo científico. La presidenta de Cetácea es Montse Valls, etóloga y psicóloga de profesión. La tripulación de inexpertos grumetes toma nota del funcionamiento de identificación de los animales que deberán encontrar en el mar: las especies que con mas probabilidad pueden observar son el delfín común –el menos común en el Mediterráneo–, el delfín listado, el delfín mular, el calderón gris y el rorcual, la segunda ballena más grande del mundo. Lo más importante es la aleta dorsal porque a partir de esta se identifica el individuo. Esta información se comparte, junto con una ficha sobre la localización y la conducta de los animales, con otras organizaciones y con el Departamento de Territorio y Sostenibilidad de la Generalitat. Cetácea trabaja en la costa entre Castelldefels y Cubelles y ha identificado desde su fundación, en 2012, casi dos centenares de animales, la mayoría delfines molares y calderones grises.

El equipo de Cetácea genera expectativas entre el grupo: reiteran que las probabilidades de encontrar ballenas son elevadas. Por eso se han apuntado Núria Giménez y su hija, procedentes de Santa Coloma de Farners. Giménez dice que las ballenas son para ella “una obsesión” y que quiere dejar de verlas solo en documentales de televisión. Añade Giménez que hace dos años viajó a las Islas Hébridras (Escocia) para hacer turismo ballenero, sin mucho éxito. La mayoría del grupo –un servidor incluido– ya tiene experiencia marinera, ha visto delfines antes y a lo que ha venido es a plantarse ante un rorcual. La tripulación insiste en qué opciones hay divisar un cachalote, porque también migra del Atlántico hacia el golfo de León, pero Almarcha avisa que es un animal de mayor profundidad y es difícil que se dejen ver en superficie: Cetácea solo ha identificado cinco cachalotes desde 2013, según datos de su página web.

El barco buscador de ballenas.
El barco buscador de ballenas.g. battista

La jornada ballenera dura ocho horas y el grupo se divide en dos veleros. La mitad de la navegación se desarrolla bajo una lluvia intensa y el ruido de los aviones que salen o se acercan al aeropuerto de El Prat se confunde con el de los truenos. El riesgo de acabar pillando una neumonía –todo el mundo acaba empapado– no hace retroceder la expedición. La concentración para descubrir aletas o el surtir del vapor de agua de las ballenas dura las primeras seis horas. Cualquier movimiento en el mar es motivación de expectación general, y si alguien identifica un banco de atunes o la aleta de un pez luna, muy abundantes, la excitación se dispara. Pero hacia el final de la ruta ya nadie hace caso de los peces luna y solo Giménez e hija aguantan a pie del cañón esperando encontrar en el último suspiro el prometido rorcual.

La salida es un éxito en identificación de delfines listados pero las ballenas, pese a superar la navegación las 7 millas –11 kilómetros– de distancia de la costa, al final no aparecen. Valls comenta que las probabilidades de observación no dependen de la distancia respecto a tierra firme sino de la profundidad: hay puntos de la Costa Brava que solo a 1 milla de distancia ya pueden verse grandes cetáceos.

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El equipo de Cetácea tiene un manual de buenas prácticas para la observación y aproximación a las ballenas. Harto del diluvio me refugio en el camarote para comer ganchitos y dedicar una hora a memorizar el documento: ninguna embarcación puede acercarse a menos de 60 metros a las ballenas y ninguna persona puede tirar-se al agua para nadar con ellas –este periodista confiesa que era su intención–. En un radio de 500 metros no puede haber más de dos embarcaciones y dentro de la zona de los 300 metros, el ruido se ha de limitar al máximo y no se puede acceder si hay crías. Los barcos no pueden maniobrar alrededor de los animales, tienen que acercarse en paralelo y sin superar los 4 nudos de velocidad. El tiempo máximo de permanencia dentro de los 500 metros son 15 minutos.

Los delfines, el trofeo más preciado del día, son astutos: ven amenazado a su grupo y un adulto se coloca en la proa de la embarcación para que esta lo siga mientras el resto de la familia desaparece. Valls asegura que en Cetácea nunca fuerzan el contacto con los delfines, a diferencia de numerosas empresas de observación de cetáceos en todo el mundo.

La frustración general es evidente cuando la misión vuelve a tierra, pero incluso con lluvia y sin rorcuales no es una mala forma de pasar el domingo. Más de uno de los componentes de la excursión dice que quiere repetir, posiblemente por el ancestral atractivo del mito de la ballena. Una semana después de la expedición, un socio del Club Náutico Garraf difunde un vídeo del supuesto encuentro entre una barca de pescadores y un grupo de orcas frente a la costa de Barcelona. Contacto a Valls para que evalúe la veracidad del vídeo: primero lo considera improbable porque las orcas excepcionalmente remontan el Mediterráneo más allá de Gibraltar, después Valls comprueba que uno de los hombres en las imágenes habla un castellano distintivo de Cádiz. Finalmente encuentro el mismo vídeo compartido tres días antes por un pescador andaluz. Que la observación de ballenas en el Mediterráneo catalán se convierta en una cadena de fake news por teléfono es una prueba que los capitanes Ahab de domingo continuarán persistiendo.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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