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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Y al tercer día...

Aquel 1 de octubre de triste memoria el independentismo perdió la penúltima oportunidad de reconducir su hoja de ruta

Los ministros Zoido, Cospedal, Catalá y Méndez de Vigo en una procesión de legionarios en Málaga.
Los ministros Zoido, Cospedal, Catalá y Méndez de Vigo en una procesión de legionarios en Málaga.GTRESONLINE
Josep Cuní

El calendario, caprichoso, ha hecho coincidir el Domingo de Gloria con los seis meses del Domingo de la Ira. Aquel 1 de octubre que el independentismo pretendía festivo y las fuerzas del orden convirtieron en una fecha para la vergüenza, el dolor y la rabia. Una jornada en el almanaque del oprobio por el que nadie ha pedido disculpas y del que nadie asumió responsabilidades. Como si las fuerzas de seguridad no hubieran recibido órdenes y su actitud represiva hubiera sido el resultado de la reacción espontánea de un grupo de agentes descontrolados que respondían a sus propios instintos vengativos. Comandos autónomos fruto de la improvisación, la descoordinación y la falta de criterio.

Parece que así fue según algunos policías implicados pero, al no admitirse oficialmente, nunca constó. Al contrario. Se describió un relato alejado de la realidad atribuyendo a las redes sociales manipulación, divulgación e intoxicación. Pero la verdad siempre aflora. Un ex alto cargo del ministerio del Interior avala que una decisión de carga contra una multitud la ordena el ministro personalmente. Y a pesar de las explicaciones nada convincentes que el señor Zoido ha dado a Congreso y Senado, a pesar de sus justificaciones mediáticas a una estupefacta opinión pública, la imagen que dio la vuelta al mundo le sigue persiguiendo y se esparce sobre todo el gobierno manchado con la sangre derramada, dolido por los golpes descargados y ruborizado por la contundencia aplicada.

No conozco a nadie que no siga avergonzado medio año después independientemente de su posición política. Nadie con quien he hablado desde entonces en lugares diversos y alejados ha evitado preguntarme con reprobación por aquellas imágenes que las cadenas internacionales de noticias siguen proyectando para ilustrar el vivo conflicto catalán para desesperación de cancillerías y desasosiego de embajadores.

Ojalá los aires de Pascua resuciten en el Gobierno el auténtico espíritu del Jesucristo al que la ministra Cospedal ha rendido tributo en los cuarteles izando la bandera a media asta durante Semana Santa. Sería lógico en quienes le profesan legítima veneración que no adaptaran a sus conveniencias las lecciones del Redentor. Sería coherente que siguiendo el camino del Calvario redimieran sus propias culpas más allá de las que las encuestas les advierten. Porque, si según el Evangelio, es la verdad la que nos hace libres, según el código democrático es la libertad la que nos hace iguales.

En las calles de Derry, Irlanda del Norte, los murales pintados en honor de las víctimas del Bloody Sunday se mantienen intactos. Otro domingo —30 de enero de 1972— convirtió el barrio republicano en el escenario de una jornada sangrienta. Cargas policiales que empezaron con agua, acabaron con fuego real. 13 muertos. Ninguno armado. El rostro sonriente de los seis menores caídos esbozan una ingenuidad congelada por la pintura grisácea cuatro largas décadas después. Caras inocentes ante corpulentos policías amenazantes con armas y máscaras anti-gas. Otros adultos corren descamisados llevándose el pañuelo a la boca para evitar el ahogo irritante.

Retengamos las imágenes para recordárselas a aquellos que llevan meses advirtiendo del riesgo de la “ulsterización” de Cataluña. Aquel no puede ser el camino aunque algunos lo intenten. Tengamos presente la tragedia de aquel país dividido por sus discrepancias y sus anhelos, sus esperanzas y sus deseos antagónicos para desterrar cualquier veleidad violenta, provocativa, reaccionaria, insensata. Que no sea la fiscalía solo quien se lo recuerde a los autoproclamados CDR. Que sus amigos se lo expliquen si la historia les pilla lejos y la sensatez les ha abandonado. No es así como se defiende una república nunca proclamada, ni se construye un estado nunca dibujado, ni se argumenta un derecho nunca estructurado.

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Aquel 1 de octubre de triste memoria el independentismo perdió la penúltima oportunidad de reconducir su hoja de ruta. Lo tenía todo a favor: la contundente derrota moral del gobierno de Rajoy, la imagen internacional de su desvarío, la reacción ejemplar de la ciudadanía de Cataluña, la excusa lógica, legítima y legal de no dar por bueno un escrutinio inviable, con centenares de colegios electorales cerrados o vulnerados, un censo inasumible por universal, un resultado imposible aunque significativo por solidario más que por oficial, un relato eficaz que no hubiera mejorado el más imaginativo guionista y un aire de grandeza democrática desaprovechada a causa de una temeridad mal calculada.

Pero como de poco sirve lamentarse de aquello que pudo haber sido y no fue, la metáfora del Domingo de Resurrección asoma para superar el dolor del Gólgota y recuperar la fe y la esperanza en un país posible y viable, sólido y potente, capaz de liderar unas instituciones que trabajen con normalidad, alejar riesgos mayores y reconsiderar si no es momento de reconducirlo. Artur Mas y Pere Aragonès parecen dispuestos. Será por la obligada contrición del primero y el misticismo encarcelado de Junqueras, líder del segundo. Será.

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