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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Buscar una salida

Un problema político se ha convertido en judicial y a Rajoy se le escapa de las manos. El que marca los tiempos políticos es el juez Llarena

Josep Ramoneda
Carles Riera, en el pleno de investidura este jueves.
Carles Riera, en el pleno de investidura este jueves.Alex Caparros (Getty)

Decía Kepa Aulestia, en Cornellá, que cuando hay un problema sin solución es necesario buscar alguna salida que permita solventarlo más tarde. Por el contrario, cuando ni siquiera se busca esa salida, el problema se enquista y se gangrena. En este punto estamos. Como suma y confluencia de irresponsabilidades sin fin. Sería paradójico que finalmente fuera la CUP quien cerrara el ciclo de tres meses en que el empecinamiento de un sector del independentismo va camino de convertir su éxito del 21-D en un fracaso. La CUP pasa a la oposición: cambio de etapa. Hay que emprender un tiempo nuevo con otra mayoría de gobierno.

El independentismo vive colgado de una triple fantasía: la fábula de que si tienes la razón y la bondad democrática de tu lado todo lo demás se da por añadidura, como si la política fuera una justa poética, en vez de una lucha por el poder; la confianza en la reacción internacional que nunca llega; y la espera de la insurrección imposible. Desde esta nube, el mundo se pierde fácilmente de vista. Y así la estrategia de los grandes hitos, momentos en que debía abrirse la puerta de los cielos, ha conducido inexorablemente a la frustración, a los tribunales, al impasse actual.

La diosa fortuna —o la baja autoestima del poder institucional español, por decirlo al modo de Keith Lowe— regaló una triple oportunidad cuando ya se andaba al borde del precipicio: tres momentos para convocar elecciones. A Puigdemont le temblaron las piernas cada vez (anuncio de la fuga que después protagonizó): antes del 1 de octubre, el día 2, después de la torpe actuación del gobierno, y el 26 de octubre. Y lo que podía ser plataforma para una nueva fase de acumulación de fuerzas, se convirtió en desbandada.

Esta estrategia ha ido paralela a la de un gobierno español que, aún arropado por el parlamento y por el establecimiento, nunca tuvo el coraje de afrontar políticamente el problema. Se encogió. Y, con la ayuda de gran parte del aparato mediático, dejó que pasará el tiempo anunciando en cada estación que el independentismo iba la deriva y que se hundiría sólo. Y, sin embargo, el 21 de diciembre regresaba intacto en las urnas. Decía Pierre Assouline, en este periódico, que “es increíble hasta que punto un jefe de gobierno puede estar tan inmóvil. No conozco un caso igual”. Desde el primer momento, Rajoy optó por la dejación de responsabilidades y la subrogación de funciones en la justicia y ahora se pagan las consecuencias. Un problema político se ha convertido en judicial y a Rajoy se le escapa de las manos. El que marca los tiempos políticos no es el gobierno español sino el juez Llarena.

El resultado es que estamos en la espiral de nunca acabar. Una parte del independentismo se niega a asumir lo que, fantasías fuera, el momento pide: buscar un candidato no susceptible de enmienda judicial, porque como dice Junqueras: “Es hora de formar gobierno ya”. Y no se puede tener un presidente bajo tutela. La resistencia, el último mito independentista proclamado desde Bruselas, antepone los gestos de confrontación a la recuperación de las instituciones y al paso a una estrategia posibilista. Hay que saber distinguir entre hacer política y jugar a hacer política. Jugando, seguimos anclados en la misma baldosa, entregados a una cantinela que ya aburre. Justo iniciado el plan C ya se está la búsqueda del D. Pero cada vez con menos margen, con más riesgo de perderlo todo en la obsesión narcisista de unos pocos.

Jugar a hacer política, decía Sartre, es la expresión de la mala fe. Y unos y otros, de Rajoy a Puigdemont, han jugado tanto que han cerrado las salidas. Sin embargo, hay que buscarlas. De lo contrario, que nadie se haga ilusiones: Cataluña puede salir muy tocada, pero España también. El despliegue de los aparatos represivos del Estado para resolver un problema político es por encima de todo una expresión de debilidad del gobierno y de la política española en su conjunto. El presidente Rajoy se niega a participar en una reunión de la Unión Europea con los países balcánicos por la presencia de Kosovo. Ni a su mayor enemigo se le ocurriría un gesto que sólo transmite inseguridad y acomplejamiento. El fantasma de Cataluña produce estragos.

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