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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El gran trasvase

Los electores de derechas han abandonado en Cataluña a un PP desfondado por la corrupción porque han visto que Ciudadanos garantizaba la continuidad

El Pp de Albiol y Millo fue el gran derrotado en las eleecciones del 21-D.
El Pp de Albiol y Millo fue el gran derrotado en las eleecciones del 21-D.A. Garcia
Enric Company

Pendientes todos de si los independentistas fracasan o triunfan en su intento de investir un presidente de la Generalitat y de formar un nuevo gobierno catalán, ha quedado en un segundo plano que el hundimiento electoral del PP en las elecciones catalanas del 21-D es probablemente un dato de la máxima relevancia para el futuro inmediato.

Esta clamorosa derrota solo en una mínima parte es atribuible a la agenda catalana, que es lo que en esta convocatoria se dirimía. Los votos perdidos por el PP no han ido a parar a partidos que propongan para Cataluña una política distinta a la aplicada por el Gobierno de Mariano Rajoy sino a uno, Ciudadanos, que la ha apoyado plenamente y, si acaso, preconiza una intensificación de la misma receta. A reserva de lo que digan estudios postelectorales sobre el comportamiento de los votantes, el hundimiento del PP parece provenir más bien de que, por fin, la corrupción sí tiene castigo electoral.

En el momento en que los antiguos electores del PP han creído que existía una alternativa viable dentro de su campo ideológico, han acudido a ella. Lo han hecho además, doblemente tranquilos. El partido de Albert Rivera ofrecía dos garantías de continuismo para este segmento del electorado. La primera: Ciudadanos es, desde su nacimiento, una fuerza totalmente opuesta al catalanismo, la más reciente y ufana versión del españolismo de siempre. Por lo tanto, no había riesgo de que por ahí se perdiera ni un solo voto en la confrontación con el independentismo catalán. La segunda: el fin de la ambigüedad ideológica de Ciudadanos. El partido de Albert Rivera ha dejado atrás su etapa inicial de híbrido a medio camino entre socialdemocracia y liberalismo, justo en un momento en que esto significa, sobre todo, neoliberalismo. Tampoco por ahí existía el riesgo de que el voto se perdiera para la derecha. Para muestra, un botón: la investidura de Mariano Rajoy en 2011.

Sobre este fondo ha operado la extendida percepción social de que el PP se ha enfangado irremisiblemente en un marasmo de corrupción del que no podrá salir sin una renovación total que, de momento, no se anuncia ni en el vaporoso estadio de las buenas intenciones. A reserva de lo que digan las sentencias en su momento, lo que está viéndose estos días en los juzgados de Madrid y Valencia ratifica la idea inicial de que por lo menos en las comunidades donde se había consolidado como el partido del poder, el PP se había convertido en un instrumento para delinquir, en provecho de la propia organización y/o de dirigentes decididos a aprovecharse de su posición política.

Todo esto lleva mucho tiempo cociéndose en los juzgados y habría sido realmente un milagro que no tuviera consecuencias en la credibilidad y el prestigio del partido de Rajoy. No es, desde luego, una buena credencial ni un augurio de futuro brillante. El batacazo electoral ha llegado en Cataluña cuando los electores han creído que podían obtener de otro partido lo mismo que les ofrecía el PP. Lo que distingue al PP de Ciudadanos es que Ciudadanos no está acusado de corrupción. Esto es lo que ha marcado la diferencia entre ellos en las elecciones del 21-D. Todo lo demás serían, si acaso, matices.

Alzarse con el liderazgo del españolismo en Cataluña era la parte más asequible de los retos que enfrenta Ciudadanos. Es una buena base para partir a la conquista del mismo liderazgo en el resto de España. El PP es, en la práctica, un partido-Estado. Algo que recuerda al PRI mexicano. Una fuerza mimetizada con las estructuras del Estado en sus distintos niveles. No en su totalidad, claro, pero sí en sus segmentos más conservadores. Por esto el PP ha podido resistir tanto tiempo el desgaste provocado por los escándalos de corrupción. La fortaleza le viene de ser el partido del poder, que en España es, en gran parte, el poder de la Administración central, gran proveedora de oficios y beneficios de toda clase. Los cuadros de este tipo de estructuras pueden pasar fácilmente de un partido a otro. Ya lo han hecho otras veces. Estaban en el franquismo y pasaron a UCD. Estaban en UCD y pasaron al PP. Están en el PP y pueden pasar a Ciudadanos.

Las garantías de continuidad en la derecha están dadas.

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