Antoni Bassas: “Hoy, el hecho es opinable y eso daña al periodismo”
El periodista obtiene el 50º premio Josep Pla con 'Bon dia. Són les 8!', memorias de su dirección al frente de 'El matí de Catalunya Ràdio' y que publicará Destino en febrero
Unas 15.000 horas de radio, 14 años entre sus 32 y los 46, la muerte de su padre o el nacimiento de su tercera hija. Y, en paralelo, una sociedad catalana que mutaba. Así podría resumirse la década y media de Antoni Bassas (Barcelona, 1961) al frente de El matí de Catalunya Ràdio (1995-2008), recuerdos y reflexiones que ha recogido en Bon dia. Són les vuit!, con la que anteayer ganó el 50º premio Pla, que publicará Destino en febrero.
Pregunta. Se despidió así: “Si la clase política catalana no aguanta un programa así es que tenemos una cultura democrática muy justita”. ¿Qué pecado cometió?
Respuesta. El libro es una historia de Cataluña narrada a través de la radio, no un ajuste de cuentas, no hay amargura. Pero podríamos haber seguido un par de años más y acabarlo bien pensando el futuro de la radio. ¿Pecados? Me pedían cambios en las tertulias, más... Había una incomodidad manifiesta con la línea editorial de un programa que, de manera intuitiva, empezaba a evidenciar que la sociedad catalana cambiaba la piel, que se hundían los viejos paradigmas de la Transición, que la división de poder CiU-Generalitat, PSC-ayuntamientos se resquebrajaba, todo eso mutaba. Lo noté en la reacción de los oyentes. Y lo fui llevando al programa... Y, claro, quien tiene el poder lo quiere conservar como sea, y si cree que el relato no le va a favor, pues hace lo clásico: matar al mensajero. Cataluña y España tienen hábitos parejos en eso: un país no es democrático porque lo dice una constitución o un estatuto... Hubo poca deportividad: se tomó una decisión política que desde lo empresarial era incomprensible. Y con ello se perdió parte de la afección de la gente con la radio pública del país.
El poder estaba incómodo con mi programa de radio
P. Usted vivió eso, Joaquim Maria Puyal se quedó fuera de unas concesiones de frecuencias públicas a mediados de los 90...
R. Sí, Puyal no pudo liderar un grupo de radio privada, pero es que en 2003, con el primer tripartito, verbalizó que estaba dispuesto a ser director general de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals y dejar el fútbol; hubo hasta conversaciones de lo que podría haber sido una verdadera refundación de la CCMA... Y tampoco fue posible. ¿Qué incomoda? Los políticos me decían: “Es que nos aprietas mucho”. Mire, a usted le conviene que cuando vaya a la radio pública se haga escuchar, que sea una entrevista de verdad, porque si eso no se percibe así, se acaba la audiencia; y eso me perjudica a mí, pero también a usted. Porque ese medio dejará de ser de referencia, será prescindible, como Canal 9: la propaganda no se quiere ni escuchar. Eso nos hace más pobres. Hacer entrevistas duras a un presidente es una obligación que tenemos los periodistas porque tenemos un contrato social con la gente: somos un poder que controla al poder en nombre de la gente. Reflexiono sobre todo eso en el libro.
P. ¿Cree que estuvo menos supeditado al poder de lo que lo puede estar hoy Catalunya Ràdio?
Si cree que el relato no le va a favor, el poder hace lo clásico: matar al mensajero. Cataluña y España tienen hábitos parejos en eso
R. Tenía la obsesión de que sonase como una radio comercial en el mejor sentido, el competitivo. En descargo, de los de hoy, hay que decir que yo vi pasar una época, pero ahora estamos en un momento de emergencia nacional.
P. ¿Qué hace más daño al periodismo: el SEO, los motores de búsqueda y los likes o las trincheras ideológicas?
R. Las dos cosas, pero ahí hay que añadir la precariedad laboral, la digitalización, que lo hace más rápido y libre pero también más superficial, y el miedo de los medios a ser impopulares: queremos mantener a un lector o un oyente en la zona de confort ideológico y eso crea una burbuja de mensajes insana. Porque sí, el periodismo es interpretación y eso se traduce en una línea editorial, pero ésta no puede ser una fobia o una trinchera hasta el punto de que los hechos quedan tan manipulados que son irreconocibles. Ahora los hechos son opinables y la opinión, sagrada. Eso daña al periodismo.
Una línea editorial no puede ser una fobia o una trinchera hasta el punto de que los hechos quedan tan manipulados que son irreconocibles
P. ¿Qué se oía en la sociedad catalana de esos años que explique dónde estamos?
R. El gran momento fue en 2000, cuando Aznar cambia el tono, que es el actual: España no será nunca un Estado plurinacional y el techo autonómico es ese. En 2004, con los atentados de Atocha, se da cuenta de que existen las fake news de Estado. Y tras el fracaso del estatuto de Maragall y el “apoyaré” de Zapatero, que de España ya no se podía esperar nada ni de los que se esperaba algo, que había que tirar por nuestra cuenta. Y así se oyeron los primeros gritos de independencia en 2007.
En 2003, con el primer tripartito, Puyal verbalizó que estaba dispuesto a ser director general de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals y dejar el fútbol; hubo hasta conversaciones ... Y tampoco fue posible
P. ¿Una profecía?
R. La ruptura emocional, sentimental, de confianza, entre dos millones de catalanes y España es profunda y, generacionalmente en algunos casos, irreversible y eso dará lugar a una nueva Cataluña y a una nueva España, que deberá decidir si quiere seguir empobreciéndose a ella misma para salvar la unidad. El independentismo ha de conseguir imponer la idea al Estado de que las sociedades son dinámicas y que si no lo es se acabará rompiendo. España deberá decidir si quiere ser siempre un estado roto solo unido por la fuerza o por la de las convicciones democráticas.
P. Su caso y el de otros parece mostrar como si el periodista deportivo se viera obligado a dignificarse saltando a otros ámbitos.
Yo no habría podido entrevistar bien a presidentes de la Generalitat o del Gobierno si no hubiese abordado a un futbolista en un túnel de vestuarios
R. El deportivo es una gran escuela de periodismo; no es casual que Puyal hiciera los programas de televisión que hizo o que Jordi Basté triunfe en las mañanas o yo estuviera 14 años. Habría que revisar esa idea de que el periodismo deportivo es flojo o zafio. Yo no habría podido entrevistar bien a presidentes de la Generalitat o del Gobierno si no hubiese abordado a un futbolista en un túnel de vestuarios: se trataba de pensar rápido, ser oportuno en la pregunta y crear un clima... en 15 segundos.
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