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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cincuenta años después

“Mayo del 68” ha acabado siendo más influyente desde el punto de vista cultural, mediático, educativo, que en el campo propiamente político

Joan Subirats
Imagen de París durante las protestas de mayo de 1968.
Imagen de París durante las protestas de mayo de 1968. GILLES CARON

Cada año tiene sus propias conmemoraciones, y este 2018, entre otras muchas, celebraremos el cincuenta aniversario de los hechos de Mayo del 68 que tantos debates, análisis e interpretaciones de todo tipo ha ido generando. Las declaraciones de Emmanuel Macron, nacido nueve años después del 68, afirmando que desde el Elíseo se quería aprovechar el momento para “sin dogmas ni prejuicios, extraer lecciones que no sean solo en contra o a favor” han desencadenado un sinfín de comentarios, críticas y debates. Su actitud contrasta con la de Sarkozy que, años antes, había afirmado que “era necesario liquidar de una vez por todas la herencia del 68” ya que según él mismo había impuesto, con su “prohibido prohibir”, un relativismo intelectual y moral, destruyendo los valores morales y la misma noción de jerarquía, sobre todo en el sistema educativo. Comentarios por cierto muy similares a los que José Ignacio Wert deslizó en su informe de 2012 para la FAES en el que denunciaba la “tolerancia axiológica” reinante en la sociedad española. Una permisividad moral que, según el exministro, no favorecía el que se distinguiera adecuadamente entre el bien y el mal.

Lo que es evidente es que el 68 fue un año convulso, y es probable que no solo se conmemore en París, sino que también en Praga (por la invasión de las fuerzas soviéticas en plena “primavera” reformista), en Ciudad de México (por la matanza en la Plaza de las Tres Culturas) o en muchas partes de Estados Unidos (donde se produjeron grandes manifestaciones contra la guerra de Vietnam), 2018 será un año en que memorias, interpretaciones y trazas a seguir, formarán parte de las agendas políticas y culturales.

Cincuenta años son muchos. Nos situamos en lo que según Maurice Halbwachs, en su libro La memoria colectiva, sería el umbral entre memoria e historia. Aún tenemos muchos testigos de aquellos hechos, y por tanto prevalece la memoria a la historia. Estamos pues en un momento interesante en el que se van configurando interpretaciones, categorías analíticas, que serán usadas posteriormente para discutir hechos y problemas del presente.

De hecho, la literatura que se ha ido acumulando sobre el tema en este medio siglo es muy considerable. Se ha subrayado siempre el momento de renovación que en todo el mundo supuso la generación nacida con posterioridad a la Segunda Gran Guerra y lo que ello supuso de reforzamiento del individualismo, de renovación de un capitalismo que entendió la necesidad de pasar de un sistema “fordista” de consumo de masas a uno en el que se siguieran pautas de personalización del consumo, o los que apuntan a la imprevisibilidad de las crisis y la creciente significación en esas explosiones fulgurantes de elementos posmaterialistas. Se ha subrayado asimismo el desasosiego y la prevención que aquellos hechos produjeron en las organizaciones políticas y sindicales de la izquierda tradicional. La explosión de “izquierdismos” de todo tipo, de rechazo a los formatos de matriz centralista y jerárquica en las dinámicas de transformación social, la voluntad de ligar el cambio del mundo al cambio de la propia vida, han sido destacados como una herencia directa de aquellos momentos.

En lo que muchos han estado de acuerdo es en que “Mayo del 68” ha acabado siendo más influyente desde el punto de vista cultural, mediático, educativo, en los modelos familiares, en los roles de género o en las pautas sexuales o de trabajo que en el campo propiamente político. Cambió más la forma de ser y actuar, que la propia política.

No son pocos los que ahora en Francia aluden a la famosa frase de Marx (del que por cierto también se celebra en el 2018 el bicentenario de su nacimiento) en la que decía que “los grandes hechos acostumbran a repetirse dos veces: la primera vez como tragedia, la segunda vez como farsa”. Alain Krivine afirma que “viniendo de Macron, lo que va a hacerse va a ser más un entierro que una celebración”. Desde mi punto de vista, lo que Mayo del 68 ha acabado significando es una ruptura de las formas convencionales de hacer política, a caballo de cambios muy de fondo sobre otras muchas transformaciones vitales y de interacción social. Hubo una negación de las intermediaciones tradicionales, un rechazo a las convenciones tacticistas y una preferencia por la intervención directa y en primera persona frente a las formas centralizadas, institucionales y jerárquicas de acción política. Más allá de celebraciones, muchas veces apolilladas, esas son trazas que nos han llegado de forma inequívoca en relación con unos hechos que seguimos recordando.

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