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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Seamos sinceros

Durante las últimas semanas nadie en Barcelona creía que la ciudad sería designada sede de la Agencia Europea del Medicamente. Demasiada incertidumbre, inseguridad y, para decirlo todo, estupidez

Francesc de Carreras

Que Barcelona no sea la sede de la Agencia Europea del Medicamento es debido, como todos saben, a una causa principal: la inestabilidad política e inseguridad jurídica que produce el llamado procés. También a la errática e ineficaz política municipal barcelonesa desde que es alcaldesa Ada Colau. Sin duda, también. Y combinados ambos elementos, la resultante es nefasta y muy peligrosa.

Barcelona era una ciudad de éxito, en franco ascenso desde los primeros ayuntamientos democráticos. Las transformaciones urbanas desde la época de la transición la cambiaron de arriba abajo. Pensemos en las reforma de los barrios periféricos, crecidos en total desorden entre mitades de los años cincuenta hasta los años setenta, hasta la época democrática. Pensemos en el carácter que le generó la remodelación del casco antiguo.

Además, hasta esa época Barcelona era, incomprensiblemente, una ciudad sin salida al mar. El puerto y unas zonas industriales envejecidas eran un obstáculo que parecía insalvable para que los barceloneses pudieran disfrutar del privilegio que suponía ser una ciudad marítima. Pareció un milagro la apertura de kilómetros de playas a las que el barcelonés podía acceder fácilmente en metro o autobús. Pero hubo más. Barcelona pasó de ser una decadente ciudad industrial textil a un potente núcleo tecnológico, especialmente en materias médica y farmacéutica. Hospitales, clínicas, laboratorios, pasaron a formar parte del cotidiano paisaje económico de la ciudad.

Finalmente, debido a la buena imagen de los Juegos Olímpicos, Barcelona se convirtió en ciudad turística de primer orden, pasar días de vacaciones en la ciudad ha sido algo común, como había sucedido antes en ciudades europeas de mediano tamaño: Florencia, Ámsterdam, Praga… El turismo permitió consolidar una oferta hotelera y de restauración más que brillante, unos servicios que generaron numerosos puestos de trabajo, empresas grandes, medianas y pequeñas. Además, se beneficiaban de todo ello no solo quienes residían en el estricto municipio sino en toda su área de influencia. Barcelona pasó de ciudad a área metropolitana, la rapidez del transporte la convirtió en capital de una mancha humana de considerables proporciones.

Pues bien, todo esto se está derrumbando, ha empezado una decadencia que puede ser imparable. Los obstáculos del Ayuntamiento barcelonés al turismo, además de incomprensibles, han sido contradictorios, sin rumbo definido, el peor escenario para atraer inversiones, para consolidar proyectos. El intento de separar Cataluña de España, y por tanto de Europa, es todavía más trascendente, afecta a todo. Han huido en desbandada bancos, empresas, profesionales, inversores: todos desconfían de lo que pueda suceder.

Seamos sinceros: durante las últimas semanas nadie en Barcelona creía que la ciudad sería designada sede de la Agencia Europea del Medicamente. Nadie. Algo, además, normal: si nos ponemos en la piel del otro, tampoco la hubiéramos votado. Demasiada incertidumbre, inseguridad y, para decirlo todo, estupidez. ¿Trasladamos la Agencia desde Londres a otra ciudad europea debido al Brexit y escogemos a otra que también quiere irse? Ni hablar: lo sensato, en beneficio de los europeos, es apostar por lo seguro, por ciudades en que prevalezca la sensatez y la inteligencia. Desde luego, no es el caso de la Barcelona de hoy.

Una muestra, una muy pequeña y anecdótica muestra: las palabras, pronunciadas entre sollozos, que he escuchado estos días a una emocionada Marta Rovira, candidata de ERC a presidenta de la Generalitat: “No nos rendiremos, nosotros no haremos esto, lucharemos hasta el final, hasta el final… Tenemos todo el derecho del mundo de vivir en un país libre, digno y justo”.

Seguramente si esto, dicho en un tono dramático y apocalíptico, numantino, lo han visto y escuchado los delegados europeos que debían decidir dónde ubicar la Agencia del Medicamento, sabiendo que Rovira puede ser la próxima presidenta de la Generalitat, se hayan echado inmediatamente para atrás. Pero, ¿qué le pasa a esta mujer? ¿ante quién no se debe rendir? ¿es que España, un Estado de la UE, no reúne las condiciones para poder vivir con libertad, dignidad y justicia? ¿por qué chilla, por qué llora?

Este lenguaje no es el de la Europa del siglo XXI. No vamos a situar la Agencia del Medicamento, algo que es la quintaesencia del espíritu científico, en una ciudad gobernada por emocionales dotados de muy escasa razón. Los que asignaron la sede a Ámsterdam no querían correr riesgos e hicieron bien. Desgraciadamente, si no le ponemos remedio, apostar hoy por Barcelona no es prudente ni sensato, nadie lo hará, seamos sinceros.

Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.

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