La máscara de la soledad
La compañía Kulunka explora el aislamiento de los mayores a través del teatro de máscaras en la obra 'Solitudes'
Las máscaras que utiliza la compañía teatral Kulunka Teatro son de una pieza y se mantienen inmóviles durante toda la función, sin embargo, dependiendo del momento, parece que cambian, que ponen diferentes muecas y expresiones. Hay hasta a quien le parece que hablan, cuando es teatro mudo. Tanto que llegan a emocionar con fuerza al público, que aplaude al final del espectáculo con los ojos húmedos. A las puertas del estreno en Madrid de Solitudes, su última obra, una espectadora decía: "Espero que esta no de tanta pena como la anterior" (en el buen -el triste- sentido de la palabra).
Por la anterior se refería a André y Dorine, primer montaje de la compañía que ha estado ya en 30 países y cuatro veces en la capital. Una historia enternecedora sobre una pareja de ancianos en la que, de pronto, se aparece el alzhéimer y que, en efecto, destruía el corazón ("daba pena"). Solitudes tampoco es la fiesta padre: el tema a tratar en este caso es la frecuente en la soledad de las personas mayores. Se puede ver en el Teatro Fernán Gómez hasta el 29 de octubre.
"En esta ocasión la función es más incómoda: mientas que la enfermedad no es culpa de nadie, la soledad es cosa de todos", explica el director Iñaki Rikarte. "Hay muchos mayores solos, y otros que están atendidos pero no acompañados. Es algo que no acabamos de resolver". La soledad es una epidemia: en España hay dos millones de mayores que viven solos, el 60% de ellos, además, se sienten solos (no es lo mismo estarlo que sentirlo), según estudios del CIS y del Imserso.
En Solitudes se expone esa situación a través de un abuelo, un padre y una nieta, en la que también tienen su peso otros asuntos como los choques intergeneracionales, la prostitución, la hipnosis de los medios de comunicación o el continuo bombardeo de las redes sociales. Se da, también, mayor variedad de espacios y cambios de personajes que en André y Dorine. Y es que los actores, cuya maestría da inusitada vida a personajes a priori inexpresivos, son solo tres para encarnar a multitud de personajes: Edu Cárcamo, Garbiñe Insausti y José Dault. "Con tanto cambio, el verdadero espectáculo se da detrás de la escenografía", bromea el director.
Las máscaras, realizadas por Insausti, combinadas con el silencio, son la marca de Kulunka, y lo que, curiosamente, les hace conectar de forma especial con el espectador. No existe una gran escena en España de teatro de este tipo, al menos a la manera de Kulunka, con dramaturgias muy narrativas al estilo del teatro de texto, lo que podría calificarse como su principal seña de identidad, además de la utilización de las máscaras no solo para la comedia, sino con componentes dramáticos. Ellos se inspiraron, en sus orígenes (en 2010), en la compañía alemana Familie Flöz.
"En nuestros espectáculos el pacto de ficción incluye el aceptar esas máscaras, que es evidente que son de mentira, como seres reales", explica el director, "tal vez esto haga bajar la guardia emocional al público". Kulunka emociona, sorprende, y también hace reír, todo sin cambiar de mueca.
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