La vida sigue
La séptima gran manifestación en 40 días no perturba la imagen habitual de turistas y comercios abiertos
Si repites una cosa acaba convirtiéndose en normal. Es lo que le pasa a Barcelona con las manifestaciones. Ayer vivió la séptima gran concentración en apenas 40 días desde la Diada del 11 de septiembre y que el centro de Barcelona se llene de manifestantes parece algo normal en esta ciudad. Este sábado casi dos horas duró la concentración convocada por la Mesa por la Democracia para protestar por la encarcelación de los presidentes de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, y de la ANC, Jordi Sànchez, los jordis, condicionada por el anuncio horas antes de la aplicación del artículo 155 destituyendo al Gobierno catalán.
Pero a la ciudad y su céntrica avenida del paseo de Gràcia que ya ha visto muchas manifestaciones en su historia centenaria, parecía que el bullicio le daba igual. Muy pocos negocios bajaron la persiana. Las tiendas de grandes marcas de ropa, seña de identidad de esta columna del burgués Eixample, abrieron con normalidad, aunque es verdad que solo los extranjeros estaban por la labor de comprar. Sí estaban llenas las terrazas de bares y cafeterías, que volvieron a hacer su agosto en mitad de octubre.
Ayer, una vez más, la manifestación fue política y lúdica: padres con sus hijos que no perdonaron la hora de la merienda, grupos de amigos, y parejas de edad. “¿No ves una valla para subirme?”, decía una anciana a su marido.
“No había acabado Rajoy de decir que nos quitaba la libertad y ya estaba dándole a la olla en el balcón”, decía Maribel, que había acudido desde Gavà. “Lo peor es que un vecino ha puesto a todo trapo el Viva España de Manolo Escobar. Nunca he soportado esa canción, y ahora, menos”. Llegó mucha gente de fuera de Barcelona, aunque menos que otras veces, como podía verse por el hecho de que los autocares de Sallent (Barcelona), Vidreras o Quart (Girona) habían podido aparcar en la vecina calle Pau Claris y no en las afueras.
La manifestación de ayer parecía un remate de rebajas. Las pancartas que se regalaban hacían mención a los Jordis, pero también a las anteriores concentraciones. La gente se las ponía donde podía: como turbante, bufanda, brazalete o como orejera debajo de la gorra. Los que también hicieron su agosto, y ya van siete, fueron los vendedores de esteladas y senyeras, a un euro las de un metro y a dos las de dos metros. En el recorrido desde la calle Aragón hasta Gran Vía eran muchos los que no querían perder la oportunidad, quizá la última, de tener un público tan masivo, como los vendedores de latas de cervezas o los de revistas como Militant.
Para los turistas era un atractivo más, y muchos hacían fotos desde el terrado y los balcones de la Casa Batlló a los multicolores manifestantes de la calle dando la espalda a la obra de Gaudí pese a que habían pagado unos buenos euros para poder verla.
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