Cataluña y la crisis de gobernanza europea
No hay más salida que la que se pueda construir sobre el reconocimiento mutuo y el compromiso de un referéndum en algún momento del camino
Manuel Valls habló en Ser Cataluña. Aunque nacido en Barcelona, es un genuino representante del jacobinismo francés rotundamente contrario a la independencia. Pero su mensaje principal fue que lo que ocurra en Cataluña tendrá repercusión europea y que “si Cataluña es independiente será el fin de la Europa de los Estados nación”. Ensimismados en nuestras cuitas familiares, cargados de prejuicios hispánicos, tendemos a ver el conflicto soberanista como un fenómeno singular, extraño, retrógrado para algunos, propio de inacabables desencuentros de una nación española que nunca se cerró por completo. Pero sin negar ninguna de las circunstancias específicas del caso catalán, es higiénico y ayuda a desdramatizarlo situarlo en un marco más general: la crisis de gobernanza de la democracia liberal europea fruto de las mutaciones generadas por el paso del capitalismo industrial y local al capitalismo financiero y global.
Ayer leíamos que el sueldo medio de los nuevos contratos en España es un 12% inferior al de antes de la crisis. Los salarios están a la baja, el trabajo está precarizado y seguirá así. El crecimiento no garantiza una mejora generalizada del bienestar. Y las políticas llamadas reformistas no hacen más que recortar garantías y protección a los trabajadores. Macron acaba de cargarse el pacto social que había dado cohesión a Francia desde el final de la II Guerra Mundial. El amplio espacio intermedio que articulaba las sociedades europeas se ha fracturado. Después de haber vivido en la indiferencia política durante los años en que parecía que todo era posible, ahora muchos ciudadanos viven con la sensación de que el Estado ni les escucha ni les protege, que los intereses de los que mandan no son los suyos, al tiempo que las jóvenes generaciones viven en el eclipse del futuro. Es una crisis de gobernanza por el agotamiento de la utopía llamada neoliberal, lanzada a finales de los setenta, que ha devuelto a Europa al terreno de las desigualdades abismales y que se ha llevado por delante a la socialdemocracia que se dejó fascinar por la buena nueva que venía del Atlántico.
El caso catalán, con toda su historia a cuestas, que evidentemente lo cargan de peculiaridades, es uno más de los episodios que expresan esta crisis. Por eso Manuel Valls tiene razón cuando destaca su dimensión europea. En su estallido comparte causas con Syriza, con el 15-M, con los grillini, con Francia insumisa, con el crecimiento de la extrema derecha (ahora también en Alemania), con el Brexit, incluso con el fenómeno Macron, impensable en otro contexto. A estos y otras movimientos tan dispares se les ha puesto la etiqueta de populismo para descalificarlos, evitando así analizar las causas y afrontar los problemas. Solo Macron se ha librado del calificativo porque rápidamente ha cumplido con el rito iniciático de una reforma laboral para desactivar al mundo del trabajo.
Macron ha dejado constancia de lo frágil que es el velo que separa al liberalismo del autoritarismo postdemocrático, calificando de "holgazanes" a quienes se oponen a su reforma y con una frase para la historia de la infamia: “una estación es el lugar en que se cruza a la gente que ha triunfado y la gente que no es nadie”. Por eso es oportuno el informe de la Oficina de Derechos Humanos de Naciones Unidas que le recuerda al Gobierno español que “independientemente de la legalidad del referéndum, las autoridades españolas tienen la responsabilidad de respetar los derechos que son esenciales en las sociedades democráticas”. Una advertencia razonable a la vista de que hay fronteras que se cruzan con suma facilidad, como hemos visto en Polonia o Hungría.
Hemos llegado a la vigilia del 1-0 sin que el escenario se haya clarificado. Ambas partes, en su dinámica de acción-reacción, pueden tener la tentación de redoblar la apuesta: el soberanismo metiéndose en el abismo de la ruptura unilateral, el unionismo utilizando todos los instrumentos de la vía represiva. Quizás abrir el foco, darle perspectiva europea, entender que lo que ocurre aquí no es nada extraño sino que forma parte de una crisis más amplia, pueda hacer entender que más allá de la confrontación o el atasco eterno, no hay más salida que la que se pueda construir sobre el reconocimiento mutuo y el compromiso de un referéndum en algún momento del camino.
Al fin y al cabo, la crisis de gobernanza europea nos concierne a todos, juntos o separados.
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