Rojos separatistas
Asistimos al revival de aquel artefacto discursivo que tantos ratos de gloria proporcionó a la dictadura de Franco en sus primeros tiempos: la Anti-España
Resulta fascinante e inquietante a la vez observar cómo determinadas fórmulas de interpretación de la realidad, secularmente arraigadas en la cultura política hispana e inculcadas ad nauseam durante las cuatro décadas franquistas, han resistido incólumes otras cuatro décadas de pluralismo y reaparecen hoy, en el otoño de 2017, con todo su esplendor. Pienso en el viejo recurso explicativo del complot, del contubernio, de la traición.
Que el sistema político-institucional (el régimen, ¿por qué no podríamos llamarlo así?) puesto en pie a partir de 1978 muestre, quizá desde 2010, síntomas claros de crisis, de fatiga de materiales, de obsolescencia, eso no invalida los aspectos positivos que tuvo a lo largo de tres decenios, ni debería suponer un drama: todos los sistemas políticos tienen un ciclo vital y terminan por periclitar. La Restauración alfonsina, por ejemplo, manifestó claramente su agotamiento a partir de 1917, debido al colapso del bipartidismo caciquil, a la crisis social, al auge de los nacionalismos periféricos, al conflicto bélico en Marruecos, etcétera.
La crisis de la Restauración posfranquista se ha expresado sobre todo a través del descrédito y la pérdida de legitimidad de los partidos que fueron dominantes desde el período constituyente (el 15-M, el No nos representan..., que cristalizará en Podemos) y de la eclosión soberanista catalana, muy pálidamente replicada en Euskadi. Se trata de un proceso histórico perfectamente explicable en términos racionales, mediante factores de tipo generacional, político (la agobiante hegemonía del PP en todos los aparatos del Estado desde 2011, la corrupción...) o económico (el impacto brutal de la crisis, a partir de 2009, sobre amplias capas sociales).
Pero, en vez de interpretarlo en estos términos, el grueso de los medios, opinadores y analistas españoles lo han leído, lo están leyendo en clave de conjura, de insidioso y turbio contubernio que debe ser desenmascarado, no analizado. Y, dentro de ese frame conspiranoico, el clásico espantajo del complot rojo-separatista ha vuelto a florecer.
Se podría recopilar una gruesa antología de frases que, desde los espacios más nobles de la prensa capitalina, llevan semanas hablando de la “siniestra fraternidad rupturista” entre la “izquierda radical española” capitaneada por Pablo Iglesias Turrión y el “separatismo catalán” que encabezan Puigdemont y Junqueras. Hay textos inefables —que darían risa si no produjesen pena— donde se pronostica la culminación del pérfido contubernio: una declaración unilateral de independencia en Cataluña, “acompañada de estallidos sociales en toda España”. De momento, la asamblea de electos de Zaragoza ya constituyó un inaudito ataque al Estado de Derecho (la agresiva concentración fascista a sus puertas, en cambio, fue un agradable divertimento dominical). En cuanto a la eminencia gris, al cerebro en la penumbra de la conjura subversiva, es el empresario audiovisual Jaume Roures, anfitrión de la cena en la que se suscribieron los nuevos Protocolos de los Sabios de Sión para acabar con “la nación más antigua de Europa”.
Se trata, en definitiva, del asombroso revival de aquel artefacto discursivo que tantos ratos de gloria proporcionó a la dictadura de Franco en sus primeros tiempos: la Anti-España. El PP, Ciudadanos, el PSOE y todos sus corifeos son España (y, subsidiariamente, también la democracia y la juridicidad); el bloque independentista catalán, Podemos, las confluencias y —¡horror!— EH Bildu con Arnaldo Otegui al frente son la Anti-España, los enemigos de la democracia, los dinamiteros de la soberanía nacional, etcétera. ¡Qué más da que los de Pablo Iglesias obtuviesen hace 15 meses más de cinco millones de votos! “Podemos —se afirma sin pestañear— es una fuerza antisistema con quien no se debe uno asociar, porque volverá a traicionarte”. Ojo al dato, Pedro Sánchez: con la Anti-España no se pacta. ¿Excluyentes? Eso son los secesionistas.
En los viriles años de 1939 y sucesivos, a la ralea rojo-separatista se la fusilaba, y asunto concluido. Ahora (“¡A por ellos...!”) sólo se la amenaza, procesa y detiene, se le infligen multas astronómicas, se la demoniza por sediciosa y traidora (y si cabe poner por ahí en medio al venezolano Nicolás Maduro, miel sobre hojuelas).
Pero faltaba la sombra del Kremlin, y ha llegado. Era de prever: cuando tantos líderes de opinión parecen enfundarse de nuevo la camisa azul de su propia mocedad ideológica —o de la de sus ancestros— es muy coherente recuperar la consigna que Ramón Serrano Suñer lanzó desde el famoso balcón de la calle de Alcalá, aquel 24 de junio de 1941: “¡Rusia es culpable!”.
Joan B. Culla i Clarà es historiador
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