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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿A quién darle la patada?

Las opciones para el 1-O no se reducen a la independencia. Están en juego la continuidad de Rajoy y la política del PP para Cataluña

Enric Company

A medida que se va acercando el primero de octubre crece el número de ciudadanos de Cataluña que se sienten interpelados por la pregunta que se pretende someter a referéndum. Aumenta la presión ambiental y mediática para decantarse en torno a la cuestión que lleva cinco años casi monopolizando el debate político. ¿Estoy a favor o en contra de un Estado catalán independiente del Reino de España? Mucha gente se ha formulado esta pregunta en los últimos años y le ha dado su respuesta. Pero también hay mucha que ha rechazado hacerlo hasta ahora y, cuando ha habido elecciones, se ha decantado por otros argumentos políticos. Ahora, sin embargo, Cataluña ha entrado en una fase en la que los demás argumentos, como por ejemplo el voto por razones de programa económico, de orientación social, de clase, de cultura política, se convierten en secundarios y se hace imposible, o casi, eludir el posicionamiento sobre la cuestión de la independencia. O eso parece.

En las dos últimas elecciones al Parlament ha crecido mucho la cifra de votantes independentistas. Muchísimo. Han pasado de no llegar al medio millón de votantes en 2010 a rozar los dos millones en 2015. En porcentaje, se han convertido en un bloque significativamente estable, en torno al 48%. El gran salto lo dieron en las elecciones de 2012, cuando Convergència pasó del autonomismo al independentismo. Fue el máximo histórico de este bloque, con el 47,87% de los votos. En las elecciones autonómicas de de 2015, casi repitieron el porcentaje, con el 47,80%. En ambas convocatorias se acercaron a la mitad de los participantes, pese a que la participación osciló ocho puntos porcentuales entre ellas.

En 2010, con una participación muy baja, del 57,78%, los votos independentistas habían sido solo 322.094. Dos años después, con una participación muy superior, del 67,78%, las papeletas de los votantes independentistas fueron ya 1.740.818. En la siguiente convocatoria al Parlament, la de 2015, la participación subió hasta el 74,95% y la cifra de votos para los partidos independentistas escaló hasta rozar los dos millones: 1.966.508. Pero la fiebre política se repartió aquel año por igual y el incremento de participación electoral volvió a mostrar un panorama muy estable.

Respecto al escenario político de 2006, cuando se refrendó el Estatuto, el decantamiento hacia el independentismo ha sido masivo. Pero no total. Y parece estancado. ¿Ha variado mucho esta situación en los dos últimos años? Nadie lo sabe. Y solo podría saberse si se celebrara un referéndum en condiciones de normalidad institucional o unas nuevas elecciones al Parlament. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se ha comprometido solemnemente a evitar que pueda llevarse a cabo el referéndum de autodeterminación convocado por el Gobierno de la Generalitat para el 1-O, y ha puesto en juego todo el instrumental jurídico, político, policial y mediático de que dispone, apoyado por tres de los cuatro grandes partidos, el PP, el PSOE y Ciudadanos. El movimiento independentista, encabezado por el Gobierno catalán presidido por Carles Puigdemont, se ha propuesto superar el 1-O el veto lanzado por Rajoy mediante una oleada de participación popular. El independentismo apuesta por un desbordamiento que suponga la puesta en práctica de la soberanía catalana. Si, como todo indica, no logra imponerse, lo más probable es que el 1-O se convierta en una pausa hasta un nuevo intento. Un hito más en una larga historia.

Estas expectativas no favorecen que el elector se quede al margen. El envite ha tomado un vuelo en el que, en realidad, el Gobierno de Rajoy se juega su existencia. Si hay desbordamiento, será arrastrado por la ola. Si no lo hay, puede que también, pues está claro para todo el mundo —y nunca mejor dicho, pues es la gran prensa internacional la que se ha encargado de señalarlo inequívocamente— que Rajoy, su Gobierno y su partido han sido incapaces de afrontar y resolver esta crisis de Estado.

Aquí entra en juego, pues, el otro factor. A la hora de tomar una decisión sobre si participar o no en el referéndum, a los electores catalanes que no se han definido sobre la independencia se plantea estos días la cuestión de si el 1-O hay que hacerle un favor a Rajoy o no. Es una opción endiablada, pues es bien obvio que no darle la patada a Rajoy puede ser tanto como hacerle un favor a Puigdemont y su estrafalaria coalición. Como mal menor les queda, si acaso, la de participar en el referéndum, si efectivamente lo hubiera, pero votando no. Una ecuación muy parecida a la que se planteó en la consulta del 9-N de 2014.

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