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MÚSICA / Jorge Marazu

La canción del hombre bueno

El artista se declara deudor de Nino Bravo aunque algunas de sus canciones recuerden a Nick Drake

Jorge Marazu en realidad no se apellida Marazu, sino Hernández Marazuela, como el ilustrísimo dulzainero. Pero, a diferencia de don Agapito, él no es originario de Segovia, sino de Ávila, tierra de escasos referentes en la historia de nuestra música popular. ¿Un cantautor a la sombra de las murallas? “Ya desde chaval, cuando empecé a soñar con dedicarme a la música, tuve que acostumbrarme a que al 80% de los amigos de siempre les importaran una mierda mis canciones”, se sonríe el interesado, tan natural en la expresión como frente al micrófono. Y orgulloso de ser tal cual es, sin maquillajes ni disimulos: tras un par de años en Madrid, ha regresado al terruño. En la gran ciudad, admite, no se “apañaba”.

Cosas de un mocetón del 86 que se crio en Blascosancho, un pueblito de apenas un centenar de habitantes, y que no duda en citar entre sus influencias a Bambino, Manuel Alejandro o, muy en particular, Nino Bravo, por mucho que la construcción de algunas de sus canciones recuerde a Nick Drake y las guitarras de su próximo disco a veces parezcan de Jeff Buckley. Ni encasillamientos ni prejuicios, una actitud a la que seguramente no sea ajeno el detalle de que Antonio Hernández, el padre de Marazu, haya sido durante décadas el cantante de la Montecasino, la orquesta de verbenas más celebrada en la comarca de Peñaranda de Bracamonte.

Marazu pudo hacer carrera como futbolista, pero colgó las botas en el Carlos Tartiere de Oviedo y se centró en la guitarra. En 2015 publicó Escandinavia, un muy bonito disco melancólico, tristón y cantautoril. En las próximas semanas llegará Lumínica, que ejerce de contrapunto: alegre, luminoso, empapado de amor por su pareja, por la vida, por el olor de la tierra fresca. Pero uno y otro retratan a un tipo sensible, vulnerable. A un hombre bueno.

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