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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mejor preparada ¿en y para qué?

Hoy en día se confunden las cosas: no se trata de ser feliz “al aprender en la escuela” sino de aprender “para ser feliz en la vida”, algo bien distinto

Francesc de Carreras
Imagen de archivo de la biblioteca de la Universitat Pompeu Fabra.
Imagen de archivo de la biblioteca de la Universitat Pompeu Fabra.Carles Ribas

Actualmente, hay un lugar común que no suele ponerse en discusión: “la generación actual es la mejor preparada de la historia”. Si por generación actual entendemos la menor de 40 años, no hay duda de que tiene dos condiciones que justifican esta consideración. Por un lado, es la primera generación que ha ido a la escuela hasta los 16 años y en muy buena parte ha pasado por la universidad, obteniendo o no un título de grado, un máster o un doctorado. Por otro lado, no sólo sabe manejar las nuevas técnicas de comunicación que nos adentran en una sociedad distinta sino que las ha incorporado a sus proyectos de vida, desde aspectos importantes como es la profesión, hasta cualquier otro asunto de la vida diaria. Amazon o Uber, son dos ejemplos. Estas nuevas tecnologías condicionan, en parte determinan, sus vidas: en eso se distingue la nueva generación de las anteriores.

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Desde estos dos puntos de vista, niveles de enseñanza y adaptación a las nuevas realidades tecnológicas, hay motivos para decir que se trata de una generación muy bien preparada. Ahora bien, ¿podría estarlo mejor? En todo caso, para saber si es la generación mejor preparada de la historia habrá que comprobarlo desde una cierta perspectiva histórica. Además, y más fundamental, la pregunta resulta incompleta, quizás deba añadirse mejor preparada en qué y para qué. Sólo entonces podremos aventurar, tímidamente, una respuesta convincente.

En primer lugar, generación mejor preparada ¿en qué? Por supuesto en tecnología, ello es imprescindible, como hasta ahora lo han sido, y siguen siendo, la lectura y la escritura. Pero se trata de medios neutros, funcionales, de lenguajes para acceder a la información y saber comunicarla. Pero, ¿y los contenidos? ¿cuáles son los contenidos que deben aprenderse? No sé si en este aspecto vamos en la dirección correcta. La impresión es que la pedagogía actual tiende a enseñar pocos conocimientos generales en las enseñanzas primaria y secundaria y se fomentan los contenidos profesionales en la universitaria. Con ello no formamos de manera suficiente ni ciudadanos ni personas cultas.

Es cierto que el estudiante debe “aprender a aprender”, siempre ha sido así, los saberes cambian y la formación es labor de toda una vida. Pero el conocimiento básico general debe aprenderse en la escuela y el básico específico en la universidad. No sólo bastan “habilidades y competencias”, para usar la terminología pedagógica que está de moda, si no que es necesario, en esas etapas, acceder también al saber, al conocimiento.

Además, el aprendizaje no es sólo “tener información” sino sobre todo “conocer”. Tener información es acumular el conocimiento disponible que otros te han trasmitido. Conocer, en cambio, como dice Erich Fromm, es “penetrar a través de la superficie, llegar a las raíces y, por consiguiente, a las causas”. Si ello es una labor difícil en primaria y secundaria, aunque debe intentarse, esta debe ser la labor principal de la universidad. Las informaciones se acumulan, son cuantitativas; los conocimientos se asimilan, son cualitativos. Esta distinción es fundamental.

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En segundo lugar, generación mejor preparada ¿para qué?. Dos deberían ser los objetivos generales de la educación: enseñar a ser buenos ciudadanos y suministrar los instrumentos para ser personas cultas, además de, naturalmente, en la fase superior, desarrollar un aprendizaje para ejercer una profesión específica.

Lo primero va dirigido a crear las condiciones de una buena convivencia entre las personas basada en los principios éticos y las virtudes públicas: en especial, entre estas últimas, la tolerancia, el respeto a los demás, una responsable participación política, la conciencia de ser personas libres e iguales. Lo segundo, la cultura, es más egocéntrico y privado. La educación debe enseñar a disfrutar de la vida, a ser feliz y a saber contribuir a la felicidad de los demás. Si a uno le gusta leer no se aburrirá jamás, la curiosidad incentiva la felicidad, conversar más allá de las nimiedades cotidianas contribuye a la buena vida. Para todo ello es necesaria la cultura. Hoy en día creo se confunden las cosas: no se trata de ser feliz “al aprender en la escuela” sino de aprender “para ser feliz en la vida”, algo bien distinto.

Convengamos, pues, para no discutir, en que estamos ante la generación mejor preparada de la historia. Pero quizás debamos preguntarnos también: ¿está todavía insuficientemente preparada y podría estarlo mejor?

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