Preocupación política
Las cartas están repartidas y queda poco por jugar. Sin embargo, hay que aprovechar el poco tiempo que queda para evitar lamentaciones
Que vivimos en Cataluña momentos de pesimismo y de preocupación política no precisa de mayor demostración. Varias circunstancias son las causantes de esta situación. Algunas son de carácter general, la crisis económica, la precariedad laboral, la creciente desigualdad, la corrupción, el presente y el porvenir de la juventud, la violencia de género, el terrorismo internacional, etcétera, etcétera; otras sin embargo, son propias o bien ofrecen características particulares.
Sobre estas últimas es necesario que, todos, nos enfrentemos a algunas realidades, por doloroso que resulte.
La corrupción de la antigua CDC, no puede esconderse y a estos efectos, es capital. CDC, era más que un partido político ad usum, era la opción política natural de mucha gente del país incluidos desde afranquistas o colaboradores del franquismo posterior a 1945, hasta socialdemócratas tibios.
Era la heredara de la antigua Liga y más. Representaba a buena parte del país, especialmente del demarcado fuera del área metropolitana de Barcelona. Para bien, para mal y para regular.
Una parte importante de Cataluña está anonadada de la constatación de esa corrupción, el 3%, el caso Palau y la deixa al Presidente Pujol, el caso Prenafeta y caso Alavedra, entre otras calamidades, han provocado esta situación. Esta realidad por lealtad ciudadana, ha de ser reconocida y enmendada si, de verdad, interesa el porvenir del país.
No vale decir que esa corrupción es atribuible, en Cataluña, a todos. No es cierto, por las circunstancias que sean.
Nada o poco cabe reprocharles como organizaciones políticas, en esta materia, a ERC, Ciudadanos, PSC (los tiempos de Filesa quedan lejos) e incluso al PP en Cataluña (en el resto de España es otro cantar). Por lo sabido su conducta, en este punto, es correcta.
Para muchos CDC era uno de nuestros productos políticos naturales y bien que ahora duele. La responsabilidad histórica asumida por los corruptos y compañeros de viaje es inmensa, trascendental. No debe ser fácil de soportar.
El proceso secesionista añade más preocupación. Una serie de interrogantes planean sobre el país: ¿Que pasará, si, como parece previsible a día de hoy, a la convocatoria del referéndum sigue su prohibición y, después, la declaración unilateral de independencia? ¿Qué clase de resistencia u oposición ofrecerá Cataluña ante una drástica intervención del Estado? ¿Tan difícil es conciliar la cooperación integradora, fuente de paz y de progreso, con el razonable reconocimiento de los hechos diferenciales de Cataluña?
Unas pocas consideraciones podrían ser de utilidad: las urgencias y los plazos perentorios en política, acostumbran a ser precursores de infortunios; los nacionalismos, todos, incluidos el español y el catalán, han estado detrás de algunas catástrofes de nuestro tiempo; en democracia, es erróneo, equiparar, mayoría parlamentaria y mayoría social, Parlamento y país; es peligroso el enfrentamiento entre legalidad y legitimidad y la política española, en ésta materia ha de liberarse del poder e influencia de la alta burocracia del Estado, a fin de alcanzar un pacto acorde a razón y Derecho. Una cosa son los intereses públicos y otra, bien distinta, la de sus supremos administradores.
La intervención de los Tribunales, hasta este momento, ha sido templada, las sentencias del 29 N, moderadas. El incidente entre la Fiscal de Barcelona y un grupo de independentistas, sofocado en su origen. Nada se les puede reprochar aunque, naturalmente, algunos pretendían la absolución de los acusados.
La extensión de la querella, realizada por la Magistrada instructora, en el caso de Carme Forcadell, a una persona no imputada por el Fiscal es conforme a la Ley aunque con poco recorrido pues nadie puede ser condenado si, en definitiva, no es objeto de acusación.
Lo preocupante, y mucho, es el enfrentamiento entre el Fiscal General del Estado, el Fiscal Anticorrupción y los fiscales del 3%, que viene a sumarse a otras anteriores divergencias. Todo indica que en la cúpula de la Fiscalía reina tiempos borrascosos.
Parece que las cartas están repartidas y que queda poco por jugar. Sin embargo, todavía, se dispone de tiempo, aunque sea poco. Hay que aprovecharlo para evitar, como mínimo, lamentaciones.
Ángel García Fontanet es magistrado jubilado.
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