Pacientes antes que presos
La Generalitat destinará 6,5 millones de euros más (en total, serán 18,5 millones al año) para salud mental en las prisiones
Cuando entró en la cárcel de Brians 1, Miqui (nombre ficticio) todavía no entendía por qué estaba ahí, qué había hecho. Tiempo y terapia hicieron falta para que tomase conciencia de que, en medio de un brote psicótico, había apuñalado a su padre hasta la muerte. En el momento del delito no estaba ni siquiera diagnosticado y mucho menos medicado. Saltó por varias prisiones hasta que recaló en la unidad de psiquiatría de Brians 1, centro de salud mental de referencia para todos los internos de Cataluña y pionero en su modelo de intervención: tienen un área de hospitalización para pacientes más graves, otra de subagudos, otra de rehabilitación y todo un programa de acompañamiento y seguimiento cuando vuelven a sus módulos de internamiento. Según el nivel de gravedad, son atendidos en uno u otro servicio. Miqui ya está en rehabilitación. “Esto es mucho mejor. Arriba [la planta de agudos] es un lugar cerrado. Aquí hay un patio, puedo hacer ejercicio, participar en talleres”, apunta sonriente.
La incidencia de trastorno mentales en prisión —diagnosticados antes de entrar o allí mismo— es mucho más elevado que en la población en general. El 42% de los internos toman tratamiento con psicofármacos. La patología dual (un trastorno mental más una adicción) está a la orden del día. “Lo más común son trastorno mentales complejos: un trastorno bipolar o psicótico, sumado al consumo de tóxico y en algunos casos, también coeficiente intelectual bajo”, explica Álvaro Muro, coordinador de la unidad hospitalaria de Brians I y psiquiatra en el hospital Sant Joan de Déu. El riesgo de suicidio también es mucho más elevado (la tasa en internos es de 0,49 por 1.000 habitantes, mientras que en la población civil es de 0,065). Muro dice que la atención a la salud mental en las prisiones ha avanzado mucho, pero quedan tareas pendientes. “La asistencia multidisciplinar en los módulos es mejorable y también el acompañamiento en salud mental cuando salen de prisión”, admite.
Precisamente, los departamentos de Salud y Justicia acaban de firmar un acuerdo para incorporar equipos de salud mental en todos los centros penitenciarios. La Generalitat destinará 6,5 millones de euros más (en total, serán 18,5 millones al año) para salud mental en las prisiones, lo que incrementará el número de especialistas en un centenar a partir del próximo otoño. “Teníamos algún agujero que con el acuerdo de hoy se llena. El nuevo modelo lo hará más comunitario, absolutamente orientado a la reinserción”, dijo ayer el consejero de Salud, Toni Comín
Un trastorno mental en prisión pese como una losa. Dentro, porque el interno puede ser víctima del abuso económico y emocional de sus compañeros. Fuera, por el doble estigma que lo acompaña, de haber estado en la cárcel y tener problemas de salud mental. Hasta hace poco, en Brians 1 trataban con internos ya condenados y tenían tiempo para trabajar una intervención asistencial en profundidad. Sin embargo, el cierre de la cárcel Modelo en Barcelona ha llenado las celdas de delincuentes en prisión preventiva, esto es, a la espera de juicio. Pueden irse mañana o en dos años, así que los sanitarios han aprendido a optimizar el tiempo y hacer una intervención lo más efectiva posible en el menor tiempo disponible. “Antes los teníamos en seguimiento más tiempo y podíamos planificarlo todo. Ahora tenemos que correr por las libertades sorpresa”, reconoce Muro.
En el módulo 1, donde viven 141 internos, están los llamados “internos vulnerables”. Son personas con un trastorno mental, en tratamiento por adicciones o con una discapacidad intelectual. Su seguimiento médico es más exhaustivo. “Tienen más horas de psiquiatría y un seguimiento más estrecho de los casos. Los funcionarios también están pendientes por si detectan situaciones de riesgo”, apunta Susanna Solé, coordinadora del programa de atención a vulnerables de Brians I. También son más benevolentes con las normas. Mientras que en otro módulo sería sancionable que un interno se quedase dormido antes del recuento, con este grupo son más flexibles porque toman psicofármacos que pueden provocarles sueño, por ejemplo. “Les explicamos cómo funciona la prisión, la gestión del dinero, vigilamos que no se descompense. Hacemos un seguimiento más personal porque a veces, para una persona vulnerable, la desventaja puede ser el grupo”, agrega Iris Sala, educadora del módulo.
Miqui es uno de esos casos inimputables, pues no era consciente de sus actos ni responsable de sus consecuencias. Esto significa que no tiene una condena como tal, sino que le imponen otras medidas de seguridad. “Es un alivio saber lo que me pasaba [él escuchaba voces que creía reales] pero el delito que he cometido no me deja vivir. Es muy duro”, lamenta el joven. El brote psicótico se precipitó a causa del consumo masivo de diversos tipos de drogas. Pero Miqui no es agresivo ni violento —de hecho, pese al estigma que los acompaña, la inmensa mayoría de personas con trastornos mentales no lo son—. Miqui sigue a rajatabla su tratamiento, tiene una conducta impecable y sus psicólogos descartan que pueda volver a delinquir. Cuando termine la rehabilitación, seguirá su “condena” en un centro de salud mental.
El perfil de los trabajadores de Brians I está a años luz de la imagen preestablecida de un funcionario de prisiones. "El gran cambio fue considerarlos enfermos, no internos", admite Solé. En la última planta de la unidad hospitalaria está la unidad de agudos, donde residen los reclusos más descompensados, que precisan tratamiento y seguimiento constante, los funcionarios comparten espacio con las batas blancas. Bartu, el jefe de la unidad de servicios interiores del área hospitalaria, lleva 23 años como funcionario de prisiones y 12 en el área de psiquiatría. Ha pasado por los módulos más conflictivos pero entre camas y médicos, todo es diferente. "Aquí cada mañana es diferente. Cuando llegas tienes que cambiar todo lo que sabes. Tú tienes que estar presente pero la intervención ha de ser sanitaria", explica. Bartu tiene ojos en todas partes. De espaldas a una cristalera que deja ver una sala de estar con reclusos en pijama, avisa: "Mira, este chico nos está mirando. Está nervioso, tenso. Yo antes no hubiera pensado en eso ni me hubiera fijado en su actitud. Pero ahora sí. Aprendes. Esto es un regalo para el sistema penitenciario. Hace mucha falta".
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