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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Emoción más allá de la música

Art Garfunkel, en su debut en Barcelona, demostró en el cierre del Jardins de Pedralbes que la juventud siempre se lleva dentro

Art Garfunkel, durante su actuación la noche del viernes en el Festival Jardins de Pedralbes.
Art Garfunkel, durante su actuación la noche del viernes en el Festival Jardins de Pedralbes. FRANK DÍAZ

Todavía quedan en activo verdaderos monumentos de la música popular de los últimos cincuenta años. Músicos que han escrito esa historia y que con su sola presencia son capaces de desatar las emociones más escondidas. Y también las no tan escondidas porque ya nadie se avergüenza por seguir cantando/oyendo las canciones de los sesenta y setenta del pasado siglo y disfrutarlas como auténticas novedades.

Art Garfunkel, uno de esos monumentos incontestables, no había cantado nunca en Barcelona. Lo hizo por primera vez la noche del viernes clausurando el Festival Jardins de Pedralbes y el regio entorno vibró con una emoción que iba más allá del simple hecho musical. La voz de Garfunkel, casi de contratenor, acariciante, insidiosa y penetrante en un pasado aún reciente, ha acompañado el deambular de millones de personas y lo ha hecho en momentos de aquellos que ahora se recuerdan como los mejores años no porque lo fueran sino por se vivieron con una exultante juventud. Esa juventud ya pasó, la media de edad de los asistentes al concierto rondaba las seis décadas, pero Garfunkel, camino de los 76 (los cumple en noviembre) estaba sobre el escenario para recordar que, en realidad, esa juventud siempre se lleva dentro.

Art Garfunkel

Festival Jardins de Pedralbes

Jardines del Palacio Real

Barcelona, 14 de julio de 2017

Y lo hizo. No se privó, no nos privó, de nada. Desde las viejas canciones que cantaba por la calle con su colega Paul Simon mendigando algunos dólares hasta el tema que, según dijo, cambió su vida (y la de muchos de los presentes): The sound of silence. Fue un concierto eminentemente centrado en las canciones de Paul Simon, pero quedó espacio para Randy Newman, Albert Hammond o George e Ira Gershwin. Para algunos poemas propios declamados con vehemencia y para muchas historias narradas en entrañable primera persona.

Un concierto corto interrumpido por un largo entreacto que el cantante justificó: “Estoy viejo y jadeante”. Comenzó pisando fuerte: The Boxer en la primera parte y April come she will en la segunda. No rehuyó pretéritas proezas vocales como Scarborough Fair, For Emily whenever I may find her o Bridge over trouble water y, aunque resumió algunas canciones, en todas quedaba aquel poso que sigue estremeciendo.

Acompañado de dos músicos excelentes (teclados y guitarra) y utilizando en alguna ocasión (pocas) una batería pregrabada, Garfunkel demostró que se había recuperado totalmente de su problema de cuerdas vocales que le mantuvo casi dos años en silencio. A pesar de ello, el tiempo no perdona y su voz es solo un remedo de aquella que erizaba el vello. Tampoco engaña ni pretende ser lo que ya no es. Comparte sus canciones sin impostura, con la naturalidad de estar en la barra de un pub narrando batallitas.

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Acabó con una canción de cuna y envió al personal a su casa con una felicidad radiante que se notaba en la algarabía que reinaba en la salida de los jardines. Aunque no todo el mundo marchó: algunos prosiguieron la velada en el village arropados por música suave hasta la madrugada.

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