El festival bate sus propios registros
La muestra cierra sus puertas con un aumento de público y el éxito de sus novedades
Los directores del Sónar no podían disimular su estado de ánimo cuando en la tarde de ayer comunicaron que el festival ha batido sus propios récords de asistencia. Según las cifras hechas públicas por Ricard Robles, uno de los tres directores del festival, este año el Sónar habrá recibido unas 123.000 visitas, dos mil más que la edición de 2013, la más concurrida hasta la fecha. Este aumento, que podría ser mayor si en la noche del sábado se superan las previsiones de la organización, ha sido equilibrado, afectando tanto a la programación diurna como nocturna, que se sitúan respectivamente en 61.000 y 62.000 sumando las tres citas diurnas y las dos nocturnas. La organización se felicitó igualmente por el éxito del nuevo escenario diurno, el XS, a cuya programación responsabilizaron en buena medida de la asistencia al festival de un perfil de público joven con el que hasta la fecha no contaban. Por lo que hace al origen del público se situó en un 48% para el público local y un 52% para el extranjero. Además, Robles avanzó que la próxima edición, la 25 ª, tendrá un carácter especial de celebración, y confirmó que ganará un día, el miércoles, como este año, tal y que aperitivo del grueso de la programación.
Lo que quedó de manifiesto en la rueda de prensa es que el modeló del Sónar sigue mutando y afirmándose, al incluir exposiciones y actividades que tienen lugar en forma de congresos y encuentros profesionales que van más allá de los tradicionales recintos del festival. La multiplicidad de facetas del mismo, que siempre ha huido de buscar su único sentido en los escenarios, parece avalarlo en la edición de este año, que además ha visto a gente más joven en algunos escenarios. Eso se puso de manifiesto en la misma tarde de ayer, con las actuaciones de artistas como C. Tangana, en la que se pudieron ver verdaderas princesas de barrio vestidas para matar y dejándose enternecer mientras se mecían cadenciosamente con las rimas del trapero madrileño, un verdadero cantante melódico puesto al día, tal y como evidenció en Sin disimular, una de sus baladas con la pareja y los besitos en el punto de mira. Por cierto, allí los extranjeros eran excepción, sólo algunos movidos por la curiosidad se enfrentaban al para ellos hecho insólito de escuchar letras que no entienden.
Más se hubiesen divertido de poder entender a Bejo, uno de los recitadores más interesantes del nuevo panorama del hip-hop español. Bejo, canario con pronunciación propia de las islas, es un verdadero vacilón, y sus rimas y ritmos, afrontados con la pausa y molicie, que no desidia o dejadez, de donde siempre hace calor resultan contagian y divierten, tanto como él, con esa imagen alocada que trasmite cada vez que se afirma como un "locoplaya". Además riega sus letras con sentido del humor, y así como Tangana habla del amor y Dellafuente tiene un marcado acento social, Bejo es del mundo de la risa y de la autoparodia: "fresco por la calle voy oliendo a Mimosín", recitó en 8 Misisipi mientras repartía caramelos entre el público del escenario XS. Allí tampoco había extranjeros, que estaban a esa misma hora en el Village, con una Nadia Rose que aportaba su ración de hip-hop urbano, con más sonido de cajas y bajos más retumbantes y elásticos. Como ella misma, botando allí arriba feliz ante la masa. En el Sónar hay casi de todo para casi todo el mundo.
Los puristas del festival tuvieron en Valgeir Sigurdsson un refugio de electrónica paisajística muy delicada
Así, los puristas del festival tuvieron en Valgeir Sigurdsson un refugio de electrónica paisajística muy delicada, expuesta con apoyo de viola de gamba para ganar un plus de folclore indefinible. Atmosferas vaporosas, crecimiento lento de los temas y belleza formal fueron los apoyos de su pase en el Complex, donde las butacas siempre acogen al melómano cansado.
Más tarde, en un Hall atestado hubo sesión de beats abstractos y ritmos duros a cargo de Nosaj Thing y Daito Manabe. El segundo se encargaba de unos visuales de estética digital, con letras, números y símbolos paseando por la pantalla, que también ofrecía una imagen de los propios artistas encerrados en esferas digitales. Mucho bombo para curar las heridas de los beats más lacerantes y cambios de ambientación que no sólo buscaban la excitación de la zapatilla. Más tarde Thundercat, uno de los artistas de aspecto más festivalero —piel negra en contraste con pelo rojo y pantalón de muay thai— demostró las virguerías que se pueden hacer con un bajo en un concierto que algo tuvo de onanismo y un cierto vapor de jazz-rock. Para rematar el babel de ritmo, Dellafuente esparció incluso bases de reguetón en su trap de acento meridional e intención social. El Sónar crece en todos los sentidos. Incluso se pudo ver a una señorita leyendo un voluminoso libro mientras esperaba el inicio de un concierto.
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