Final de legislatura
Pronto, muy pronto, las urnas. Pero serán las de unas nuevas elecciones anticipadas y no las del referéndum
Pronto, muy pronto, las urnas. Quizás incluso el primer día de octubre. Pero serán las de unas nuevas elecciones anticipadas y no las del referéndum, que no se podrá hacer ni se hará.
Lo ha dicho el propio presidente Puigdemont, el encargado por el Parlament para hacer este trabajo: anunciar fecha y pregunta de un referéndum de autodeterminación sobre la independencia de Cataluña. Toda su tarea se centraba en esto, y casi sólo en esto. Y hoy ya lo ha hecho. La legislatura se puede dar por acabada.
Si no hay referéndum, que no habrá, no será su culpa. Él habrá hecho todo lo que era de su incumbencia para que se celebrase: esto es lo que podrá decirle a la CUP, que le dio la presidencia el 10 de enero de 2016, después de vetar a Artur Mas, con un límite de 18 meses; y que lo hizo sometiéndolo a vigilancia, bajo el compromiso de una moción de confianza, que cumplió el 28 y 29 de septiembre.
Ha sido una legislatura corta –la tercera legislatura corta desde 2010- y calificada de constituyente, sin que haya pruebas de que sea así. Todo lo que pueda tener de constituyente –las leyes de desconexión, las estructuras de Estado…-- está escondido en un cajón, como prevención de la actuación del “Estado enemigo” y es parte de un misterio casi metafísico, que preocupa con toda la razón a los funcionarios públicos.
Los marcos reguladores y sancionadores y las garantías que Puigdemont promete para este referéndum imposible son totalmente desconocidos y aparecerán, si aparecen, en pleno verano, repentinamente, con la voluntad de sortear cualquier impugnación. La otra cara de esta moneda es el carácter abiertamente iliberal que ha tenido que adquirir este momento constituyente pospuesto y oculto, tan alejado de la participación abierta y de la movilización de la gente que gustan a la CUP y que también podía encandilar a los Comuns.
Sabemos que es el final de la legislatura pero no sabemos, sin embargo, como será exactamente este final. Encaramos el final de la historia, pero el procesismo sigue y no tenemos ninguna garantía de que no vuelva cuando se convoquen de nuevo las elecciones, que querrán ser de nuevo constituyentes, una vez se vea que el referéndum no se ha hecho. El día de la marmota, ciertamente.
Con la incertidumbre hay que contar las facturas. Personales y colectivas, o mejor institucionales. Algunas ya las estamos pagando: inhabilitaciones, está claro; pero también desbarajuste de unas instituciones mermadas, convertidas en instrumentos partidistas; desatención de la intendencia, en nombre de la independencia...
La Cataluña actual todavía no ha decidido si quiere ser una nación o una causa. Para ser nación hace falta algo más que decirlo cada día y conseguir que lo digan los demás. Los nacionales se tienen que comportar y sentirse como tales. No es el caso en una nación dividida en partes que no se comunican entre ellas y que tienen tendencia a excluirse mutuamente. El Procés es la prueba más flagrante; la foto solemne de este viernes, donde cuentan más las ausencias que la obviedad de las presencias, es otra. Será necesario que las urnas aclaren la confusión.
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