Cierra la Modelo: adiós presos, hola palomas
Visita a la cárcel de Barcelona a dos semanas de su final. El ajetreo dará paso al abandono tras 113 años de historia
A la Modelo se entra por un lateral, esposado y custodiado por los Mossos. Pero se sale —si un juez lo permite— por la puerta grande, como ciudadano libre. Se topa uno, sin transición, con el tráfico arrollador de Entença, y ya puede caminar por el Eixample y observar las torres de vigilancia y los muros desgastados del centro penitenciario. Y alejarse. Por el portalón de madera, coronado por viejas palabras (“Preventori judicial”) solo entran ahora periodistas que, como si parejas de enamorados —qué sería del redactor sin su Gianluca Battista— visitaran una casa de segunda mano.
Entrar en la cárcel, aunque sea como plácido visitante, impone respeto. Y el pudor de estar en casa ajena (¿podría ser la tuya?). Impone, sobre todo, si no es una cárcel construida para que parezca otra cosa, si la arquitectura amable no neutraliza su efecto perturbador; si es una cárcel-cárcel, como ésta. Que es un lugar de batalla se ve nada más cruzar la puerta: a la izquierda, una barricada por si a alguien se le ocurre estampar un coche a gran velocidad; detrás, un mosso asoma la cabeza tras una plancha de metal, como un legionaro en algún puesto avanzado de la Galia.
Los presos acaban de irse y han dejado tras de sí retazos de su vida cotidiana
La Modelo parece un devastado caserón de mudanza. Una ciudad que huye ajetreada. En el patio que da acceso al penal —único espacio amable de un edificio que respira trena por todos sus poros— unos empleados cargan ordenadores en un carro. Todo debe estar listo para el jueves, 8 de junio, cuando cierre sus puertas con gran pompa tras 113 años. Hace tres meses entró aquí el último preventivo. Los últimos de la Modelo, la etiqueta funciona, y viene a la cabeza Luis Tosar, por ser resistente en Filipinas y tenebroso Malamadre de la celda 211.
O tal vez no. Tal vez los últimos sean otros. “Las palomas ya campan a sus anchas y se apoderarán de la Modelo cuando esté vacía. Esto está al aire libre”, dice María José, siete años de funcionaria aquí. Llega con una sonrisa en los labios y otra en los ojos para acompañar la visita. Pasen y vean, no es la primera vez que lo hace estos días, pero no se cansa. Para ella también es nuevo ver la cárcel así, semivacía, mutante, hasta cierto punto caótica y fascinante. Recoge los DNI y se pasa una puerta, luego otra: la burocracia es dura, los funcionarios quieren a Gianluca y su cámara lejos. La Modelo no defrauda como epítome carcelario: los barrotes de metal, el ruido fatal de las puertas cerrándose a tus espaldas, el olor a hospital que no es de hospital. “Uf, en los 80 era peor. Olía a Zotal”, un desinfectante. “Y las paredes eran grises. Este salmón da más calidez”, dice María José de camino a la paquetería.
No se entiende, de entrada, el interés por ver una paquetería. “Queda poca cosa”, dice. Sobre las estanterías metálicas tipo Ikea, unos bultos donde los familiares llevan cosas (ropa sí, comida no) a sus presos. Y de repente, la revelación. “En esa esquina ejecutaron a Puig Antich”. De nuevo el cine, esa escena, el garrote vil que gira y se retuerce contra el cuello; no veo a Brühl interpretando a Salvador, pero sí a Sbaraglia encarnado en carcelero mítico, roto. “Lo hicieron cerca de la salida, casi en la calle. Lo pusieron mirando al patio, como lanzando un mensaje”, advierte María José.
“Mataron a Puig Antich cerca de la salida, mirando al patio”
La visita se hace más densa. Se abren y cierran dos puertas consecutivas —“aquí empieza la cárcel de verdad”— y aparecen las salas para los vis a vis (los íntimos duran hora y media), con sofás azules. A los presos se les toman las huellas dactilares antes y después de la visita. Por precaución. El sistema es (casi) infalible: hace cuatro años, un reo pakistaní se intercambió con su hermano. No ha vuelto. Ni se le espera ya.
En la cuarta galería
Se llega así al panóptico, cuyo techo abovedado recuerda al de un mercado modernista. Un distribuidor para controlarlo todo, que da acceso a las seis galerías. Cada una, con su perfil de reo: los que acaban de llegar, los que están ahí por primera vez, los de confianza, los aislados, los reincidentes y los multirreincidentes; estos, en la cuarta galería. Hasta allí conduce María José. La misma en la que Puig Antich pasó sus últimos días. Parece arrasada por un ciclón, abandonada a toda prisa.
Los presos acaban de irse y han dejado tras de sí retazos de su vida cotidiana. Unas natillas a medio comer. Un par de bambas atadas a los barrotes. Una bandera dominicana. El dibujo de una Sniper 302 que dispara. Un póster de “bellezas del fitness para el verano 2014”. Mensajes de esperanza (“sé fuerte”) y otros oscuros: “Cuídate de las noches sin luna, las tormentas del mar y la ira de un hombre amable”. Dentro de cada celda dos colchones de espuma, una silla de plástico, un váter. María José cierra la puerta. Entra el sol, no es tan agobiante. Pero a los 15 segundos se quiere salir.
Las cabinas verdes de Telefónica se han retirado del patio. Esperan en la galería cubiertas de mierda seca de paloma. Junto a ellos un pequeño despacho adonde pasan Paco, español, y Luis, colombiano; nombres ficticios porque no quieren aparecer. Son “de confianza” No saben cuándo irán a Brians 1. “Nos avisan la noche antes por riesgo de fuga”, dice Paco, que quiere irse, pero a su taller de teatro. No quiere decir de qué se le acusa (“no es asunto tuyo”). Luis sí: tráfico de drogas. Dice que es inocente. Que le han “metido” por ser colombiano. Que es su primera vez. Y que lo imaginaba todo “más duro”.
En el patio, las palomas ya se han hecho dueñas. Se encaraman a la alambrada. Al otro lado áticos, árboles, libertad. Los funcionarios dicen que la Modelo podría haber aguantado más tiempo. Y que no es tan verdad que los vecinos la quieren fuera. Para muchos padres de adolescentes es una garantía. “Les dicen a sus hijas que caminen pegadas a la cárcel, porque saben que habrá alguien vigilando”. A partir del jueves, los únicos vigías de la Modelo serán las palomas.
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