Al son de pamelas y mantras
Cocker y Mackey y Saint Etienne calentaron el Primavera Sound
Lo primero que recibía a los asistentes a la primera y gratuita jornada del Primavera Sound en el Fòrum de Barcelona era el mercado discográfico, bazar persa de la música en el que convivían casetas ya desplegadas junto con otras a medio montar. Es la estampa de lo inacabado que cada año recibe a los primeros asistentes, la mayor parte de los cuales llegó tarde a la actuación de Animic, primer grupo de la jornada. Y es que parece que si no vives dentro del recinto siempre hay muchas opciones de llegar tarde a algún lugar, sea este una cita, un concierto o un bocadillo en la zona de restauración, que este año cuenta con televisión. Por cierto, por vez primera las baked potatoes inglesas, delicia para famélicos, constaban como oferta en una caseta.
Pero lo más hermoso de esta primera jornada resultó imprevisible. Un grupo de ancianos muy ancianos, todos ellos y ellas cubiertos con pamelas para protegerse del sol, se movían con el hip-hop de 7 Notas 7 Colores mientras sus cuidadores les mostraban los rudimentos del ritmo. Los ancianos, contentos y alegres (bien, no todos), miraban con curiosidad al escenario, y a otras partes, mientras Oliver soltaba “escúpelo negrataaaaaaa” y, fiel a su costumbre, llamaba a sus seguidores “mis cabrones con más”. Seguro que la salida dará para múltiples comentarios en su residencia Bonavita. No valorarán que Oliver recuperaba la historia del hip-hop español con temas de Hecho, es simple, disco con 20 años, y con otros casi legendarios como Raperitis. Un disco viejo ante ancianos en el Primavera. Estampa entrañable para abrir boca.
Escenarios perdidos
Más tarde se trataba de sumergirse en el escenario escondido de Heineken, tan escondido que nadie sabía cómo acceder. Misterios de los festivales, en los que la información más elemental se protege tras un manto de ignorancia por parte del personal, que como si de un chiste se tratase envían a uno primero a Cuenca y más tarde a Chiclana. En el escenario de marras, un parking en verde corporativo cervecero, Jarvis Cocker y Steve Mackey estrenaban en España Dancefloor meditations, un espectáculo en el que por medio de palabras y músicas se trataba de responder a las grandes preguntas que una mente inquieta se hace en una discoteca de barrio. Al parecer, no son las que se pueden imaginar. Jarvis, hablando algo de catalán, comenzó pidiendo al público que se sentase en el suelo, y luego, con el recinto a oscuras, como Autreche en el Sonar, largó un discurso en el que, grosso modo, se preguntaba si se puede bailar al son de un mantra. Al cerrar esta edición sonó Sexual healing, de Marvin Gaye, y el público se puso en pie movido por el resorte sensual imbatible de la voz de Marvin. Luego llegaría, aseguraban en el programa, frecuencias insoportables y juegos estroboscópicos mareantes. Se podía pensar que para marear a un asistente al festival hace falta valor, que diría Radio Futura.
La música sin tanto envoltorio humorístico-irónico-intelectual tuvo en la propuesta de Gordi (no confundirse: es australiana, no un grupo español con nombre de cariño castizo) otro punto de interés. Por decir algo podría decirse que hace folk, pero con teclados y una batería, aunque también interpretó canciones suspendidas por la ausencia de ritmo y otras más en la senda del estilo, con guitarra acústica. Belleza quieta para voz filtrada que sonaba emocional. Un poco Bon Iver, si se quiere. Más tarde, el pop con denominación de origen en los años 90 de Saint Etienne cerraría, entre melodías con glamur, la jornada de calentamiento. Hoy comienza lo serio. Llega el verano musical.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.