_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Así encontré el primer artículo de Arturo Barea

El autor, escritor y concejal del PP, cuenta su hallazgo del texto publicado en ‘El Sol’ en 1937

El escritor Arturo Barea.
El escritor Arturo Barea.

En la víspera de la inauguración ayer de la plaza de Arturo Barea en el corazón de Madrid, en su Lavapiés de adopción, me sumergí a la búsqueda de su rastro en la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional, utilísimo instrumento para los que gustamos de bucear en pos de pequeñas perlas perdidas en el océano tipográfico de la prensa histórica.

Más información
Carmena inaugura la plaza de Arturo Barea en Madrid
Arturo Barea tendrá una plaza en Lavapiés

No puedo negar que me consideré a mí mismo un iluso por arrojarme de cabeza a los mares de tinta ahora aquietados de nuestra tormentosa Guerra Civil pensando en encontrar en ellos un destello de quien entonces no era más que un sencillo empleado público, encargado de la censura de los corresponsales extranjeros en el Madrid asediado.

Después de varios intentos frustrados, me saltó por fin, entre 85 documentos acotados entre 1936 y 1939, la clave de búsqueda “Barea! precedida de un “A.” en una página del domingo 23 de mayo de 1937 del diario El Sol. Como en los objetos empujados por la marea sobre las playas, la clave “Barea” venía acompañada de otros restos: “responsabilidad”, “Pavón”, “5,30”, “los doe pilletes” (sic), “Bruselas 23”, “el total recauway” (sic)…

Edición del diario 'El Sol' del 23 de mayo de 1937
Edición del diario 'El Sol' del 23 de mayo de 1937

Abrí el documento digitalizado de El Sol: era una página tamaño sábana, de ocho columnas, con cerca de un treintena de noticias, gacetillas, avisos y anuncios. Los que más espacios ocupaban eran las informaciones sobre la situación de “La lucha en Euzkadi” y la cartelera de 39 cines y 18 teatros de Madrid, con los títulos que se exhibían ese domingo y al día siguiente en una ciudad que, pese al asedio franquista, pugnaba por mantener su vida en pie.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Al final de la cuarta columna, bajo el título en versales de “Madre”, aparecía la pieza firmada por “A. Barea”. Era la historia de una madre y su hija, fallecidas en el Madrid asediado: la segunda muere víctima de un bombardeo, la primera cinco días después. Desde las primeras líneas me pareció indudable que aquel breve artículo era del autor de La forja de un rebelde: por la agilidad de estilo, el poder descriptivo, la capacidad de conmover, por lo que no dice más que por lo que dice…

Mis sospechas se vieron confirmadas por William Chislett, impulsor del homenaje de Madrid a Barea, que me informó de que es el primer artículo escrito por Barea y que sabía de él, pero no lo había visto reproducido. Michael Eaude, el biógrafo de Barea, me aseguraba ayer que tampoco lo había visto nunca impreso.

“Madre” es una breve crónica del dolor de la guerra, pero a la vez es un anticipo de los cuentos que Barea publicaría en 1938 en Barcelona con el título Valor y miedo. Es el bautismo del autor de La raíz rota en la literatura, impelido a escribir en una ciudad martirizada, desde fuera y desde dentro, con el deseo esperanzado de que las palabras vencieran algún día a los horrores de la guerra.

Sirva su hallazgo de tributo al esfuerzo de William Chislett, Yolanda Sánchez e Isabel Fernández, que en diciembre de 2015 promovieron la petición para que Barea pudiera tener una plaza en el Madrid escenario de su vida y su obra. Con acierto y generosidad han recabado el apoyo todos los grupos políticos municipales porque Barea es un patrimonio de todos y, desde ayer, mucho más cercano.

Pedro Corral es periodista, escritor y concejal del PP en el Ayuntamiento de Madrid  

Madre

Texto íntegro del artículo publicado en el diario 'El Sol' el 23 de mayo de 1937

Desde 1907 vivía en aquella buhardilla. Treinta años de vida en aquel camaranchón de techos inclinados, que constituía una habitación única. Comedor, cocina y dormitorio con dos camas. La suya y la de Rosita. Le iba bien el nombre: eran veintidós años enérgicos que taconeaban pimpantes por Madrid. Su premio de una vida de viudedad casta; su orgullo.

Salió lista la chica y estudió por las noches cuando era aprendicilla de modista. Logró una plaza en el Estado, y aquello fue la salvación. Ella era ya vieja, y aquella paga segura —como el maná de Israel—, que llegaba puntualmente todos los meses, le evitó seguir asistiendo y fregando suelos.

Rosita tenía un novio, hoy un capitán de milicias, que la había querido mandar a ella, a la madre, a Valencia. A ella sola, abandonando su Madrid y su hija, cuando sobre Madrid caían las granadas. ¡Quién la consolaría en aquellas noches en que el estallido de los obuses las había obligado a domir en la misma cama, juntas y apretadas, buscando en el calor animal de madre y cachorro, valor contra el terror de las explosiones cercanas!

Han bastado dos hombres para depositar en la zanja el cuerpo liviano de la vieja, muerta cinco días después de caer su hija con el vientre abierto por la metralla en la esquina de la Gran Vía y Fuencarral.

Escribo esto con un dolor agudo en la palma de la mano.

¡He cerrado tan fuertemente el puño en el cementerio! — A. Barea.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_