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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Sorelianos’

Es muy significativo que el argumento del ‘expolio fiscal’ haya desaparecido del repertorio independentista. No es porque quieran rectificar sobre esa falacia, sino porque ya la han convertido en un mito

En su Reflexiones sobre la violencia (1908), Georges Sorel sostuvo la importancia de los mitos como potentes elementos de movilización social. Si una idea, afirmaba, se incrusta en las mentes de los miembros de un determinado colectivo como verdad revelada y de realización inevitable (independientemente de su viabilidad), el mito así creado se hace indestructible, deja de ser vulnerable a cualquier crítica racional y adquiere una capacidad movilizadora extraordinaria. Al desarrollar su teoría, Sorel pensaba en la huelga general como instrumento para derribar de una vez por todas al capitalismo, pero resulta claro que sus posibilidades de aplicación son innumerables.

Sin ir más lejos, los teóricos de nuestro particular culebrón político de estos últimos años nos han salido muy sorelianos, y su capacidad para generar mitos parece no tener fin. Su primer gran hallazgo fue el del inexistente “derecho a decidir”, sucedáneo, como tantas veces se ha explicado, de un derecho de autodeterminación que, en su interpretación internacionalmente aceptada, sería de difícil aplicación a Cataluña.

Como ese, algún otro de nuestros mitos ha conseguido un éxito de público notabilísimo. Ahí está la idea de que aquí hay un mandato democrático para avanzar hacia la independencia como resultado de un supuesto plebiscito que en realidad perdieron quienes así lo consideraron (Antonio Baños dixit la misma noche del 27-S). O la de que no nos dejan votar, cuando desde 2010 en Cataluña se ha votado en nueve elecciones diferentes (sin contar el 9-N) y en ninguna de ellas, por cierto, los partidos inequívocamente independentistas han podido superar el 50% de los votos (ni han estado cerca de hacerlo). O la de que Cataluña seguirá en la Unión Europea incluso con una secesión unilateral, pese a que reiteradamente los más altos representantes de la UE han dejado claro lo contrario (el último en hacerlo, el presidente del Parlamento europeo). O la de que la democracia española es puro simulacro por prohibir un referéndum que Francia, Alemania o Italia tampoco autorizarían.

Por no hablar del mito estrella: el famoso y leganordiano “España nos roba”, y no de forma genérica, sino muy concreta: 16.000 millones de euros cada año, ni un céntimo menos. De nada ha servido que el exconseller Andreu Mas-Colell haya rebajado la cifra a menos de la cuarta parte, o que Josep Borrell le sacara los colores con esa cuestión al vicepresidente y conseller de Economía en el memorable debate que tuvieron en Can Cuní unos meses atrás. O que hace pocos días, en una entrevista en este mismo diario, Ferran Mascarell, delegado de la Generalitat en Madrid, interpelado sobre si realmente España roba a los catalanes, afirmase: “Es evidente que en Cataluña también hay relatos incorrectos. El argumento no debe ser “España nos roba”, sino que el Estado español es ineficiente y no ha sacado rendimiento de la solidaridad catalana a lo largo de los años”. Acabáramos. Del atraco a la ineficiencia, cualquiera observador neutral diría que hay un trecho muy largo.

Es muy significativo cómo el argumento del expolio fiscal prácticamente ha desaparecido del repertorio independentista. No lo ha hecho, sin embargo, porque sus publicistas hayan recapacitado y hayan llegado a la conclusión de que eso de mentir es muy feo. No, la razón es que ya no hace falta seguir martilleando ese clavo. El mito se ha construido, ha sido interiorizado por los creyentes y ya no hay argumento racional que pueda desmontarlo. En todo caso, si algún día llegara la independencia y alguien preguntara por los millones, ya se verá cómo se gestiona la frustración.

No parece, sin embargo, que tal situación esté en el horizonte próximo. No al menos si atendemos a la actitud de Artur Mas en el juicio por el 9-N, que jamás debió haberse celebrado y que quedará como otro ejemplo de la calamitosa estrategia seguida por el Partido Popular en la cuestión catalana. Porque, vamos a ver, si la independencia estuviera realmente a la vuelta de la esquina y quienes impulsan el proceso en verdad se lo creyeran, ¿qué sentido tenía una defensa puramente técnica —y ayuna de la épica que se había exhibido hasta un momento antes a las puertas del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña—, para evitar una inhabilitación que solo se aplicaría en un Estado al que después del verano ya no vamos a pertenecer?.

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