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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Liberalismo autoritario

Urge una izquierda que ponga la cuestión social en primer plano, para pasar del sálvese quién pueda a la política como poder de los que no tienen poder

Josep Ramoneda
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.Joshua Robert (REUTERS)

La elección de Donald Trump es un frenazo a la hegemonía neoliberal, pero sobre todo el fin de su versión progresista. Lo afirma Nancy Fraser en un artículo en Dissent, The End of Progressive Neoliberalism. ¿Es realmente así? No hay duda de que se han encadenado una serie de acontecimientos que, siendo muy distintos en sus formas, planteamientos y objetivos, comparten el rechazo “de la globalización corporativa, del neoliberalismo, y de los establecimientos políticos que los han promovido”.

Además del acceso de Trump a la presidencia de los Estados Unidos, Fraser enumera el Brexit, el fracaso de Renzi en Italia, la campaña de Sanders para la nominación demócrata, y el protagonismo del Frente Nacional en Francia, y podríamos añadir la implosión reaccionaria en Centroeuropa, la irrupción de Podemos en España, y un proceso general de repliegue hacia el espacio cercano del Estado nación como reacción a la acelerada expansión globalizadora.

La crisis de reputación del neoliberalismo está provocando una mutación: de la versión liberal a la autoritaria; de la desregulación general a la desregulación selectiva, centrada en el interés de las grandes corporaciones. Ataques a la prensa, defensa de la tortura, nuevos muros, cuestionamiento del aborto, criminalización de la emigración, prioridad para los nuestros, construcción del enemigo, el arranque de Trump despliega todo el arsenal autoritario, con el pretexto de construir un cobijo para que sus electores no se sientan a la intemperie.

Trump no conoce las reglas de la gobernanza política, pretende gobernar el Estado como a sus propias compañías: él decide y los demás ejecutan y obedecen. Ha prescindido del establecimiento político, se ha cargado la distribución de funciones entre público y privado, y ha llevado directamente a los empresarios a gobernar. Los intereses de éstos ya no están protegidos por intermediarios sino por ellos mismos, y la bolsa americana aplaude con entusiasmo. Dicho de otro modo, el neoliberalismo pierde imagen liberal y se hace más conservador y autoritario, para que el individuo —el sujeto económico autosuficiente en lucha contra todos por la supervivencia, que es el átomo sobre el que se construyó la hegemonía neoliberal— sin ganar un ápice de protección se sienta menos desamparado, subyugado por la promesa que toda la prioridad a los de casa. El neoliberalismo evoluciona hacia el iliberalismo del que los antiguos países del Este de Europa han sido pioneros.

De modo que lo que ha entrado realmente en crisis, como dice Nancy Fraser, es la cara amable del neoliberalismo, el progresista. En España, tenemos un prototipo de este modelo: el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, que situó al país en la vanguardia de los derechos civiles pero se movió siempre dentro de la más pura ortodoxia económica, descuidando las políticas que pudieran frenar el crecimiento de la desigualdades y la fractura social e inaugurando la austeridad expansiva.

El protagonismo de los nuevos movimientos sociales (Fraser cita el feminismo, el antirracismo, el multiculturalismo, y los derechos LGTB) durante los mandatos de Clinton y Obama o de Zapatero ha rescatado enormes injusticias y ha dado el reconocimiento que se ha venido negando a gran parte de los ciudadanos. Y debe seguir siendo prioritario. Pero la confluencia con unas políticas basadas en los intereses de los grandes negocios financieros y tecnológicos, les ha colocado en una posición de coartada, y ha cundido la sensación de que su protagonismo era a costa de otras políticas sociales básicas. De ahí el rechazo en determinados sectores que Trump supo capitalizar.

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Sanders fue quien mejor entendió el problema e intentó colocar la cuestión social en el centro de la escena, sin menoscabo de los derechos civiles y humanos básicos. Pero como dice Nancy Fraser, Trump se desembarazó fácilmente del establecimiento político republicano, mientras que Sanders le cerraron el paso los dirigentes demócratas. ¿Quién tomará el relevo?

Las izquierdas, y especialmente la socialdemocracia, cuando ha detectado el malestar y la desconfianza de su electorado, ha reaccionado demasiado a menudo a la defensiva o, como en el caso de Manuel Valls, asumiendo parte de la agenda de la extrema derecha en materia de inmigración y patriotismo. Urge una izquierda que ponga la cuestión social en primer plano, para pasar del sálvese quién puede a la política como poder de los que no tienen poder. Y abandonar la sociofobia, que ha sido el mayor éxito del neoliberalismo.

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