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Café de Madrid

Madrid, donde quepa

El autor se felicita por la elección de Madrid como invitada de honor en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara

Mañana inicia oficialmente la cuenta regresiva para que Madrid sea el Invitado de Honor a la próxima edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y se abre el deseo para que no olviden traer en berlina al fantasma de don Benito Pérez Galdós, que capturen en limpias botellas de cristal el aroma del Retiro en los amaneceres del Invierno y que no olviden traer en sepia la memoria intacta de esa ciudad que en realidad nunca ha caído.

Quiero que Madrid quepa en las páginas de los libros que la imaginan y recuerdan, pero también en los paseos con barquilleros ocasionales y chulaponas del siglo XXI; vengan con chopos y esas bancas de enamoramiento instantáneo que alguien tuvo a bien colocar en Recoletos. Traigan dulces de violetas y claveles comprados en una esquina de la calle de Alcalá, pero también las pausas con las que hablan los madrileños que son madrileñísimos, los que preguntan si “¿por un casual es Usted la tía de MariPepa?” y reciben por respuesta la diminuta zarzuela que cabe en: “Por un casual… y porque soy la hermana de su madre”.

Madrid cabe en el alma de quien la sueña y en la mirada congelada de quien ya ha visto el milagro de una ciudad tan vivible que parece derretirse en cada atardecer, allá por el Palacio de Oriente. Madrid se murmura en voz baja y se grita en las gradas del Estadio Bernabeu o en el Tendido 10 de Las Ventas, en la Corredera Alta y en la Cava Baja, en Atocha con flacos y falsos poetas que llevan tabaco negro en la garganta desde hace más de un siglo y en las vocecillas de las niñas que ríen porque a una se la han caído las gafas. Madrid cabe en recuerdo y en la añoranza, pero también en la promesa y en los pasos por venir.

A partir de mañana, Madrid cabe en mente de todos los que han de contribuir a cuajar el milagro de que Guadalajara reciba al Oso y el Madroño en su escudo de caballos rampantes, en sus campos de atardeceres morados y en sus miles de metros cuadrados de una entrañable feria de libros que bailará en 365 días la disimulada taquicardia de un chotís, con alfombra de claveles y toda la neblina de todos los madriles que caben en un Madrid.

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