Contemporáneo y nostálgico (en 3D)
El director de Centro de Arte Dos de Mayo ofrece una ruta ecléctica entre salas de arte poco conocidas, parques explosivos, boutiques mini, bares y tascas
1. El Águila. La antigua fábrica de cerveza, una joya del patrimonio industrial del XIX, es una de las infraestructuras culturales menos conocidas. Deliciosamente rehabilitada por Mansilla y Tuñón, alberga los archivos de la Comunidad, pero también allí se desarrolla Madrid 45 un programa de talleres de arte contemporáneo comisariados por Sergio Rubira (Ramírez de Prado, 3).
2. Museo del Romanticismo. El siglo XIX siempre me ha parecido el punto de partida para entender lo que ocurre hoy en la cultura. Y el XIX español, el gran olvidado. Este museo, además mostrarnos las pistolas de Larra y de tener un patio delicioso, permite entrar de la mejor forma posible en la España decimonónica: por medio de su ambiente (San Mateo, 13).
3. Los Hacedores. No son sólo un espacio de formación en impresión 3D: son toda una nueva filosofía de la fabricación digital del mundo, un virus que contamina los usos sociales del diseño cotidiano. Es lo más parecido que yo conozco a una versión madrileña de la literatura de anticipación (Santiago Bernabéu, 10).
4. Calle Dr. Fourquet. Es la arteria de mi vida en Lavapiés: allí se encuentra la mayor concentración de galerías de arte contemporáneo de Madrid. Espacios independientes que sobreviven desde hace décadas como Cruce, el gabinete botánico de Planthae, estudios de artistas, un modelo de servicio público como conquista vecinal en Esto es una plaza e incluso un sex shop para mujeres, Los placeres de Lola.
5. Panta Rhei. Si eres adicto a los libros, es difícil elegir tu librería: siempre acabas encontrando algo interesante –o una buena excusa para comprar otro libro más– incluso en los kioscos de los aeropuertos. Cuando venía a Madrid de visita, esta era mi parada obligada para comprar algún regalo y sigue siendo mi referencia en cuanto a libros como objeto de deseo en la era digital (Hernán Cortés, 7).
6. Minishop. Después de haber vivido tanto tiempo en París, donde la cultura del vestir es una presión social irrefrenable, se me hacía difícil encontrar tiendas interesantes de moda masculina aquí. Mini, junto a 44 (en calle Valverde), son de esos lugares en los que la moda se entiende como un diálogo cultural (Limón, 24).
7. Gris. Venía a comienzos de siglo, cuando aún éramos indies. Mi sorpresa al instalarme en Madrid es que sigue siendo el punto de referencia frente a otras formas de producción masiva de consumidores de la noche de ambiente del centro. Sus noches de los viernes tienen algo nostálgico cuando entro, pero luego la buena música y la cuestión generacional me devuelven al presente (San Marcos, 29).
8. La Falda de Lavapiés. Es uno de esos restaurantes con aire de bar en Lavapiés, que aúna las tradiciones de mi tierra gallega con un toque contemporáneo y un precio estupendo. Además, su personal es de encanto fácil, con una cercanía que, recién llegado de Rotterdam, me fidelizó desde la primera vez (Miguel Servet, 4).
9. Móstoles. Unas recomendaciones mostoleñas para los visitantes que vengan al CA2M. También por justicia: son los lugares donde más tiempo paso por semana: el bar Arte para el café o la caña, el Sito por sus desayunos y sus recetas portuguesas, el Don Pelayo para una buena hamburguesa o el Caura para un menú de nueva cocina en la periferia.
10. Quinta de los Molinos. Me gustan mucho los parques para esos días en que uno necesita estar lejos del asfalto pero lo suficientemente cerca como para no olvidar que es por el asfalto mismo que necesitamos la hierba. De la Quinta me fascina esa mezcla entre memoria de la explotación agrícola y romanticismo mediterráneo. En febrero, la explosión rosa de sus almendros (Alcalá, 527).
Flamante director
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